viernes, 30 de diciembre de 2016

Desafíos al planteo conciliatorio entre teoría evolutiva y fe católica

Desafíos al planteo conciliatorio
entre teoría evolutiva y fe católica

Reparos, reservas, dificultades y objeciones

Por Juan Carlos Monedero (h)

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN
LA LABOR CIENTÍFICA, PRUEBA, DEMOSTRACIÓN, ALCANCE
“EL CARRO DELANTE DE LOS CABALLOS”: LA PETICIÓN DE PRINCIPIO COMO PRINCIPAL SOSTÉN DE LA TEORÍA
LA EVOLUCIÓN NO ES UN HECHO
¿Y QUÉ HAY DE LOS ARGUMENTOS CONTRARIOS A LA EVOLUCIÓN?
BASTA DE INTRODUCCIONES Y VAYAMOS A LOS ARGUMENTOS. PRIMERO.
SEGUNDO ARGUMENTO.
SALVANDO AL DARWINISMO: EL EQUILIBRIO PUNTUADO.
CRÍTICA
PALEONTOLOGÍA Y CREACIÓN. LOS “DÍAS” DEL GÉNESIS
LAS PRUEBAS DE LA EVOLUCIÓN DARWINISTA
¿Y LOS TAN MENTADOS CREACIONISTAS?
UN GULAG CIENTIFICISTA
¿QUÉ DICEN LOS CATÓLICOS QUE ACEPTAN LA EVOLUCIÓN?
“LAS” TEORÍAS DE LA EVOLUCIÓN
CONCLUSIÓN

INTRODUCCIÓN

Cuando los textos escolares y los artículos periodísticos presentan la teoría de la evolución, no suele faltar la “aclaración” de que Charles Darwin habría barrido la “antigua” creencia en un Dios, Creador del universo, quien supuestamente habría hecho cada tipo de planta y de animal por separado. Darwin hizo posible ser un ateo intelectualmente satisfecho sostiene el conocido Richard Dawkins. A renglón seguido, se suele agregar comúnmente el siguiente “matiz”, que no pocas veces descoloca a muchas conciencias: existiría cierta evolución, cierta forma de pensar la evolución, que es “aceptada por la Iglesia sin problemas”. ¿Cómo es éso?
Según algunos intelectuales prestigiosos, habría ocurrido una evolución que comenzando en los seres unicelulares, pasó por las plantas, luego por distintos tipos de animales hasta llegar al mono y, en determinado momento -se dice-, Dios habría infundido en ese primate un alma humana. Y así el mono se hizo hombre. Estos autores mantienen que el alma es creada inmediatamente por Dios, mientras que el cuerpo humano ha sido o pudo haber sido objeto de un proceso evolutivo. Si queda salvada la espiritualidad del alma humana, dicen, este “tipo de evolución” es fácilmente compatible con la fe.
¿Qué pensar sobre ésto? La visión que se tenga de esta propuesta de conciliación depende mucho de lo que se sepa de la controversia en torno a la teoría de la evolución; depende de lo que se conozca sobre la historia de las objeciones existentes a esta teoría, sobre todo en el siglo XX. Si se desconoce ésto, parece fácil concebir o imaginar una evolución del cuerpo del hombre que tenga su punto culminante en la creación directa del alma. Si a ésto le sumamos que intelectuales, sacerdotes, filósofos y teólogos dicen (en distintos tonos) más o menos lo mismo, entonces para muchos ya “es suficiente”. Ahora bien, si se conoce –por el contrario– las objeciones científicas y filosóficas (no religiosas) a la teoría de la evolución, aceptar esta propuesta se torna mucho más difícil.
El propósito de este trabajo es mostrar los problemas presentes, indicar los reparos y formular las reservas a esta conciliación entre la teoría de la evolución y la fe, exhibiendo las dificultades no sólo de la teoría oficial del evolucionismo sino de la misma propuesta de conciliación. Para eso, veamos algunos elementos que hacen posible la comprensión de este asunto.

LA LABOR CIENTÍFICA, PRUEBA, DEMOSTRACIÓN, ALCANCE

¿Cuánto y hasta dónde se puede demostrar o probar una teoría y, en particular, la teoría oficial la evolución, también conocida como teoría sintética? Como marco general, es importante conocer la naturaleza y esencia de la demostración científica.
Ciertamente es y puede ser dificultoso –aunque no imposible– demostrar la falsedad de algunas afirmaciones en el campo de la ciencia (la llamada demostración negativa). Sin embargo, no es tan fácil –aunque muchos así lo crean– la demostración positiva en este mismo campo. Un investigador prudente conoce los límites de la demostración, que deberían ser apreciados con nitidez por todos los interesados en este debate: nuestras conclusiones no dependen solamente del poder del entendimiento humano sino, sobre todo, de la naturaleza y de la esencia misma de la realidad estudiada: el mundo físico.
No pocas veces muchos estudiosos, docentes e interesados, desconocen estos dos asuntos. Se cree que la ciencia puede demostrarlo todo, que su rigor es demoledor, que el mundo físico es básicamente simple –un mero juego de poleas, engranajes y motores– y que los datos científicos son “unidireccionales”; esto es, que los descubrimientos se pueden interpretar en un sólo sentido. La verdad va por el camino opuesto.

“EL CARRO DELANTE DE LOS CABALLOS”: LA PETICIÓN DE PRINCIPIO COMO PRINCIPAL SOSTÉN DE LA TEORÍA

La teoría de la evolución siempre se ha sostenido, en buena parte, mediante una “Petición de Principio”. La petición de principio –un recurso argumentativo ya estudiado por Aristóteles– consiste en probar (indebidamente) una cosa tal mediante otra que todavía no está probada (y/o que nuestro interlocutor no acepta o al menos no ha admitido explícitamente)[1].
Los divulgadores y muchos científicos evolucionistas -lo sepan o no- hacen lo mismo. Ellos advierten que el hombre y el mono, y muchos otros animales, tienen rasgos comunes entre sí. Y es cierto: todos los seres de la naturaleza tenemos el mismo tipo de moléculas, tenemos el mismo sistema de codificación de proteínas. El ser humano no codifica las proteínas de manera distinta a los virus y a las bacterias. Compartimos el mismo sistema de metabolismo y mucho más.
Ahora bien, estas semejanzas que hay entre ellos y nosotros (los rasgos comunes) no implican de manera necesaria que tengamos una descendencia común (es decir, un mismo antecesor, según la teoría de la evolución). Semejanza –o parecido– no significa ni implica parentesco, excepto si partimos de la base que la descendencia común es la explicación de tales rasgos comunes y tales semejanzas: pero éso era exactamente lo que debíamos probar. Éso era aquello adonde pretendíamos llegar. Esto es, sencillamente, poner “el carro delante de los caballos”.
Lo mismo podría decirse del plan vertebrado de estructura corporal que es, en efecto, propio de todos los vertebrados. El plan vertebrado de estructura corporal sólo puede ser considerado como una relación evolutiva (un vestigio, una reliquia evolutiva, le dicen) si de antemano definimos nocionalmente a toda relación posible entre los seres vivos como un efecto de la evolución, esto es, como una relación evolutiva. “Esto es efecto de la evolución”, dicen. Luego, hubo evolución. La explicación para estas semejanzas (u otras), sin embargo, podría no ser “un antecesor común” sino un diseño común. Cuando vemos dos automóviles muy parecidos no pensamos que uno “proviene de otro”. Cuando vemos dos motocicletas muy parecidas no inferimos que una “es descendiente de la otra”. Cuando vemos dos cuadros pintados por una técnica similar, pensamos que quizás es la misma persona la que ha pintado ambos.
Por lo mismo, el rasgo común puede no significar un antecesor común sino un diseño común: quizás nos parecemos todos un poco porque todos hemos sido diseñados por la misma Persona. La investigación no está obligada a afirmarlo pero que no nos hagan creer que está obligada a desechar esta posibilidad. Calla, Dawkins.

