RÉPLICA A MARIANA
CARBAJAL (PÁGINA/12)
A propósito
de su artículo “Imágenes de un derecho”,
donde
justifica el aborto en el marco de una muestra en el Palais de Glace
“Poder abortar en mi casa, con pastillas,
me hizo sentir totalmente dueña de mí misma.
Una sensación de libertad muy similar
a la que viví cuando decidí ser madre”.
Da la
casualidad de que las ideas no se sostienen por sí mismas en el aire, ni por sí
mismas se difunden: son como flechas y balas que a nadie lastimarían si no
hubiese quien las disparase. Es por eso que tanto esta justificación ideológica
del aborto[1]
–en manos de Mariana
Carbajal, periodista de Página/12– como su correspondiente
réplica, cobran un
carácter personal. Necesariamente personal: se está metiendo con el más
indefenso.
Se está metiendo con el niño por nacer. Esa criatura
frágil –pequeña pero maravillosa– que pretenden borrar. Símbolo de toda pureza,
página en blanco de la existencia, pura posibilidad, sólo promesa: hoy estás en
peligro de extinción.
Este peligro no tiene relación con
enfermedad alguna. No se trata de una peste o un virus. Es algo mucho peor: el egoísmo de tu propia madre. Un egoísmo que
luego se disfraza de razones; que se cubre de eufemismos, que se presenta como
arte cuando no es sino una triste parodia del mismo, tal como está ocurriendo
en estos momentos en la muestra del Palais de Glace. Un egoísmo que encuentra
en el ropaje ideológico feminista su justificación teórica.
Contra eso, ¿qué antídoto podríamos
ofrecer sino el antídoto del amor? Una
madre que ama no mata a su hijo. Una madre que ama no se elige a sí misma
primero. Una madre que ama no racionaliza la vida que lleva en su vientre. Ama
y punto. Y ese amor la lleva, si se deja llevar por la mano del Buen Dios, a consecuencias
hermosas y difíciles. ¿Y qué es lo heroico, si no es la unión de lo hermoso y lo
difícil?
Ser madre puede convertirse, hoy en
día, en un acto de heroísmo.
Para afirmar este heroísmo –tanto
para ellas como para nosotros mismos– escribimos estas líneas. Queremos apoyar pública,
clara y firmemente a todas las mujeres que en cualquier circunstancia llevan adelante, con valentía y audacia, su
embarazo. Un apoyo que no debe agotarse en lo retórico sino traducirse en actos
concretos.
Contrario a lo que suele pensarse,
los grandes amores exigen grandes repudios. Todo el que ama, repele lo que
contraría su amor. Por eso, a la par de manifestar nuestra admiración, apoyo y
respeto por las madres que llevan adelante su embarazo, repudiamos
enérgicamente todo egoísmo que –bajo cualquier pretexto– pretenda la
aniquilación del niño por nacer. Con el mismo énfasis con que afirmamos y
queremos lo heroico para las mujeres, deploramos a quienes ofrecen la cobarde
salida del aborto.
El artículo de Mariana
Carbajal
Como
hemos dicho, hace unas dos semanas el suelto de Mariana Carbajal difundió la
noticia de esta muestra en el Palais de Glace, eufemísticamente vinculada al arte.
Digamos por lo pronto que se trata de un falso arte: aquí no hay técnica, no
hay belleza, no hay nada que maraville la inteligencia ni nada que deleite la
sensibilidad en la belleza. Estamos, lisa
y llanamente, ante la promoción de un homicidio; la puesta en escena de una
impostura. Han orquestado un sistema, una maquinaria de reblandecimiento
mental. Lo prueba las transcripciones de Carbajal, muestrario de conciencias
anestesiadas:
“Nunca sentí que mataba a un bebé, más bien, fue un gesto de
independencia”.
“Yo cuando me hacía el aborto era porque yo
me quería sacar eso…”.
“Nunca me arrepentí”.
Se está justificando un homicidio agravado por el vínculo. Ese vínculo es la maternidad y ese
homicidio es el aborto. Justificación disfrazada con palabras elegantes,
vistosos argumentos pero que –por la
Gracia de Dios– no ha llegado a confundirnos.
Mariana
Carbajal habla de interrupción del
embarazo. “El aborto interrumpe”, dice. ¡Falso! El aborto no interrumpe, el
aborto destruye. Lo que se interrumpe puede volver a recomenzar. Cuando se
interrumpe algo, queda suspendido pero con la posibilidad de continuar más
adelante. Nada de esto pasa en el aborto: la vida que destruimos no es
recuperable. No hay vuelta de hoja. Sin embargo, verán cómo se repite esta
palabrita en su artículo.
Mariana
Carbajal habla de derechos: “el
derecho al aborto”. ¿Cómo puede ser un derecho acabar con la vida de tu propio
hijo, única e irrepetible? Por eso es que no se trata de limitarlo o
extenderlo: se trata de que el aborto no
es un derecho. En ningún sentido.
Mariana Carbajal habla de libertad: “La primera foto que llama la atención es la de una espalda
desnuda con la palabra ‘libertad’”, nos dice. La desdichada Camila Sánchez, coordinadora
de este “taller”, cree poder engañarnos –y engañarse– diciendo: “Elegí esa
palabra porque quería reafirmar que una tiene que ser libre para poder ser
dueña de decidir sobre su cuerpo”.
