¿Evolucionismo
católico?
Algunas
objeciones
a
esta falsa alternativa
“La creación y la evolución, entre
ambas, agotan
todas las explicaciones posibles para el
origen de los seres vivientes.
Los organismos vivos o bien aparecen
sobre la tierra completamente desarrollados
o no lo hacen. Si no lo hacen deben haber evolucionado de especies preexistentes
por algún proceso de modificación. Y si
aparecen en un estado completamente desarrollado, deben haber sido creados por alguna inteligencia
omnipotente”.
Douglas Futuyma, biólogo
evolucionista.
ÍNDICE
–Introducción
·
El argumento católico evolucionista
·
¿Está todo demostrado? ¿Es todo tan fácil?
·
Una posibilidad no es una seguridad
·
Génesis 1,7: “Un ser viviente”
·
Santo Tomás y el comentario al Génesis
·
Padres monos, hijo humano
·
Génesis 3, 19: ¿al mono volverás?
·
Pero entonces… ¿todo es falso en la teoría de la
evolución?
–Conclusión: la inteligencia frente al misterio del
origen del hombre.
–Introducción
La exposición de
temas tales como la creación del mundo, el hombre y la mujer, el pecado
original, el origen del universo, la naturaleza y el ecosistema, los seres
vivos, etc. forma parte no menor de las clases de Religión, Formación
Doctrinaria y Ciencias Naturales en los colegios primarios y secundarios,
privados o estatales. Para cualquier docente católico, surge de manera
espontánea la ocasión de replicar la posición evolucionista: satisfacer los
planteos de alumnos que advierten claramente que la fe enseña una cosa y la National Geographic otra.
Sin embargo, puede aparecer
cierta atenuación. Una solución conciliatoria que habilite un camino intermedio,
conservando la fe pero sin renegar de la posición evolucionista. Nos referimos
al llamado evolucionismo mitigado o evolucionismo católico.
– Pues bien, como hemos
explicado, por estos motivos el evolucionismo se demuestra falso... ¿Alguna
pregunta?
– Sí, yo. Acepto lo que Ud.
dice. Está bien: el evolucionismo (a secas) será
falso. Pero, ¿por qué no pudo Dios haber creado el hombre a partir del
mono? Si es Todopoderoso, ¿por qué negarse a pensar que pudiera haberlo hecho?
– Bien, eso se conoce como evolucionismo católico… Ahora te
respondo.
El presente
artículo pretende ser una réplica al intento de conciliación entre la fe
católica y la teoría de la evolución. Nace de felices experiencias docentes que
nos resistimos a llamarlas áulicas.
Para ello, hemos formulado algunas objeciones. Pero antes de ello, asegurémonos
de haber comprendido aquello que queremos objetar.
·
El argumento católico evolucionista
Despleguémoslo en
toda su extensión, en primer lugar con nuestras propias palabras:
– Como sabemos, no toda la Biblia debe ser
interpretada literalmente. Hay partes metafóricas. En el relato del Génesis 1,
7, leemos que Dios toma “arcilla” del suelo y a partir de ella hace al hombre.
La arcilla es algo ya creado, ya hecho, a la que Dios “le infunde” el alma
humana: algo preexistente, como dijo el Papa Pío XII. Se puede pensar que esta arcilla sea, metafóricamente, el mono.
Así, podría conciliarse el texto
bíblico con la evolución, salvando la creación directa e inmediata del alma. Nada impide creer esto.
Si queremos ser
precisos, debemos distinguir muy bien. Una cosa es el evolucionismo craso, ateo,
antiteísta y, por lo tanto, anticatólico. Pero otra cosa sería cierta evolución, compatible con la fe. En el evolucionismo
ateo no hay finalidad. En la visión teísta y católica de la evolución sí la
hay: la aparición del hombre. Dios sería
el motor de la evolución humana.
