sábado, 14 de mayo de 2016

Las palabras en la Argentina

LAS PALABRAS EN LA ARGENTINA

Vamos a ver qué pasa con las palabras en la Argentina: ciertas cosas que se llamaban de una manera, hace tiempo algunos han comenzado a llamarla de otra.

· Desde hace tiempo, dejar en libertad a ladrones y asesinos es considerado por ciertos abogados un acto de respeto por las garantías judiciales.
·   La comisión de un delito con perjuicio de cientos de miles de personas, es designada por algunos periodistas en sus noticieros como una manifestación social.

En el primer caso, el delincuente termina siendo, en tanto delincuente, objeto de respeto. En el segundo caso, el delito, en tanto delito, acaba siendo considerado una manifestación. Abatir a un malviviente, en cambio, nos parece de movida algo chocante: algunos periodistas –antes de averiguar si la Policía cometió exceso o no– llamarán a este abatimiento un caso de gatillo fácil. A priori, los delincuentes son “inocentes” y las fuerzas de seguridad son “represoras”. En esa atmósfera vivimos y respiramos.

Un alumno –quizá nuestro sobrino, un conocido, el que sea– se lleva una materia o reprueba un examen. ¿Y qué piensa espontáneamente mucha gente? Sin conocer nada del caso, piensan: el profesor abusó de su poder. Sólo después de varios filtros, a alguno se le ocurre que, quizás, Pedrito no estudió lo suficiente. Pero, ¿cuál es la primera reacción? Para muchos, considerar al docente una suerte de represor. He aquí la palabra mágica. Nos decimos a nosotros mismos esa etiqueta y ya está: serruchamos una infinidad de posibilidades bajo la tiranía de un único caso.

En la Argentina de hoy y desde hace un par de años, todo lo que signifique un límite o tan siquiera una demora del asesinato de un niño en el vientre de su madre, es astutamente denominado por los grupos feministas como violencia de género. Salvar una vida prenatal se convierte en algo injustificable: vivimos en una época en que salvar la vida de un bebé es señalado por algunos como “violencia contra una mujer”.

Y la cosa sigue. Fijémonos:

·     Si amo a mis hijos y por eso los corrijo cuando se equivocan… soy autoritario.
·   Si admito el consumo de marihuana y, por supuesto, todas sus consecuencias sobre la conducta… soy abierto.
·        Si acepto que drogarse es un derecho… soy un tipo de mente amplia.
·     Si no quiero que se promocione la homosexualidad a mis hijos… soy intolerante.
·    Si creo íntimamente que la sexualidad no es una construcción social… soy homofóbico.

Muchas de las cosas que nos pasan tienen lugar porque estamos fuera de la realidad. Y estamos fuera de la realidad porque pronunciamos palabras tramposas. Se trata de una cárcel pero no una cárcel física sino mental.
Nadie quiere respirar el aire carcelario ni ser un presidiario. Pero para poder respirar otro aire, no queda otro camino que decir las cosas como son. La pregunta es: ¿qué queremos? ¿Queremos ser libres? ¿O queremos seguir hablando mal y ser colonizados mentalmente? He aquí una decisión cuya responsabilidad no podemos eludir.



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