LA EVOLUCIÓN NO ES UN HECHO

Los propagandistas y científicos darwinistas pretenden llevarse puestos y atropellar a sus interlocutores cuando dicen, muy sueltos de cuerpo, que “la evolución es un hecho”. El precitado Richard Dawkins, uno de las principales espadas de la teoría a nivel mundial, ha llegado a escribir que:
Se puede decir con total certidumbre que si uno se encuentra con alguien que afirma no creer en la evolución, esta persona es ignorante, estúpida o está loca (o es malvada, pero preferiría no considerar esta posibilidad).



Como dice el brillante Dr. Raúl Leguizamón, glosando estas palabras, que cada uno se ponga en el lugar que quiera. Nosotros nos ponemos en un nuevo puesto: el de aguafiestas. Somos aguafiestas por el sólo hecho de plantearnos la posibilidad de que las cosas no sean tal y como nos las cuentan, y nos corresponderá el sayo de quienes osen poner en tela de juicio una teoría que gozaría de buena salud y de “un consenso prácticamente absoluto”, sin mayores problemas ni dificultades.
Un argumento de peso contra la afirmación de que “la evolución es un hecho” está en la opinión disímil de los mismos expertos evolucionistas. En efecto, algunos consideran la evolución como algo evidente; para otros, sin embargo, ella no es algo que se pueda ver. Algunos sostienen que el mecanismo que ha originado las especies y su cambio a través del tiempo es la Selección Natural; otros acuden a la teoría neutralista de Motoo Kimura; unos sostienen que la teoría explica el surgimiento de la vida a partir de lo inorgánico, mientras que otros pretenden que la evolución sólo explica la transformación de los seres vivos una vez que el primero ya existe.
Los científicos neodarwinistas se enojan cuando se les recuerda las discrepancias que ellos mismos tienen “puertas adentro”. Se apuran en advertir al público que, en estos casos, ellos sólo discuten aspectos o detalles de la teoría pero que de ninguna manera –válgame Dios– ponen en cuestionamiento “el hecho de la evolución”. Los que sí cuestionan no sólo las teorías sino, obviamente, el mismo “hecho evolutivo” son escarnecidos en las publicaciones darwinistas.
Lo cierto es que quienes objetan el neodarwinismo no pretenden hacerle creer a nadie que el punto de tales discusiones es otro que el real. El objetivo, por supuesto, es utilizar los argumentos del adversario para mostrar que la teoría de la evolución no tiene ni el carácter indiscutible (dado que es discutida) ni el carácter evidente (dado que algunos no lo ven), a pesar de sus propios propagandistas.

¿Y QUÉ HAY DE LOS ARGUMENTOS CONTRARIOS A LA EVOLUCIÓN?

En la literatura de divulgación, se ocultan o al menos no se exhiben muchos –por no decir prácticamente todos– los datos que pudieran servir como “prueba” contraria a la evolución. En los pocos casos en que éstos se presentan, están incluidos bajo el pudoroso término “problemas de la evolución”, “obstáculos”, “dificultades evolutivas”, “misterios evolutivos” o también “desacuerdos”. En estos términos se expresan algunos filósofos de la ciencia y/o teólogos del campo católico, como son Rafael Pascual, Mariano Artigas, Juan José Sanguinetti y Francisco Ayala.
Es un tema opinable, pero es nuestra opinión que muchas veces se presenta como “obstáculo” de la teoría de la evolución un dato o una evidencia que con pleno derecho podría simplemente ser denominada “refutación” de la teoría. El uso del término obstáculo podría decirse que “empata” técnicamente la discusión: se menciona el dato –ignorarlo no se puede– pero sin reconocerle propiamente el poder de refutación. Lo que llama la atención es que tampoco se mencione que otros científicos –y de indiscutible prestigio– consideren refutada la evolución en base a esa misma evidencia. Una presentación equilibrada de un asunto científico pondría a disposición de lector ambas visiones, no sólo una. ¿Quizás no se trate de un asunto puramente científico?
Se impone por tanto estudiar estos datos, esta información, para luego determinar qué valor podría dársele: ¿son meros obstáculos o propiamente refutaciones? Si se trata de una refutación lisa y llana (esto es, de un dato empírico que demuestra la falsedad de algún postulado de la teoría de la evolución), entonces no es lícito llamarlo simplemente obstáculo. Establecer el alcance de una demostración científica es difícil y discutible, ciertamente. Por eso se impone la pregunta: ¿qué demuestran estos datos acerca de la teoría de la evolución? ¿Y cuáles serían?
Como mínimo, los argumentos contrarios –basados, como lo están, en evidencia objetiva y reconocida por profesionales y especialistas– deberían al menos ser conocidos, con independencia del juicio que merezcan. ¿Por qué nunca se dice lo que “la otra parte” del debate opina en este tema? ¿Por qué nunca leemos o escuchamos que “existen” científicos prestigiosos que no aceptan la teoría de la evolución? Debería llamar la atención que se conozca el descargo de “sólo una” de las partes. Por eso, un indicio de la deshonestidad en torno a este debate está dado por el escaso conocimiento que tiene la opinión pública de las objeciones existentes a la teoría de la evolución.
La teoría tiene objeciones desde la paleontología, la genética, la biología molecular, la lógica, la filosofía, la matemática, etcétera. Más allá de que estas objeciones puedan tener, a su vez, contraobjeciones; independientemente de si las consideramos válidas o no, es una realidad  incontrastable que el público masivo no las conoce. A las personas se les enseña y se les instruye –sin ningún tipo de crítica– en una teoría que, como mínimo, está siendo discutida seria y profundamente. Ese mismo público recibe este único mensaje, que para colmo pretende sustentarse en la autoridad científica. Y el mensaje es: “La evolución es un hecho científico, todos los científicos del mundo apoyan esta posición y dudar de ella es propio de brutos e ignorantes. ¿Dónde se va a situar Usted, señor?”.
Así las cosas, se presenta la evolución como una teoría “ampliamente aceptada”, gracias a la cual el hombre moderno efectivamente estaría en condiciones de afirmar que, hace millones de años, una bacteria mutó en un pez, luego un pez en un reptil, más tarde un reptil en un mamífero, luego un mamífero en un mono y finalmente un mono en un hombre. Y esto es lo único que se conoce en el nivel de la opinión pública (colegios, libros de texto, documentales, museos de ciencias naturales, periodismo, cátedras). ¿Por qué no se conocen las objeciones a la teoría? ¿Acaso está blindada la teoría? Y si está blindada, ¿quién la blindó y por qué?
La única objeción relativamente conocida es “el eslabón perdido”. Se suele escuchar: “Si la teoría de la evolución fuese cierta, ¿dónde están los eslabones perdidos?”. Y es correcto el argumento. En efecto, la Paleontología no halla los innumerables eslabones perdidos que, según las predicciones de la teoría de la evolución, deberían estar. Hay unas pocos ejemplares que “acreditan” la transición entre mono y hombre –ejemplares que, por otra parte, están también bajo crítica–, olvidándose que la teoría no predice la existencia de “unos cuantos” sino de innumerables fósiles intermedios. Y no sólo entre el mono y el hombre; entre todas y cada una de las especies. Más adelante abordaremos en profundidad a esos pocos “eslabones perdidos”.
Sin embargo, hay tanto, tanto más que puede decirse contra la teoría (no sólo en Paleontología sino en otros campos) que los evolucionistas la sacan muy barata si en su contra sólo se dice: “Faltan los eslabones perdidos”.
En la tarea de presentar los argumentos contrarios a la teoría de la evolución, no estamos solos sino en muy buena compañía. En primer lugar, nos acompaña el ya mencionado Raúl Leguizamón. Sus trabajos los conocimos gracias a la Revista Cabildo y fue dado a conocer masivamente por Editorial Vórtice. Obras suyas son En torno al origen de la vida, Y el mono se convirtió en hombre, Breve análisis crítico de la teoría de la evolución biológica, entre otras. Tiene además una prolífica producción de valiosos artículos al respecto[2]. No podemos omitir tampoco el nombre del querido Padre Carlos Baliña y la noble labor que significan sus conferencias[3]. También puede mencionarse el trabajo del recientemente fallecido Aníbal D’Angelo Rodríguez, llamado “Evolucionismo y progresismo[4]. Cabe mencionar asimismo el pequeño ensayo del Dr. Enrique Díaz Araujo, “Evolucionismo y fraude”, que fuese editado por la entonces gloriosamente vigente Editorial Mikael[5]. A su turno, la UNSTA editó en los años 70’ el libro “Más Allá de Darwin”, escrito por Roberto Fondi (Paleontólogo) y Giuseppe Sermonti (Biólogo molecular), obra de cierta difusión en la Argentina, prologada por el Padre Aníbal Fosbery OP.