Puede concluirse
que la doctrina de la evolución ha sido usada, deformada; fue desnaturalizada
por los ateos militantes, a fin de respaldar sus propios e inconfesables fines.
La evolución pudo haber sido la
forma en la que Dios hizo al hombre. Una evolución planificada y dirigida. El
mismísimo Papa Pío XII, en su encíclica Humani Generis, párrafo 29, acepta la
posibilidad de la evolución del cuerpo humano que, en determinado momento,
recibe el alma creada inmediatamente por Dios.
En síntesis, este
es el argumento. Pero ahora citemos a los mismos autores, para no dar la
impresión de que torcemos su pensamiento a fin de refutarlo más fácilmente:
La posibilidad
de que el Creador se valga del instrumento de la evolución es algo aceptable
para la fe católica[1].
¿Por
qué no pudo Dios incluir en su
diseño creador la selección natural? (…) o como se pregunta Francis Collins ‘¿Por qué no pudo Dios utilizar los mecanismos evolucionistas para crear?’[2].
¿qué
se opone desde la fe a admitir que
Dios se valió de este medio natural para dar lugar a todas las criaturas, que podrían estar previstas en el propio
plan divino del Creador desde antes del comienzo de los tiempos?[3].
Dios podría
haber creado un mundo en evolución, lo cual en sí no quita nada a la
causalidad divina, al contrario puede
enfocarla mejor en cuanto a su riqueza y virtualidad[4].
Por
ejemplo, Francis S. Collins, director del Human Genome Project, y uno de los
científicos más importantes de nuestro tiempo, en su libro The Language of God,
habla de una evolución teísta, según la cual Dios habría creado el universo y se
habría servido de la evolución para crear al ser humano[5].
no hay problema en aceptar
las teorías evolutivas que se refieren al origen del hombre en cuanto al cuerpo…[6]
·
¿Está todo demostrado? ¿Es todo tan fácil?
Hemos destacado en
la página anterior las siguientes palabras: posibilidad,
no pudo, qué se opone, podría haber, puede, habría, no hay problema. Se
trata de formas verbales con sentido no asertivo: comunican falta de certeza y ausencia
de compromiso con lo afirmado. Es
importante prestar atención a estas formas verbales, puesto que no pocos
propagandistas de la evolución difunden muy sueltos de cuerpo que “está
demostrado” el proceso evolutivo, pretendiendo arrinconar a la fe católica. Interesa
destacar
que Darwin mismo hablaba de esta manera. En la introducción de El origen de las especies escribe:
Al considerar el origen de las
especies se concibe perfectamente que
el naturalista que reflexiona sobre las mutuas afinidades de los seres
orgánicos, sobre sus relaciones embriológicas, su distribución geográfica y
otros hechos semejantes, puede llegar a
deducir que las especies no han sido creadas independientemente, sino que han
descendido como variedades de otras especies.
Aquí Darwin rechaza claramente la creación independiente
de las especies, postura que sin embargo no lo lleva a negar la existencia de
Dios. Sigue diciendo el texto:
A pesar de todo, tal
conclusión, aun estando bien fundada, no sería satisfactoria hasta poder demostrarse cómo han sido
modificadas las innumerables especies que habitan este mundo, hasta adquirir esa perfección de
estructura y coadaptación que con justicia excita nuestra admiración (Introducción).
Sin embargo, Darwin concluye esta introducción
expresándose como sigue:
no
dudamos que la opinión hasta ahora
sostenida por la mayor parte de los naturalistas y antes por nosotros, al
afirmar que cada especie ha sido creada independientemente, es errónea. Estamos convencidos de que las especies
no son inmutables, sino que las pertenecientes a los llamados géneros
descienden en línea recta de algunas otras especies ya totalmente extinguidas,
de análoga manera que las variedades reconocidas de cualquier especie son
descendientes de esa especie.