Enmudezcamos a esta mujer: ¿Tu cuerpo? ¿No te das cuenta que no es tuyo? ¿Y no te das cuenta,
Camila, de que –aunque fuese tuyo, que no lo es– tampoco tendrías derecho a
hacer lo que quieras? Si fuese así, tendrías derecho a suicidarte. Pero si no
tenés derecho a eliminar tu propia vida, ¿cómo vas a tener derecho a eliminar la
de tu hijo? ¿No te das cuenta, Camila, que tenés una concepción capitalista del
cuerpo? ¿Cómo no advertís que tu planteo no es otra cosa que la cobertura del egoísmo?
¿Y cómo puede hacernos
libres el egoísmo, que nos vuelve ciegos para con los demás? ¿Cómo seremos
libres si no amamos ni siquiera a ese pequeño ser –hueso de mis huesos, carne
de mi carne–, independientemente de cómo
haya venido a la existencia? ¿Se puede ser libre, estando ciego por el
odio?
Mariana
Carbajal habla de 12 semanas. “Hasta
las doce semanas, el aborto es una alternativa”, nos quieren hacer creer. ¿Cómo
una cosa puede ser una alternativa y, al minuto siguiente, un asesinato? 12
semanas son 3 meses. 3 meses son 90 días. ¿Lleva durante 90 días la mujer algo
distinto, acaso, a lo que lleva 60 segundos después?
Mariana
Carbajal habla de aborto quirúrgico, de
medicamentos, de médicos, de pastillas, de
servicios de salud, de clínicas, de hospitales, de guardias de
hospital, etc. Todas palabras vinculadas a la ciencia médica. Pero cuidado:
su utilización pretende hacernos creer que cuando hablamos de aborto, hablamos
de una práctica relacionada con la salud o con la enfermedad. Totalmente falso:
ni el embarazo ni el niño por nacer son una enfermedad. ¿Cómo pueden correr las
palabras terapia o cirugía, cuando hay una persona en
juego? Estamos hablando de vida, ¡no de un virus!
Digámoslo con todas las letras: el aborto NO ES una práctica médica. El
aborto es una práctica que realizan algunos médicos. Y no todos. Lo cual es muy
distinto. ¿Y qué médicos la realizan? Aquellos que violan su juramento. Como
los desdichados Germán Cardoso y Gabriela
Lucchetti –cirujano y médica respectivamente–, quienes se prestaron para el circo del aborto
en el artículo de Página/12. El
médico está para proteger la vida, no para destruirla.
El
colmo del engaño de Mariana Carbajal está hacia el final de su artículo. Es ahí
donde presenta su afirmación más tramposa y, por lo mismo, más repugnante. Una
de estas desdichadas mujeres presta su voz para que Babel hable en ella. Y entonces Babel
vomita lo que sigue:
“Supe que nuevamente estaba embarazada, el
día siguiente a que mi hija cumpliera 10 años. Yo tenía en aquel momento 33
años y dos hijos. Poder abortar en mi casa, con pastillas, me hizo sentir
totalmente dueña de mí misma. Una
sensación de libertad muy similar a la que viví cuando decidí ser madre”.
Este
es, exactamente, el núcleo del error. Pretenden hacernos creer que abortar es
una decisión equivalente a continuar el embarazo. Pretenden hacernos creer que
ser madre de un hijo vivo es lo mismo que ser madre de un hijo muerto.
¡Pretenden igualar lo desigual, el amor con el odio, el sacrificio con el
egoísmo! Apenas puede concebirse semejante violencia mental sin que nuestras
entrañas mismas se vean conmovidas.
A
todas estas mentiras y falsos argumentos –y a las que pudiesen venir– opongámosle
la palabra. La palabra veraz, una palabra que –si la embebemos en el cántaro de
la Verdad – se
convertirá en luz. Tal palabra, capaz de irradiar, es vida: vida de la inteligencia y vida del espíritu. La palabra del
engaño –por el contrario– sólo nos lleva a la putrefacción y a la muerte.
Si callamos, pecaremos por cobardía:
el silencio es contra el Verbo, decía
el Padre Julio Meinvielle. No subestimemos el poder de la palabra ni la
capacidad de afirmar: aunque sea una afirmación en soledad, un grito sin eco, cada verdad que afirmemos hace retroceder al
reino de la mentira. La palabra veraz es como un hechizo. Es un conjuro. Y
cuando el hombre la afirma, los demonios huyen. Es la hora de la palabra y es
la hora de la Verdad.
No es hombre
quien no ama la verdad. Y amar la
verdad es amarla sobre todas las cosas, porque sabemos que la verdad es Dios
mismo.
Volvamos entonces a nuestras
ocupaciones con esa divisa: afirmar la Verdad. La verdad sobre la vida, el amor, el niño por nacer, el
aborto. Afirmar estas verdades para que las mentiras retrocedan. Y
así, respirar el aire puro y limpio que nos da esa libertad en la verdad,
propia de los hijos de Dios. Que Nuestra Santa Madre, que cobijó en su seno al
Niño Dios, nos acompañe en esta empresa.
Lunes 26 de agosto de
2013
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