BASTA DE INTRODUCCIONES Y VAYAMOS A LOS ARGUMENTOS. PRIMERO

La mentada transición o desarrollo gradual (elemento clave de la síntesis neo-darwinista, la teoría oficial de la evolución hoy en día) tiene sus “dificultades”, por lo menos. Por ejemplo, tomemos la excelente pregunta del científico de primer nivel –y evolucionista– Stephen Jay Gould: ¿De qué sirve el 5% del ojo?
Desarrollemos el argumento.
Si entre los infinitos órganos y sistemas de los seres vivos (vegetales y animales) tomamos, por ejemplo, el ojo humano y pensamos en cómo podría haber evolucionado, entonces –según la teoría– hay que admitir que hasta que llegase a completarse, este órgano pasaría por sucesivas etapas evolutivas. Antes del 100%, el ojo humano habría sido el 90, el 70, el 50, el 30, el 10, el 5 de su totalidad y en algún momento habría sido apenas el 1%. ¿Por qué? Porque, según uno de los postulados básicos de la teoría de la evolución, la transformación de especies ocurre muy lentamente: millones de cambios acumulados a lo largo de millones de años (gradualismo). Ahora bien, lo que se sabe actualmente del ojo humano es que necesita para su pleno funcionamiento que todas las partes del mismo estén formadas. Aún para un funcionamiento no pleno debe estar casi intacto.
Si el ojo humano, para funcionar como tal, debe estar prácticamente intacto, entonces uno podría pensar lo siguiente: en la casi totalidad del tránsito evolutivo según el cual un ojo menos complejo se iría transformando, paulatina e infinitesimalmente, en otro más complejo, este semi-ojo o semi-semi-ojo “en proceso” no serviría en absoluto para la visión. No sería útil. El ojo sería útil sólo al final del proceso pero no “durante”: esto es, sería inservible en más momentos (muchos más) que en aquellos en que reportaría alguna utilidad. El pequeño detalle o “problema” es que la teoría sostiene que la evolución mira a la utilidad de los órganos: sin un órgano funcionando y capaz de alguna utilidad, la Selección Natural no tiene dónde o sobre qué operar. Así lo dice la teoría. Pero entonces, ¿de qué sirve entonces el 10 o el 50% del ojo?




SEGUNDO ARGUMENTO

Hay datos científicos de la Paleontología que no sólo no respaldan sino que incluso contradicen las predicciones de la teoría de la evolución. Tampoco son conocidos.
La teoría de la evolución darwinista predice que las formas fósiles intermedias deben ser de de una cantidad “inconcebible”. Evidentemente, si el proceso evolutivo es majestuosamente lento, eminentemente gradual –implicando la acumulación de millones de pequeños cambios a lo largo de millones de años– las formas intermedias entre los seres que conocemos actualmente y que nos parecen tan distintos, deben ser innumerables.
Ahora bien, estas formas intermedias entre los distintos tipos de animales (por ejemplo, entre un ratón y una ballena) no aparecen en el registro fósil. Ausencia de evidencia. Pero el asunto se complica porque, si lo pensamos bien, sí hay disponibles fósiles de ratones, “más antiguos” que sus posteriores formas “de transición”. Y por supuesto que existen fósiles de ballenas, mucho más próximos a nosotros que los eslabones perdidos. No aparecen sin embargo los antecesores, a pesar de que supuestamente muchos de ellos serían fósiles más cercanos en el tiempo, mucho más, que otros.
Más datos: hay fósiles que aparecen súbitamente, sin que se los pueda conectar con otras formas preexistentes. No aparecen los eslabones perdidos en la cantidad abrumadora que se suponía que deberían estar[6]. Sólo unos cuantos ejemplares, muy discutidos, presentados en base a presuposiciones frágiles, exhibidos sin la menor de estas aclaraciones. A estos ejemplares, los críticos no los llaman eslabones perdidos sino “fósiles mosaico” [7].
Este obstáculo sin embargo fue visto ya por Darwin. Darwin lo resolvió sosteniendo que “El registro fósil es imperfecto”, lo cual en esa época era una respuesta relativamente viable, una defensa crítica de su propia teoría, la cual tenía todo el derecho del mundo a hacer. Ahora bien, no olvidemos que era una defensa: esto es, un salto hacia delante para explicar un obstáculo. Ahora bien, pasó el tiempo, décadas de investigación, y el registro fósil en la actualidad es sustancialmente el mismo que en épocas de Darwin. Los datos no confirman ni respaldan la aparición sucesiva y gradual de las formas vivas.
Pero hay más.
El neodarwinismo sostiene que las especies no dejaron de cambiar, esto es, de evolucionar. La evolución sería un proceso irresistible: es otro de los pilares de la teoría de la evolución. Ahora bien, ¿qué datos arroja la Paleontología? Los paleontólogos registran en toda etapa geológica y en todo lugar un fenómeno: la “estasis”. ¿Qué es esto? Se llama estasis al descubrimiento de formas fósiles antiguas que son prácticamente idénticas a animales que existen en la actualidad. Esto significa que tales especies han permanecido inmutables, sin cambios, a lo largo de cientos de miles y millones de años[8].

SALVANDO AL DARWINISMO: EL EQUILIBRIO PUNTUADO

Estos y otros problemas que formaron parte del escenario gradualista fueron advertidos por los evolucionistas y discutidos ardientemente, pero en casi todos los casos se los consideró disputas “internas”; chocaban las explicaciones, colisionaban las teorías de la evolución pero nunca peligraba la afirmación central: más allá de estos obstáculos que puedan parecer insalvables, habrá que seguir investigando, las respuestas aparecerán tarde o temprano, pero no podemos dudar que, de un modo u otro, hubo evolución. De ésto no se duda (ni se puede dudar). Sin embargo, con el tiempo, no resultó  posible impedir que los obstáculos se incrementaran. Cada descubrimiento sumaba intranquilidad al bienestar de la teoría, no confirmación.
En el terreno de la Paleontología, el deseo de evadir estos obstáculos –presentados por el registro fósil– desembocó en la reformulación del darwinismo. Así se alumbró, podríamos decir, la teoría del equilibrio puntuado, formulada por el mencionado S. Jay Gould y Niles Eldridge. Según estos dos importantes evolucionistas, el proceso evolutivo no debía pensarse ya al modo tradicional, esto es, como un proceso que fuese gradual en todas las etapas de su desarrollo. Antes bien, la evolución podía concebirse como un proceso que fuese a veces gradual y otras veces rápido, repentino, explosivo. Podía haber saltos.
De ese modo, se evitaba el fatigoso escollo representado por los datos –convertidos en argumentos– contrarios al gradualismo. Se presentaba así una teoría que “afortunadamente” coincidía con dos resultados que durante años la Paleontología venía arrojando; el primero era la aparición súbita de formas fósiles en el registro, como mencionamos más arriba.
Este resultado también había constituido una seria dificultad. La aparición era súbita dado que no se logró identificar, a pesar de múltiples esfuerzos, los supuestos ancestros de las fósiles que se estaban descubriendo. En efecto, si en una capa geológica encontramos un ser muy complejo y en la capa geológica anterior no encontramos sino seres muy simples, eso descoloca a los que piensen que el ser complejo proviene del ser simple. ¿Por qué? Porque, efectivamente, no es creíble para un evolucionista digamos ortodoxo que un ser tan simple se convirtiese súbitamente en un ser tan complejo: la evolución, recordémoslo, es un proceso absolutamente gradual, donde modificaciones infinitesimales se agregan unas sobre otras. Sin embargo, la novedosa teoría del equilibrio puntuado –salida de la testa del dúo Gould and Eldridge– evadía este obstáculo. La “aparición súbita” de formas en el registro fósil ya no era una amenaza porque afortunadamente el proceso evolutivo podía ocurrir con mayor velocidad que la tradicionalmente aceptada.
El corazón del hecho evolutivo estaba siendo rescatado por una creatura que fue denominada por muchos saltacionismo. Saltos evolutivos.
Entre otras “virtudes” del equilibrio puntuado, esta reformulación permitió incorporar otra conclusión de la ciencia paleontológica, antes también vista como reacia. Se incorporó el dato de la desaparición extremadamente repentina de ciertas especies, comúnmente atribuida a algún tipo de exterminio. ¿Por qué era un resultado reacio? Es parte de lo que ya hemos venido diciendo: la teoría darwinista sostenía que las formas más adaptadas iban ocupando gradualmente el lugar de las menos adaptadas, que irían desapareciendo por obsolescencia[9], también de manera muy lenta. Tanto el surgimiento como la desaparición de especies son pensados, en el neodarwinismo, como procesos majestuosamente lentos y graduales. Un extermino repentino, sin embargo, era todo lo contrario. Pero esa conclusión ya no amenazaba la teoría, ya no había que omitirla o hablar de ella tan sólo de soslayo. Por obra y gracia de Gould–Eldridge, ya no estamos obligados a pensar la evolución de una manera tan lenta.
 El equilibrio puntuado o saltacionismo, así, permite permanecer dentro del marco evolucionista sin el fastidio de verse obligado a concebir los embarazosos semi-ojos o semi-alas o algún otro tipo de órgano semi formado, propio de los “eslabones perdidos”, entidades que desafían la imaginación y que nunca demostraron ser más que el fruto de la hábil especulación humana. Igualmente, tampoco sería necesario ni encontrar ni buscar en el terreno a estos eslabones: la teoría ya no los precisa. En efecto, se puede invocar un cambio a gran velocidad y así explicar plácidamente la ausencia de formas fósiles intermedias, ausencia que por supuesto coincide con lo que la Paleontología nos muestra.