Incluso es
sugerente cómo responde a una objeción que él mismo se plantea en el cap. VI: Dificultades de la teoría. A la segunda
objeción, cuyo contenido no nos interesa por el momento, escribe:
las áreas que hoy son
continuas deben haber existido en un
período reciente como porciones aisladas, en las cuales muchas formas,
especialmente las clases que se unen para cada nacimiento, pueden haberse hecho separadamente distintas como para figurar como
especies representativas, en cuyo caso las variedades intermedias entre las
varias especies representantes y su madre común, habrán existido primitivamente en cada porción aislada de la
tierra. Pero durante el procedimiento de la selección natural habrán sido suplantados y exterminados
estos eslabones, de tal modo, que ya no podrá encontrárselos en estado de vida.
Comentando esta obra, el científico británico L.
Merson Davies dice –en su libro The Bible
and the Modern Sciencie, 1953, pág. 7.– lo siguiente:
Se ha estimado que no menos de 800
frases en modo subjuntivo (como admitiremos,
o bien podríamos suponer, etc.) se han encontrado tan sólo en la obra de
Darwin, el Origen de las especies[7].
El juicio de este científico confirma la necesidad de
abordar este tema con la máxima prudencia y mesura. ¡El mismo Darwin era
conciente de que no hablaba siempre en modo indicativo! Las categóricas
afirmaciones a las que nos tienen acostumbrados los evolucionistas no hacen más
que ponerlos en evidencia: desnudan su falta de conocimiento respecto de las
dificultades para la demostración en el campo de las ciencias naturales –Karl Popper
sabía algo de esto–, a la vez que ponen de manifiesto su arrogancia.
Habiendo presentado
el carácter no asertivo de estos juicios –tanto de Darwin como de ciertos
filósofos y teólogos católicos–, resulta desconcertante que en muchas universidades
católicas se enseñe con tanta firmeza una posición “evolucionista moderada” o
“cristiana”.
·
Una posibilidad no es una seguridad
Supongamos que
fuese posible. Supongámoslo en bien del argumento. Aún así, debe decirse que no
basta establecer la mera no contradicción
entre creación y evolución para dar por sentado que las especies evolucionaron
“por designio divino”. Más adelante veremos que ni siquiera es así. Pero aunque
lo fuese, el salto entre un punto y otro es absolutamente ilegítimo: que sea
“metafísicamente posible” que nos llamen para jugar en el equipo de fútbol de Barcelona
es muy distinto a decir que, efectivamente,
estamos pateando el esférico junto con Lionel Messi.
Está en juego un principio
básico del pensamiento que rige, por ejemplo, la argumentación jurídica: “De lo posible a lo real no vale la
ilación”. Se trata de algo muy claro: a partir de una posibilidad no se puede
concluir en una certeza. Para condenar a un acusado no es suficiente que haya podido asesinar a su esposa (uxoricidio).
Es necesario probar que efectivamente lo
ha hecho. Por ende, esa posibilidad de
que Dios haya hecho primero un mono –que sólo concedemos en beneficio de la
argumentación– en ningún caso puede convertirse en una afirmación.
Es interesante
sumar la intervención de Paul E. Johnson[8],
abogado estadounidense, autor del resonante libro Juicio a Darwin, que nos permite deducir que este artificio es también propio de los
evolucionistas no católicos. En efecto, en el capítulo 3 podemos leer:
La
suposición dominante en la ciencia evolucionista parece ser que todo lo
necesario son posibilidades
especulativas, sin confirmación experimental. (…) La naturaleza ha de haber proveído todo lo que la
evolución necesitaba, porque si no la evolución no habría acontecido. Se sigue
que si la evolución precisó de macromutaciones, que entonces las
macromutaciones han de ser posibles,
o que si las macromutaciones son imposibles, la evolución no tiene que haberlas
necesitado. La teoría misma provee
toda la evidencia de apoyo que sea esencial[9].
·
Génesis 1,7: “Un ser viviente”.
