Violencia
de Género:
Decir
una verdad
para
defender una mentira
Un folleto arrojado en la vía
pública –y que llegara a nuestras manos al advertir su tema: Violencia de género– ha disparado este artículo.
Porque, efectivamente, creemos que la retórica de la agresividad sufrida por
las mujeres –de la forma que sea– sólo es una pantalla que enmascara
intenciones y objetivos mucho más oscuros.
Con ésto no se
quiere negar la existencia de esta agresividad sino objetar la legitimidad de
ese discurso. Y si pretendemos objetarla es porque bajo esos términos puede
entenderse muchas cosas. Algunas, por ejemplo, son malas: el acoso verbal hacia
una mujer, la humillación a la esposa por parte del marido, la agresividad
física para con ella e, incluso, la trata de personas. Otras no, aunque nos las
quieran vender como si lo fueran. Por éso, para no ser cómplices de la
confusión, debemos hacer las siguientes aclaraciones.
1. La reprobación
de estas agresividades sólo es “la punta de lanza” de la propaganda del pensamiento de género. Debe saberse que
el rótulo de “violencia de género” encubre otras
cosas que son muy buenas. Se dirá que
llevar a término un embarazo no deseado
es violencia de género, justificando el aborto; que el oficio de ama de casa también lo es, plantando la sospecha en el
hogar; que la vocación de madre es
violencia contra la mujer, sembrando la semilla de pensamientos anticonceptivos.
El plan es
sencillo: el descrédito de las cosas malas debe proyectarse sobre las buenas, ensuciándolas.
La fuerza de esa indignación frente al mal –ese montar en cólera ante la
injusticia– será conducida –mejor dicho: utilizada– contra el bien. Se condena
la agresividad hacia las mujeres a los efectos de manipular esa adhesión. Se
dice una verdad para defender una mentira.
2. Fue pretextando
estos casos que se sancionó –el 11 de marzo del 2009– la ley 26.485, denominada
“Ley
de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra
las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales”. Con semejante
título, parecería que quien osara criticar la ley justifica la violencia contra
la mujer. Así, de un lado, las mujeres luchando por “ser respetadas”. Del otro,
arrinconados, los malvados varones a quienes sólo se nos permite asentir
servilmente con la cabeza.
3. Como era de
esperar, los diarios se hicieron eco de esta terminología nada inocente. Por
ejemplo, Clarín –que para algunos
“ahora es bueno” porque pelea contra el gobierno– tiene una sección denominada Violencia de Género, en donde notas
tales como la muerte de una mujer a manos de su ex marido –antes ubicadas en la
sección Policiales– ocupan ahora esa
plana.
La noticia recibe,
por el peso mismo de esta palabra, una determinada “lectura”: antes, se trataba
de un atentado contra la justicia; palabra que, por sí misma, nos remitía a la verdad. Ahora, el marco ha cambiado. Son
problemas de género. El marco en el que
se leen y se comprenden este tipo de noticias
es la perspectiva de género; y luego, la falsa disyuntiva: ¿condena usted el
hecho sucedido?
Si decimos sin más que
lo condenamos, habiendo aceptado esa palabra talismán, nos obligarán a aceptar también toda la galaxia de ideas que
gira en torno a esa palabra. Pero si –en cambio– decimos que no lo condenamos en los mismos términos que ellos, astutamente
nos acusarán de justificar la violencia contra la mujer. Es la falacia de las muchas preguntas; en
efecto, se habla de varias cosas que pasan como si fueran una y la misma.
4. Debe
comprenderse lo siguiente: la verdadera intención de estos ideólogos y de sus
propagandistas no es eliminar las injusticias que la mujer pueda padecer. Ésa
es sólo una pantalla. En realidad, pretenden legitimar tanto la promiscuidad
sexual como el aborto, dos pilares de la mentalidad anticonceptiva.
Que no nos
confundan con estadísticas imposibles de comprobar. Que no nos confundan con su
palabrería vana y su griterío desaforado. Las palabras “violencia de género”
son un anzuelo: por ellas, se subordina la vida del niño por nacer a la
elección de su madre. Y si la madre decide quitarle la vida “interrumpiendo su
embarazo”, todo aquél que busque salvar al hijo ejercerá una inaceptable
violencia contra su supuesta “libertad reproductiva”. Ésto no es una deducción
nuestra ni una proyección arbitraria. Está en la ley mencionada, cuyo decreto
reglamentario (1011/2010) es aún más explícito. Dice la ley:
“Artículo 6°. Modalidades. A los efectos de esta ley se entiende por
modalidades las formas en que se manifiestan los distintos tipos de violencia
contra las mujeres en los diferentes ámbitos, quedando especialmente
comprendidas las siguientes: (…) d) Violencia contra la libertad reproductiva: aquella que vulnere el derecho de las
mujeres a decidir libre y
responsablemente el número de embarazos o el intervalo entre los
nacimientos…”.
En una palabra: afirmar
que la vida del hijo no es objeto del capricho de su madre, será violencia de género. Ésto es lo que
buscan; si definen los términos del
debate, definen asimismo el pensamiento que determinará el resultado de ese
debate.
5. ¿Cómo escapar de
este callejón sin salida?
El camino para
evitar estos males está en la inteligencia, “aquello que Dios más ama en el
hombre”, según expresión de Santo Tomás. Sólo el cultivo permanente del
discernimiento y la vigilancia constante del lenguaje puede impedir que
caigamos en la confusión. De lo contrario, seremos víctimas de la guerra de las
palabras, hoy desatada sin filtro alguno en nuestra sociedad. Que Cristo,
Palabra Encarnada, se haga presente en nuestras gargantas para que nuestra voz
sea un eco de la Voz. Si por
nuestro testimonio salvásemos una sola vida, habrá valido la pena.
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