CRÍTICA

Ahora bien, este planteo del equilibrio puntuado será todo lo que se quiera pero sería faltar a la verdad sostener que proviene de un “descubrimiento”. Efectivamente, no se descubrió que los seres evolucionan “a veces” rápidamente. Esta explicación tiene otro origen. Se la postuló para un fin muy concreto. El objetivo de esta reinterpretación de la teoría de la evolución es meramente dialéctico: defender desde el punto de vista nocional el hecho evolutivo frente a las serias críticas que venía acumulando a causa del elemento gradualista de la teoría, presente en la mente de Darwin y de los científicos de la síntesis neo-darwinista.
Es importante entender que el gradualismo no es un condimento accidental de la teoría sino una aseveración constantemente afirmada por evolucionistas de primer nivel, como por ejemplo Richard Dawkins, zoólogo de Oxford ya citado varias veces en este trabajo. Él dice que la evolución debe ser gradual; de lo contrario, sostiene, la evolución no puede tener ningún poder explicativo. Independientemente de que uno esté de acuerdo, lo cierto es que en este asunto se sigue claramente a Charles Darwin, el cual consideraba que la naturaleza no daba saltos (natura non facit saltum). Más aún: Darwin llamó “basura” a cualquier explicación que los incluyese, dado que este “salto” no era sino un nombre alternativo al milagro. A su vez, muchos científicos descreen de toda forma de saltacionismo[10].
El punto de mayor importancia argumentativa, a nuestro juicio, es la imposibilidad de conciliar el equilibrio puntuado (que es una entidad psíquica, abstracta, no se ve) con la evidencia (que es lo que está ahí, lo que se ve). En efecto, según la visión neodarwinista, el motor de la evolución eran las mutaciones genéticas aleatorias. Se llama mutación genética aleatoria a un accidente molecular. Esto es, a un error en el proceso de copia de la información genética.
Pues bien, como dijimos, estas mutaciones –observables, cuya existencia no está en discusión– serían el “motor” de los grandes cambios en todas las especies. Así, se observa en los laboratorios que estas mutaciones son pequeñas y sucesivas. Es más: apoyados en esta evidencia, los neodarwinistas sostuvieron durante décadas que las mismas se heredaban y acumulaban, produciendo gradual y lentamente la transformación de las especies. Darwin nunca lo supo (fue descubierto mucho después), pero según los darwinistas el proceso evolutivo al que Charles se refería no estaba motorizado sino por las mutaciones genéticas aleatorias.
Ahora bien, ¿se puede conciliar ésto con el saltacionismo?
Es evidencia científica (no interpretación, no conjetura) que estas mutaciones no se aceleran ni se desaceleran. Ocurren todo el tiempo y al mismo ritmo. No tienen lugar más o menos rápido. Lo que se debate no es en absoluto su existencia –objeto de evidencia– sino si ellas tienen, o no, el poder de hacer aparecer nuevos órganos y nuevas especies. Por estos motivos, el descubrimiento de cierto “ritmo uniforme” en las mutaciones no puede ser interpretado sino como un duro golpe al equilibrio puntuado: ya no se puede sostener que la velocidad de los cambios es variable.
Por último, muchos científicos evolucionistas son escépticos respecto a la idea de que las micromutaciones –esto es, errores de copia– sean capaces de generar las maravillas del mundo biológico. Jean Rostand, científico ateo y evolucionista, sostuvo: “Las mutaciones, que se quieren tornar responsables por la evolución del mundo vivo, son privaciones orgánicas, son deficiencias, pérdidas de pigmento o desdoblamientos de órganos. Nada traen de nuevo, de original en el plano orgánico y funcional, nada que sea el fundamento o el comienzo de un nuevo órgano. No, no puedo pensar que el ojo, el oído y el cerebro se hayan formado de ese modo”[11].

PALEONTOLOGÍA Y CREACIÓN. LOS “DÍAS” DEL GÉNESIS

Si bien es verdad que los resultados que arroja la Paleontología (recordemos: 1-la ausencia de formas intermedias; 2-la aparición súbita y repentina de especies fósiles, imposibles de conectar con formas más básicas anteriores; 3-la estabilidad de las especies) pueden dar pie a reformulaciones viciosas como, por ejemplo, el saltacionismo, también debe decirse que estos resultados pueden abrir el juego a la reflexión científica en consonancia con la fe. Precisamente, con el relato de la creación del Génesis: Dios creando el mundo y sus seres en seis momentos separados, “los seis días de la creación”.
Nos explicamos.
En la literatura sobre estos temas, abunda la desembozada de lo que se ha dado en llamar popularmente como “literalismo”. Así, no falta el caído del catre que guste y se relama atacando a los literalistas por pensar que el universo fue creado en seis días, blasonando su muy ufano carácter moderno, mientras sostiene que la ciencia es compatible con la fe dado que “la Revelación es algo que se siente”. Creemos que es el lugar para decir que se trata muchas veces de una mera pose intelectual. El Espíritu Santo (quien inspiró la Biblia, según creemos los católicos) no necesitó de la ayuda de los modernos anti-literalistas ni de las condenas al literalismo para que su relato fuese compatible con la ciencia. En efecto, no hay necesidad de interpretar la palabra “día” como el día solar de 24 hs. Lo sabemos no porque hagamos escarnio del literalismo sino porque fuimos al diccionario. La palabra día (yom, en hebreo) significa tanto día solar como ‘período indeterminado de tiempo’. Enrique Denzinger así lo afirma en su famoso compendio de la Doctrina de la Iglesia Católica[12]:
Duda VIII: Si en la denominación y distinción de los seis días de que se habla en el capítulo I del Génesis se puede tomar la voz Yom (día) ora en sentido propio, como un día natural, ora en sentido impropio, como un espacio indeterminado de tiempo, y si es lícito discutir libremente sobre esta cuestión entre los exégetas. Resp.: Afirmativamente.