Vayamos
directamente al texto bíblico puesto que los católicos que admiten la evolución
también se remiten a él. En Génesis 1, 7 leemos:
Entonces Yavé Dios formó al
hombre del polvo de la tierra, le
insufló en sus narices un hálito de vida y así llegó a ser el hombre un ser
viviente.
Leyendo este
versículo, quienes admiten la evolución y son católicos consideran que “polvo
de la tierra” podría significar, en realidad, mono: “es metafórico”, “es simbólico”, dicen. Estas palabras podrían
ser interpretadas, a su juicio, de tal manera. Por el contrario, entender polvo de la tierra o arcilla donde dice “polvo de la tierra” o “arcilla” sería caer en
el imperdonable error del literalismo.
Literalismo parece
ser una de las más graves ‘malas palabras’ dentro del campo del pensamiento
filosófico y teológico. Pocas veces se usa con propiedad: casi siempre, es el
caballito de batalla de no pocos progresistas para intentar ganar un mísero
debate. ¡Literalista! vociferan, como
si dijeran algo parecido “cerrado”, “medieval”, “ortodoxo”. Y al decirlo, es
como si cayera un rayo.
Las personas se
asustan.
En todo caso, como
para ellos se trata simplemente de ganar el debate, será denominado
“literalista” cualquier persona que se mantenga más o menos fiel al texto
bíblico mientras no le den razones para pensar distinto.
Así se arman las
falsas disyuntivas: en esa esquina, los embrutecidos y hoscos literalistas. En
la otra, se coloca el defensor de la siempre simpática metáfora. Porque el católico de metáforas sonríe, es alegre. El
católico de metáforas nos estrecha la mano con radiante sonrisa electoral. La
dialéctica que va minando nuestras cabezas va convirtiendo cualquier intento de
interpretación literal en una
alternativa que huele mal. Las
personas acaban por sonrojarse al interpretar así cualquier parte del Génesis. ¡Pero esto es metafórico!, nos dicen,
como queriendo decir:
–No te hagas mucho problema en
buscarle un contenido racional… ¡no lo tiene!
Se apuran para no
parecer literalistas. Parece que, como en el juego del “Chin Chon”, se comienza
de menos diez y no de cero.
Ahora bien, a los
fines del argumento concedamos sólo un segundo que “polvo de la tierra” signifique
mono; aunque efectivamente Dios
hubiese tomado un mono para infundirle un alma humana, no solucionamos el problema.
Antes bien, generamos otro: la
Escritura afirma también que “así llegó a ser el hombre un ser
viviente”. Esto significa que antes no era viviente; ahora lo es. Por ende, si los católicos
evolucionistas tienen razón, Nuestro Creador habría tomado un mono sin vida
para crear al ser humano. Un mono… muerto.
Aún así, se nos
podría replicar:
–Ustedes son literalistas. Están haciendo una
interpretación literalista del Génesis. ¡Vade retro!
A lo que respondemos:
–Nuestra réplica se apoya en
el mismo versículo que ustedes. Ustedes también reconocen que Dios toma una
materia preexistente. ¿Por qué es literalismo nuestra conclusión pero no es
literalismo la conclusión que ustedes estaban sacando?
·
Santo Tomás y el comentario al Génesis
Parece bastante
lógico que si Dios hubiese usado el cuerpo de un animal para –a partir de él–
hacer al ser humano… lo normal hubiese sido que lo dijera. ¿Para qué llamar al
mono polvo de la tierra? ¿Para qué
inducir al error a generaciones y generaciones de seres humanos? ¿Con qué
objeto? Esto no hubiese sido un símbolo o una metáfora sino sencillamente una
redonda equivocación. ¿Existe algún motivo para sostener tal cosa que no sea forzar
a las Sagradas Escrituras a admitir la “evolución”? Anterior a esta polémica, a
ningún católico se le hubiese ocurrido sugerir que Dios había tomado un mono,
¡ni vivo ni muerto!
