Falacias sobre el aborto
Sr.
Director:
Abortar
no es interrumpir. Un partido de fútbol se interrumpe para reanudarlo luego. Una
conversación es interrumpida con la posibilidad de continuarla más tarde. La
lectura de un libro puede ser interrumpida y retomada después. Pero una mujer
no puede “reanudar” su embarazo luego de un aborto. El reemplazo de esta
palabra pretende disimular la naturaleza de esta acción, suavizándola ficticiamente.
El aborto no es la interrupción sino la destrucción del embarazo: la muerte del
bebé.
Segundo. No existe un “aborto
terapéutico”, porque la terapéutica es
una parte de la medicina que enseña los preceptos y remedios para el
tratamiento de enfermedades (RAE). Tampoco un “aborto quirúrgico” porque la cirugía tiene por objeto curar las
enfermedades por medio de una operación (RAE). Pero el embarazo no es una
enfermedad: adjetivar benévolamente la palabra aborto obedece a la estrategia ya descripta. Está claro que no es
un “procedimiento médico”. Es un procedimiento que realizan algunos médicos, no todos: lo cual es muy distinto.
En tercer lugar: no es una cuestión
de clase económica o social, como artificialmente se ha planteado. Todas las
madres tienen el mismo deber de proteger la vida del hijo que llevan dentro, sean
de la condición que sean y con independencia de las posibilidades económicas.
La dialéctica entre “aborto clandestino de la mujer pobre” y “aborto clandestino
de la mujer rica” no resiste la menor confrontación, puesto que asegurada que
sea la naturaleza criminal del aborto provocado, su protección legal siempre es
una injusticia.
Sólo puede defenderse la
indefendible decisión de abortar a través de una deliberada distorsión de las
palabras y mediante una inescrupulosa movilización del resentimiento clasista.
Si los hombres quedaran embarazados, el aborto siempre hubiera sido legal, y mucho más frecuente de lo que es hoy.
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