De modo que la Iglesia ya sabía, hace tiempo, que el significado de la palabra “día” no estaba restringido al día solar de 24 hs. Puede que signifique eso, puede que no.
Por tanto, los registros que nos hablan de especies surgidas hace millones de años, ¿pueden ser utilizados contra la veracidad del Génesis? La respuesta es negativa. Esto nos lleva a un punto de suma importancia: ningún dato auténticamente científico colisiona con la fe; al contrario, si es científico, es compatible con ella.
Segunda conclusión: lo que leemos en el Génesis puede ser perfectamente compatible, coincidente, con los datos vistos de la Paleontología. ¿Por qué? Si vamos al texto bíblico, leemos que Dios creó a todos los seres separadamente (lo que se denomina comúnmente “creación especial”). Dios va creando los seres en seis días distintos. Ahora bien, como reconocieron los mismos evolucionistas que idearon el equilibrio puntuado, no hay nada en el registro fósil que nos lleve a pensar que los seres provienen unos de otros. ¿Nunca pensamos que esto mismo concuerda perfectamente con la Biblia?

Entonces, ¿una verdad sobrenatural puede ser probada por la ciencia?

El párrafo anterior podría llevarnos a pensara que estos datos científicos demuestran las verdades de la fe sobre la creación, narradas en el Génesis. ¿Es así?
En sentido estricto, si tomamos en cuenta el significado preciso del verbo demostrar, la respuesta es no.
Los auténticos datos paleontológicos no demuestran las verdades sobrenaturales que leemos en el Génesis. ¿Por qué? Porque estos puntos de la fe –justamente por su carácter sobrenatural– son inaccesibles a la demostración racional humana. Aunque el hombre pueda conocerlos por Revelación, no puede probarlos. Sin embargo, lo que sí queda demostrado gracias a la Paleontología –digámoslo con claridad– es la falsedad de quienes sostienen que la Paleontología sea un obstáculo para creer en el Génesis. Falsedad difundida por los divulgadores del darwinismo, con todos los medios de comunicación a su disposición. Los seis días de la creación podrían haber sido seis períodos indeterminados de tiempo; y así, no hay obstáculo para un creyente en suponer un Planeta Tierra de millones de años de edad. Sean millones o sean miles de años, la Paleontología no obstaculiza en absoluto la inteligencia de un creyente que quiera adherir al libro del Génesis.
Los paleontólogos darwinistas hablan de “aparición repentina de fósiles” en el terreno. En realidad, no es que aparecen repentinamente. Lo que ocurre es que estos científicos no hallan las formas de transición entre los fósiles más nuevos que tienen y otros, más antiguos. Por eso creen que se trata de una repentina aparición cuando, en realidad, simplemente podrían estar investigando formas que no tienen relación alguna entre sí. De todas maneras, la ausencia de formas fósiles intermedias coincide y es compatible con la idea de creaciones separadas, tal como se lee en los primeros capítulos del Génesis. En el texto sacro, efectivamente, Dios crea animales y vegetales en seis momentos distintos: posiblemente seis períodos indeterminados de tiempo distintos.
Si bien esto no permite demostrar la verdad del Génesis, como explicamos, lo cierto es que tampoco puede ser utilizado como argumento contra la veracidad de este libro sagrado. El registro fósil empalma perfectamente con lo que leemos al comienzo de la Biblia. Por tanto, el registro fósil da más respaldo a “la aparición repentina” de seres distintos que a la aparición gradual, a partir de un único ancestro común, propia del darwinismo.



Esta aparición repentina es compatible (aunque no demostrativa) con el relato de la creación.
Subrayemos que la creación del universo como obra de Dios no es una verdad de orden científico. Si los científicos creacionistas lo afirmasen, por muy buenos científicos que fuesen, errarían en el campo teológico. Se trata, por el contrario, de una verdad revelada directamente por Dios. Eso ratifica, por tanto, que ningún dato (si es auténticamente científico) puede rebatir la verdad sobre la creación. Al contrario, a priori (por la confianza que tenemos en Dios que es la Verdad y que no puede contradecirse), sabemos que los verdaderos datos científicos no pueden ser incompatibles con la fe. A posteriori, luego de un estudio, sabemos que los verdaderos datos científicos no respaldan ni son compatibles con la teoría de la evolución.

LAS PRUEBAS DE LA EVOLUCIÓN DARWINISTA

Los evolucionistas, por supuesto, no se rinden y ante las objeciones, los reparos o siquiera las dudas, presentan sus “pruebas” de la teoría de la evolución. Y cuando ciertos intelectuales o estudiosos católicos hablan de evolución, lamentablemente siguen el mismo patrón argumentativo. Así, utilizan el término “evolución” en sentido ambiguo. Por ejemplo, se cita el aumento de la resistencia de una bacteria frente a los antibióticos como ‘ejemplo de evolución’ cuando en realidad sólo estamos ante un perfeccionamiento. Es una mejora y no “una evolución”: la bacteria no se transformó. No deja de ser bacteria para pasar a ser otra cosa, sigue siendo bacteria.
Otro ejemplo presentado son los insectos. Se ha podido observar que los mismos insecticidas que mataron a las plagas anteriores ya no son igualmente eficaces con el resto. Por tanto, se infiere que los insectos se han vuelto más resistentes. Es verdad, son más resistentes. El asunto es qué nombre debe asignársele a ésto. ¿Por qué llamarlo evolución si el insecto no se ha transformado, esto es, si no ha dejado de ser insecto? Sin contar que si el insecticida mató a los bichos anteriores, los muertos ya no pueden evolucionar. ¡Y los que quedaron, simplemente no fueron destruidos! No tiene sentido decir que tales insectos evolucionaron: simplemente, unos murieron a causa de los insecticidas y otros sobrevivieron.
Estos ejemplos y otros más que se suelen citar (el cambio de color de las polillas, las mutaciones de las moscas de las frutas, el pico de los pinzones, etc.) no son en realidad problemáticos ni maravillosos. Simplemente son objeto de evidencia científica pero no son “confirmación” de la evolución, al menos no son confirmación definitiva y concluyente. Lo único que está probado es lo que se conoce como microevolución, es decir, pequeñas variaciones en la descendencia de ciertas especies. Esta microevolución tuvo lugar tanto de manera natural (los ejemplos que Darwin registró: los famosos picos de los pinzones de las Islas Galápagos) como también mediante la aplicación de la inteligencia científica del hombre.
La primera es la que Darwin llamó selección natural. La segunda, producida o desencadenada por la mano humana, se llama corrientemente selección artificial.
Los cambios observados en los animales, sin intervención humana, fueron cambios “de la especie”. La especie cambió en lo accidental: polillas que alteraron su color claro, pasando a un color oscuro como efecto de los cambios en el ambiente generados por las máquinas, en la época de la Revolución Industrial. Muy bien, hubo estos cambios. ¿Y? Como dice el Padre Carlos Baliña, “es la variación propia de la especie”. No hay surgimiento de una nueva especie. Para colmo de males, nótese que antes de la revolución industrial ya existían polillas oscuras. ¿Qué cambió, entonces? La proporción. Nada más y nada menos. Por último, una vez reducida la contaminación en Inglaterra, volvieron a predominar las polillas de color claro: como al principio. Para los darwinistas, sin embargo, si puede ocurrir el cambio de color de una polilla, entonces un pez puede convertirse en un anfibio (¡!). Con el pico de los pinzones es igual: ok, se incrementó el tamaño del pico en un 5%, según los estudios, después de unas sequías[13]. ¿Y qué? A los pocos años, el tamaño medio de los picos de los pinzones volvió a la normalidad.
Por otra parte, es cierto que la selección artificial generó seres con ciertos rasgos (no necesariamente ventajosos) que su progenitor no tiene. Aún así, se trató de seres de la misma especie que su progenitor. Por ejemplo, se realizaron experimentos con moscas de la fruta: un animal que muta con facilidad. Se ha logrado generar moscas de la fruta con cuatro alas, moscas con pies en la cabeza. Ahora bien, ¿es una ventaja tener los pies en la cabeza? Mutantes “discapacitados”, ¿son materia apta para un proceso como la “evolución”, concebido como un despliegue que sólo actúa sobre organismos útiles? ¿Por qué estos resultados convencen a los intelectuales católicos de que Dios es “el motor de la evolución”?