Este es un punto
que no puede ser eludido.
Por lo demás, el mismo nombre de Adán está relacionado con
la tierra. La palabra hebrea adamá,
original en el texto sagrado del Génesis, significa “tierra” y está palpablemente
relacionada con el nombre de nuestro primer padre. Una similitud lingüística,
signo de una similitud semántica. La
autoridad de Santo Tomás confirma también el “literalismo” del Génesis:
Pero fue conveniente que el cuerpo humano fuera hecho a partir de la materia de los cuatro
elementos, para que el hombre tuviera algo común con los cuerpos
inferiores, como un término medio entre las sustancias espirituales y las
corporales[10].
·
Génesis 3, 19: ¿al mono volverás?
Pero la lectura de la Sagrada Escritura
nos depara más sorpresas. Luego del pecado original, como sabemos, tanto la serpiente
como Adán y Eva –literalistas del mundo,
uníos– son maldecidos y castigados
por Dios. El último en ser castigado fue el primer hombre, a quien Dios dirige
en Gn. 3, 19 estas palabras:
Con el sudor de tu frente
comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste tomado, ya
que polvo eres y al polvo volverás.
Este fragmento se nos
repite en cada Miércoles de Ceniza, en el que los fieles –luego del Evangelio– formamos
una fila semejante al momento de la
Comunión , acercándonos al altar. Allí, el sacerdote nos marca
la frente con ceniza y nos repite las últimas palabras del versículo. Al polvo volverás alude al momento de
nuestra muerte, en que seremos enterrados. La liturgia católica, de esta
manera, recuerda a los fieles la innegable fragilidad de la vida humana.
Pues bien, ¿no está reconfirmando Dios que el hombre
fue tomado de la tierra y a ella había de volver? El significado
del cementerio y el sentido profundo de enterrar a los muertos no puede menos
que manifestarse con claridad al leer estos fragmentos y, así, volver a su
fundamento último. Sin embargo, un católico evolucionista se vería impedido de
seguir este camino: ¿también el Miércoles de Ceniza –cuando el sacerdote nos
marque en la frente una cruz– debemos interpretar que el hombre fue tomado del mono?
Pero hay más aún: si
polvo puede significar mono en Gn. 1, 7 –como dicen los católicos
evolucionistas–, ¿por qué no puede significar mono en Gn. 3, 19: y al polvo
volverás? ¿Qué lo impide? ¿Cuándo acaba la “metáfora”? Si no tenemos los cementerios
llenos de monos, ¿por qué pensamos que serían antepasados nuestros?
El resto del Antiguo Testamento también es elocuente.
Vayamos al libro del Eclesiastés. El capítulo 12 –en el marco de vanidad de vanidades– presenta cierta
enseñanza para la vida. Empieza diciendo: “En
los días de la juventud acuérdate de tu Hacedor; antes de que vengan los días
malos y lleguen los años en que dirás: No tengo ya contento; antes que se obscurezcan
el sol, la luna y las estrellas y vengan las nubes después de la lluvia…” (12,
1-2). Luego, el autor sigue enumerando una sucesión de hechos vinculados con la
ancianidad y la muerte: “y se pondrá
pesada la langosta, y se caerá la alcaparra, porque se va el hombre a su eterna
morada” (12, 5). Continúa: “y se
quiebre el platillo de oro, y se haga pedazos el cántaro junto a la fuente, y
se caiga al fondo del pozo la polea…”, para concluir:
y se torne el polvo a la tierra
que antes era, y retorne a Dios el espíritu que Él le dio.
El Eclesiastés está diciendo, entonces, que cuando llegue la muerte el
cuerpo volverá de donde ha sido sacado. Mientras que el alma, asistirá hacia su
Creador. También en el libro de la Sabiduría 7, 1 se confirma esto:
Yo también soy un hombre mortal, igual que todos, nacido del primer
hombre, que fue formado de la tierra...