Todo ésto sin contar que la selección artificial es, por supuesto, efecto de la inteligencia del hombre que se aplica deliberadamente a la ciencia. Por eso es que no puede ser tomada como prueba de la evolución (ni por los intelectuales católicos empeñados en conciliar esta teoría con la fe, ni por los agnósticos y/o ateos neodarwinistas). Ahora bien, según el neodarwinismo, la “selección natural” sería un proceso ciego, sin propósitos, sin objetivos (si hubiese objetivos, si hubiese un propósito, entonces habría, lógicamente, Alguien que planea, que piensa ese propósito). ¿Qué cosa prueba una microevolución guiada por la mano humana? ¿Queda probada la evolución de las especies? ¡Pero si la evolución de las especies es un proceso insensible, ciego, sin planes ni guías!
Dice el gran Phillip Johnson, uno de los críticos número uno del neodarwinismo en Estados Unidos:

La naturaleza ha tenido mucho tiempo, pero simplemente no ha estado haciendo lo mismo que han estado haciendo los experimentadores.
Por lo tanto, ¿hay base para afirmar que los resultados de la selección artificial –la cual tiene lugar gracias a agentes inteligentes– son una prueba, ni siquiera indirecta, de la capacidad de la selección natural de “crear nuevos órganos” y/o “hacer surgir nuevas especies”? ¿Tiene la selección artificial este poder, que le atribuye el neodarwinismo?
Recordemos que, para los neodarwinistas, la selección natural es pensada como un mecanismo eminentemente ciego. Por eso, se impone preguntarse: La evidencia de la microevolución –nunca objetada ni por los antidarwinistas ni por los creacionistas–, ¿implica la realidad de la macroevolución? ¿La realidad de la microevolución permite sostener –y sostener absolutamente, como lo hacen ellos– que las especies se transforman en otras? Lo cierto es que la transformación no sólo no se ve confirmada sino que acumula más dificultades y objeciones. Sostener lo contrario es utilizar la fuerza de la microevolución para respaldar la macroevolución.
En todos los casos presentados como “prueba” por los mismos evolucionistas, estamos hablando de otro ser. Otro ser que, aún no siendo idéntico, se ubica en la línea de la especie de su padre. Las polillas siguen siendo polillas, los pinzones siguen siendo pinzones, las moscas no dejan de ser moscas. Ésto es lo único que tienen los evolucionistas. Por eso es necesario subrayar: una cosa es el cambio de la especie y otra cosa es el cambio de especie. Son cosas completamente distintas. La filosofía aristotélica da en el clavo, distinguiendo entre el cambio accidental y el cambio sustancial. Dado que se habla de distintas cosas, convendría utilizar palabras distintas.

¿Y QUÉ HAY DE LOS TAN MENTADOS CREACIONISTAS?

Se hace mucho escarnio de los creacionistas y de los llamados ‘fundamentalistas bíblicos’ por el tema de la edad de la tierra. En general, se los descalifica porque ellos sostienen una tierra joven, que no tendría más de 10.000 años. Un planeta joven contrasta, por supuesto, con los millones de años que habría tenido nuestro mundo, siguiendo los cálculos de los científicos evolucionistas. De ahí que estos científicos sean resistidos. El tono de los ataques a ellos dirigidos, como también su contenido, revela una gran arbitrariedad. En las publicaciones que hemos consultado, prácticamente siempre son atacados sin pruebas e incluso sin siquiera citarlos. No se los menciona ni se explica cuáles son sus razones. Santo Tomás de Aquino rebatió infinitos argumentos en su Suma Teológica, pero por lo menos se tomaba la molestia de exhibirlos. Muchos lectores incluso han creído, por la manera en que Santo Tomás los presenta, ¡que él los adoptaba! Los evolucionistas, al contrario, simplemente escupen con la palabra cubriendo de descalificaciones a los creacionistas que, ni siquiera, son mencionados.
Una interminable catarata de ad hominem cubre la literatura evolucionista–darwinista. Poco rigor desde el punto de vista intelectual que fácilmente se disculpa ya que en este caso se dirige contra personas que se toman la Biblia “demasiado en serio”. Al fin y al cabo, lo que no debe ser no puede ser: y si –siguiendo la atmósfera antirreligiosa del mundo contemporáneo– “no debemos” tomarnos las Escrituras demasiado en serio, no podemos aceptar que otros así la tomen. Por eso, en la inmensa mayoría de las publicaciones –tanto por boca de los darwinistas como de ciertos intelectuales católicos– se respira un único mensaje. Y el mensaje es: “Creacionistas: rendición sin condiciones”[14].

UN GULAG CIENTIFICISTA

Observemos el estado actual de la ciencia en el Norte. El stablishment evolucionista estadounidense y británico está alineado con el neo-darwinismo. Hay un video en Youtube[15], filmado por un periodista norteamericano y judío llamado Ben Stein, que desnuda la persecución –que ha tenido y tiene lugar en los Estados Unidos– por parte de las Academias y Centros de Enseñanza contra los científicos no darwinistas; el video muestra cómo ellos fueron perdiendo sus trabajos, cómo fueron siendo objeto de escarnio, cómo se los vilipendió y cómo se cortaron las alas a sus prometedoras carreras. ¿Por qué motivos? Por el simple hecho de que estos científicos brindaron un trato equilibrado (en sus cátedras o en sus artículos) a teorías alternativas al darwinismo, como por ejemplo el Diseño Inteligente (Intelligent Design). ¿Y entonces? Aparentemente, este “trato equilibrado” brindaba un mínimo de credibilidad a estas explicaciones no darwinistas. Carreras muy prometedoras de científicos de primer nivel que fueron cercadas a causa de este gulag cientificista.
Esto lleva a dos importantes conclusiones respecto del tan mentado “consenso”, siempre presentado como casi absoluto, en torno a la teoría darwinista. En primer lugar, se puede objetar el argumento de autoridad. En efecto, suele difundirse: “todos los científicos de primer nivel aceptan la teoría de la evolución”. La realidad indica otra cosa, no guste o no: un número cada vez mayor de científicos están pensando las ciencias biológicas por fuera del marco de la evolución o incluso contra este marco. Pensemos si no en el Manifiesto “A Scientific Dissent from Darwinism” (Un disenso científico al Darwinismo), en inglés[16] y en castellano[17]. El manifiesto arroja la nómina de no menos que 800 profesionales en todo el mundo[18], de las más diversas disciplinas, que han avalado la siguiente frase:
Somos escépticos acerca de las afirmaciones de que las mutaciones aleatorias y la selección natural puedan explicar la complejidad de la vida. Debe fomentarse un cuidadoso examen de la evidencia a favor de la teoría darwinista.

En segundo lugar. Si acaso hubiese un consenso, si hubiese alguna mayoría al respecto, hay que decir con toda claridad que se trata de un consenso impuesto a sangre y fuego; un consenso alcanzado por medio de una persecución ideológica, lo cual –lejos de probar la irresistible presión de la evidencia a favor de la teoría– constituye un fuerte e innegable indicio de su vulnerabilidad. En efecto, si la evidencia disponible es incontrastable, ¿Por qué sería necesario presionar? Es imposible, por tanto, ignorar o pasar por alto este apetito de poder. Se trata de una voluntad despótica. Los mismos que se quejan de la obra de la Inquisición en España (argumento a la orden del día para desacreditar la religión católica) son los que practican una inquisición ad intra absolutamente arbitraria y que, a diferencia de la noble institución castiza, no da posibilidad al acusado de defenderse y no conoce el perdón[19].

¿QUÉ DICEN LOS CATÓLICOS QUE ACEPTAN LA EVOLUCIÓN?

Algunos intelectuales y escritores católicos –como Mariano Artigas– dicen que todas las objeciones y reparos que se pueden hacer pesan y gravitan ciertamente sobre la teoría de la evolución (es decir, sobre cómo o de qué manera los seres se transformaron). Aceptan que la teorización del proceso sea problemática. Sin embargo, tales dificultades no pesarían acerca del “hecho evolutivo”. Estos estudiosos, por lo general, aceptan ciertos tipos de cuestionamientos pero, sin embargo, mantienen como incontrovertible el “hecho” de la evolución. ¿Hubo evolución? Sí. ¿Cómo? Se discute, está muy discutido, no sabemos, no se sabe. Y son figuras destacadas dentro del campo del pensamiento católico, por eso nos ocuparemos de sus argumentos. Se impone preguntarse lo siguiente:

·         ¿Se puede separar la teoría del hecho de la evolución?

Creemos que no. Consideramos falsa esta separación. Y contradictoria.
El motivo es simple.
Todos los acercamientos que tenemos a la comprensión del “hecho” de la evolución dependen de lo que nosotros comprendemos de la teoría. Para decirlo sin tantas vueltas, vemos lo que esperamos ver. O, si se quiere, vemos lo que suponemos que está pasando. El método científico está atravesado de psicología y Karl Popper escribió palabras memorables sobre ésto. ¿Cómo iremos a buscar pruebas si no sabemos dónde podrían estar? ¿Y cómo podríamos reconocer un dato como “prueba”, como “indicio” y llamarlo prueba o demostración si no tenemos una idea de lo que queremos demostrar?
Si somos acríticos, siempre encontraremos lo que queremos encontrar; buscaremos y encontraremos confirmaciones, apartaremos la mirada y no veremos cualquier cosa que pudiera ser peligrosa para nuestra teoría favorita.
Y concluye Popper: “De este modo es simplemente demasiado fácil obtener lo que parece ser evidencia abrumadora a favor de una teoría que, si se hubiera abordado de forma crítica, habría sido refutada”[20].
Aclarado ésto, corresponde preguntarse si tiene sentido mantener el “hecho” de la evolución cuando se admite que –a causa de la acumulación de críticas– nos hemos quedado sin una definitiva e incontrastable teoría de la evolución.
Lo cierto es que sólo gracias a una teoría que nos diga cómo ocurrieron las cosas es que podemos asignar a un fenómeno determinado tal explicación, tal propiedad. Ahora bien, todo mecanismo calificado como evolutivo está hoy bajo fuego, seria y gravemente cuestionado. Por tanto, es forzoso considerar que también está cuestionado el hecho de la evolución. Si nos quedamos sin “teoría” de la evolución, la triste verdad (triste para los que han edificado su vida en base a hipótesis y conjeturas) es que no queda razón científica alguna para sostener “el hecho evolutivo”. Por eso es que la crítica de las teorías de la evolución no puede menos que gravitar sobre el mismo “hecho” de la evolución.
Es imposible, así las cosas, no verse llevado a cuestionar el mismo hecho de la evolución. Por eso, cuando hablamos de evolucionismo católico, forzosamente hablamos o bien de una evolución gradual o bien de una evolución a grandes saltos. Y si hablamos de una evolución gradual, los católicos evolucionistas deben explicar por qué la evolución-gradual-dirigida-por-Dios no adolece de las mismas fracturas y debilidades que la evolución gradual darwinista.
Idéntica dificultad se les presenta si desean hablar de una evolución-por-saltos-dirigida-por-Dios.
La pretensión de este “evolucionismo católico” involucra errores conceptuales y procedimientos viciosos desde el punto de vista intelectual. Pero también puede involucrar, lo cual es peligroso, una renuncia a la virtud de la esperanza. ¿Por qué?
Porque frente a este gulag cientificista, es decir, frente este “consenso” injusto, arbitrario, anticientífico y antimoral, todo bautizado debería oponerse. Su deber, sobre todo si se tratase de un sacerdote o intelectual, no es tender la mano a la teoría de la evolución (darwinista o no) sino combatir esta pretensión totalitaria que conspira contra la necesaria libertad de investigación académica, la cual tiene su razón de ser en la verdad. Renunciar a librar este combate y sumarse al carro de los vencedores –en una patética actitud de hacer leña del árbol caído, gritando ¡Viva quien vence! como Sancho Panza– es un pecado contra la esperanza[21].

“LAS” TEORÍAS DE LA EVOLUCIÓN

Se suele escuchar y leer que correspondía hablar no de la teoría sino de las teorías de la evolución, dando a entender que había varias teorías y no sólo una. Así, algunos proponen “distinguir” entre una teoría evolucionista atea, materialista, cientificista y anticristiana, negadora del principio de finalidad de la naturaleza (y ESA teoría y ESE tipo de evolución sería incompatible con la fe)… mientras que “otras teorías” que propusiesen un proceso evolutivo guiado por la Inteligencia Divina no merecerían ese juicio. De este modo, esa noción de evolución sería compatible con la fe.
Ahora bien, es cierto que existen teorías de la evolución y que son distintas entre sí pero la explicación de esta pluralidad podría sorprender a muchos.
Durante muchos años, la teoría de la evolución sostuvo que podía explicar el paso de la materia no viva a la viva (A ésto se lo llamó abiogénesis). Cuando se determinó que no era posible, entonces algunos científicos reformularon la teoría, a fin de abrazar ese dato incontrovertible y reacio: surgió de esta manera la idea de que la evolución, ciertamente, no explica el origen de la vida. Pero que sí explicaba el cambio de la vida hacia niveles de mayor organización y complejidad, una vez que ya existe. Se la consideró verdadera en el campo más sencillo porque fue desmentida en el campo más difícil. Muchos científicos pensaron que la conclusión podría haber sido otra: si la vida no puede surgir por las solas fuerzas de la materia, entonces la teoría de la evolución no debe ser reformulada –blindándola respecto de la nueva evidencia, que amenaza su bienestar– sino que debe ser declarada errónea. ¿O no existen otras teorías científicas que han sido abandonadas, a lo largo de los siglos?
En una palabra: a medida que la realidad, los ensayos y los experimentos fueron desarticulando las principales afirmaciones y predicciones de la teoría, distintos científicos la fueron resignificando. Los pronunciamientos fueron cambiando, lo mismo el cuerpo de afirmaciones. Hoy en día, una sencilla averiguación del estado de la cuestión arroja como resultado una multiplicidad de explicaciones y de “teorías” en torno a la evolución.
Por lo tanto, la “diversidad” a la que se suele aludir (“existen muchas teorías de la evolución, en plural”) no debe ser pensada como una diversidad que haga posible la compatibilidad con la fe. Se trata de otra cosa: es una diversidad de teorías que se explica por la habilidad y destreza que tienen los promotores de la teoría de la evolución. Ellos, una y otra vez, reinterpretan la teoría para evitar su descalificación plena y contundente. La evolución se va escondiendo de rincón en rincón, es refutada en un plano, se esconde en otro. Y así. La misma naturaleza del progreso científico, sus avances y descubrimientos, fuerza a que los evolucionistas reinterpreten, reconfiguren la teoría. En efecto, sólo esta resignificación permite sobrevivir en medio de una realidad hostil. La astucia de los divulgadores de la teoría de la evolución explica la gran cantidad de sus nuevas reformulaciones, pergeñadas al sólo efecto de escapar a la contrastación.
Estos motivos explican la extrema dificultad de compatibilizar la fe con las teorías de la evolución. Es muy difícil dar cualquier respuesta –positiva o negativa– porque es muy difícil tener la seguridad de que se está hablando de las mismas cosas. La razón de esta dificultad se cifra en que una teoría, como tal, siempre es susceptible de ser reformulada en partes accidentales y secundarias (no esenciales). Alterar las partes accidentales de la teoría es una cosa. Alterar la parte esencial de una teoría, en cambio, es cambiar, lisa y llanamente, de teoría. La plasticidad de la mente es increíble: si existe la voluntad de conciliar, siempre se puede reformular, siempre se puede modificar la teoría de la evolución –o cualquier otra– para que encaje, para que coincida o al menos no colisione con la fe (o con otras verdades). ¿Quién tendría la autoridad para definir ex cathedra cuándo la modificación toca lo esencial y cuándo no?
Ahora bien, esto no es un procedimiento correcto desde el punto de vista epistemológico. Los científicos deben simplemente investigar, no buscar conciliaciones. Mucho menos “armarlas”. Investigar y que los resultados los lleven a donde los lleven. Nosotros, católicos, confiamos en que la fe y la ciencia no se pueden contradecir porque ambas provienen de la misma Fuente, la Mente Divina. Dejamos manos libres a la ciencia en sus conclusiones, salvando por supuesto el orden moral objetivo (por eso es que desde la fe podemos emitir un juicio sobre cierto tipo de tecnologías que son lesivas de la dignidad humana, como la manipulación genética); dejamos manos libres a la ciencia sabiendo que si la ciencia es auténtica (y no pseudociencia), entonces la fe no tiene nada que temer. Más aún: la fe católica puede servirse de los datos científicos para presentar con mayor robustez las verdades pertenecientes al cuerpo de la doctrina de la Iglesia Católica.

CONCLUSIÓN

No hay que reinterpretar la teoría de la evolución. No hay que reinterpretar la síntesis neo-darwinista. No es necesario. La teoría es lo que es, una teoría que está repleta de objeciones. Todas sus predicciones encuentran numerosos escollos. No hay ninguna necesidad de que la Iglesia vaya a rescatarla, de que vaya a salvarla ni que se enfeude con ella.
El mencionado Philliph Johnson habla de un “sacerdocio científico” que impone a sangre y fuego sus juicios[22]. Dice que este sacerdocio (que toma la evolución como ciencia y como dogma) tiene una inmensa influencia cultural y que esta influencia podría perderse o disminuir si la historia de la evolución fuese puesta en tela de juicio. Tal sacerdocio necesita blindarse, y el blindaje se practica a través del ya mencionado Gulag Cientificista. Hay razones para sospechar de una teoría que es defendida por interés e impuesta a sangre y fuego. ¿Y si no fuese más que una superchería científica? ¿Qué intereses hay detrás de la teoría de la evolución? ¿A quién perjudica su cuestionamiento?
En buena parte del mundo, se impone la tiranía evolucionista. La Iglesia Católica y sus intelectuales no deben tender su mano al evolucionismo, ofreciéndole herramientas de supervivencia intelectual.
La batalla que la inteligencia católica tiene en el campo de la ciencia biológica no es la batalla para “quedarse” con la teoría de la evolución, disputándosela al ateísmo cientificista que supuestamente “la desfigura”. Es la batalla para librarse de la tiranía evolucionista, una tiranía que –eclipsando el desarrollo y el despliegue natural de la inteligencia humana– estrangula toda suposición y todo descubrimiento científico, obligándolo perversamente a adecuarse a su marco y a sus prejuicios.






[1] Por ejemplo, todos los grupos protestantes sostienen que “La Biblia es Palabra de Dios” en base a que hay un libro de la Biblia (la II Carta a Timoteo) que –en el cap. 3, 16– dice que toda escritura es inspirada por Dios. Ahora bien, que consideremos verdadero el contenido de la II Carta a Timoteo cuando dice que “toda escritura es inspirada por Dios” es algo que aceptamos sólo si partimos de la base de que “La Biblia es Palabra de Dios”. Pero ésa era precisamente la conclusión a la queríamos llegar.
[2] Cfr. en internet: ¿Existe un evolucionismo no darwinista?; y también La evolución: una superstición que se derrumba. Se puede escuchar un audio de la conferencia: Crítica a la teoría de la evolución en el siguiente link: https://bibliaytradicion.wordpress.com/inquisicion/critica-a-la-teoria-de-la-evolucion/
[3] Cfr. en Youtube “La pseudociencia del evolucionismo”. Ver: https://www.youtube.com/watch?v=bi87QzRPJ6A
[4] Cfr. http://www.statveritas.com.ar/Varios/Evolucionismo_y_progresismo(Dr_Anibal_DAngelo_Rodriguez).pdf
[5] Cfr. http://www.statveritas.com.ar/Varios/Evolucion_y_fraude(Dr_Enrique_Diaz_Araujo).pdf
[6] Cfr. https://pedrotorresm.wordpress.com/2007/09/19/el-registro-fosil-%C2%BFque-nos-dice-ii/, donde están citados autores evolucionistas tales como David Raup (Chicago), Niles Eldredge (New York), Stephen Jay Gould (Harvard).
[7] Para una buena discusión de este punto, véase el excelente programa Lágrimas en la lluvia del español Juan Manuel de Prada, minutos 1h,19,58 y siguientes, en el link https://www.youtube.com/watch?v=y9fa-AFWAR0
[8] Ídem nota 6.
[9] Obsolescente: Que está volviéndose obsoleto, que está cayendo en desuso.
[10] Capítulo III de Darwin a Juicio, del brillante abogado Phillip Johnson. Cfr. http://www.apologeticacatolica.org/Descargas/Proceso%20a%20Darwin%20-%20Phillip%20E.%20Johnson.pdf
[11] J. Rostand, apud P. Troadec, op. cit. p.15. Citado por Orlando Fedeli y otros. Cfr. http://cruzamante-evolution.blogspot.com.ar/2009/01/evolucionismo-dogma-cientfico-o-tesis_22.html
[12] Duda VIII del apartado “Del carácter histórico de los primeros capítulos del Génesis”. Cfr. http://www.mscperu.org/biblioteca/1magisterio/denzinger/denzinger_5.htm
[13] Cfr. http://infocatolica.com/blog/razones.php/1310230137-idarwin-tenia-razon-1
[14] Aún si ciertos planteos creacionistas/literalistas fuesen falsos (falsedad siempre mencionada y nunca probada debidamente), aún así, tales errores no prueban de ningún modo la verdad de la teoría de la evolución, teísta o no. Non sequitur. En segundo lugar, parecería adecuado que unos verdaderos pensadores e intelectuales católicos (en vez de exigir una rendición sin condiciones a los creacionistas) intentasen ver “lo que puede haber de bueno” en su planteo. Es llamativo que esta guerra sin cuartel sea llevada a cabo precisamente por personas que en todos los demás planos (cultural, político, moral, social, histórico, religioso) se esfuerzan en mostrarse prestos a reconocer y a rescatar “lo bueno” que pueda tener el Mundo Moderno. Ahora bien, los mismos que ven cosas buenas en el marxismo, en el liberalismo, en el pensamiento débil de Gianni Vattimo, en las parejas homosexuales… no son capaces de encontrar absolutamente nada bueno que decir de los creacionistas. Llamativo, ¿no?
[15] Cfr. https://www.youtube.com/watch?v=3vaCoMfwKzE
[16] Cfr. http://www.dissentfromdarwin.org/
[17] Cfr. http://www.dissentfromdarwin.org/about/esp/
[18] http://www.discovery.org/scripts/viewDB/filesDB-download.php?command=download&id=660 (Lista)
[19] Para conocer más sobre la Inquisición, consúltese el trabajo de Cristian Rodrigo Iturralde: “La Inquisición, un tribunal de misericordia” (Buenos Aires, 2011).
[20] Extracto del excelente blog de Ana Márquez (española), titulado Dios y la Ciencia. Link: http://frasesdedios.blogspot.com.ar/2016/01/la-ciencia-contemporanea-se-basa-en-la.html
[21] Asimismo, la pretensión del evolucionismo católico se ensambla con la renuncia a la ortodoxia que una parte importante de los intelectuales católicos realizó en el siglo XX (y sigue realizando). Muchos intelectuales abdicaron de su vocación y empezaron a establecer puentes ficticios con el pensamiento moderno y el Mundo Moderno. El Padre Julio Meinvielle rebatió planteos semejantes en su réplica al filósofo tomista Jacques Maritain. Cfr. El progresismo cristiano, cap. III: Jalones del progresismo cristiano, Colección Clásicos Contrarrevolucionarios, Cruz y Fierro Editores, Buenos Aires, 1983.
[22] Proceso a Darwin. Phillip. E. Johnson. Capítulo 13 (Epílogo): El libro y sus críticos. Link: http://www.sedin.org/ID/Proceso_a_Darwin_13.html