En los
primeros versículos (1-3) del libro del Eclesiástico,
cap. 17, leemos:
El Señor
creó al hombre de la tierra y lo hace volver de nuevo a ella. Le señaló un número de días y un tiempo determinado, y puso
bajo su dominio las cosas de la tierra. Lo revistió de una fuerza semejante a
la suya y lo hizo según su propia imagen.
Nos preguntamos: ¿esto también es “metáfora”?
·
Padres monos, hijo humano
El último argumento lo tomamos de
Martin Gardner, filósofo estadounidense de la ciencia. La paradoja es que la
página web que reproducimos no es católica, es atea, pero advierte con claridad
las incoherencias de este planteo católico-evolucionista.
El sitio www.sindioses.org reproduce
un artículo de un tal Joan Alós, donde podemos leer un comentario al
pensamiento de Gardner:
En
"Los porqués de un escriba filósofo" Martin Gardner lanza una crítica
demoledora contra este punto de vista: si hubo alguna vez un
primer hombre dotado de alma, sus padres fueron sin duda una pareja de brutos
que carecían de ella. ¿No sería un acto de crueldad infinita por parte de Dios,
dar a conocer a ese Adán que ha sido "salvado", mientras entrega a
sus progenitores no ya a una condenación eterna, sino a la nada absoluta?[11]
·
Pero entonces… ¿todo es falso en la teoría de la
evolución?
Es compresible que
un artículo que tenga este objeto suscite sorpresa, desconfianza e incluso
desconcierto. La teoría de la evolución ha logrado un alcance verdaderamente
asombroso hasta el punto que el mero hecho de guardar cierta reserva respecto
de ella es considerado como algo “malo”, seguramente asociable a vetustos “prejuicios
religiosos”. Ahora bien, para deshacer este malentendido –según el cual quienes
criticamos la teoría de la evolución estamos “contra” la ciencia el progreso
científico– es necesario recordar una verdad elemental.
Una teoría
científica está compuesta por:
a)
hechos;
b)
interpretaciones de los hechos.
La interpretación
es una entidad mental que depende para existir de la inteligencia de alguien;
no existe fuera de una inteligencia
que interprete. El hecho en sí, al contrario, tiene una entidad real
(independiente del pensamiento humano). Por lo tanto, una teoría puede
presentar ciertos hechos verdaderos –incontrovertiblemente verdaderos– y, sin
embargo, interpretarlos falsamente.
Bien: precisamente éste es el caso de la teoría de la
evolución, como lo demostraremos enseguida.
¿Qué hechos verdaderos presenta la teoría de la
evolución?
Cuando hacemos una
crítica a la teoría de la evolución –y a su pretendida conciliación con la fe
católica– dejamos fuera de la discusión ciertos hechos conocidos como “cambios
intraespecíficos”. Los dejamos fuera porque este tipo de cambios son evidentes;
pueden ser corroborados aquí y ahora. Ejemplos concretos: nadie discute que una
polilla moteada pueda cambiar de color. Nadie niega que una mosca de la fruta
pueda ser más o menos distinta. Nadie objeta que los picos de los pinzones
puedan ser, con el paso del tiempo, de mayor o menor tamaño.
Estos cambios
intraespecíficos son conocidos también como “cambios microevolutivos”. Son
modificaciones de la especie: la misma
especie va cambiando, realizando un movimiento “lateral”.
¿Y cómo se prueba
que este cambio ocurre dentro de la
línea de la misma especie? Por la sencilla razón de que estas nuevas formas
siempre pueden cruzarse entre sí. La interfecundidad es el signo inequívoco –y
universalmente aceptado– de identidad de las especies.
Cuando la teoría de
la evolución se presenta como un hecho demostrado y evidente, aduce este tipo
de experimentos.
Estos experimentos
son verdaderos: puede haber un cambio de
la especie.
Pero el cambio de
la especie no es evolución.
La teoría de la
evolución no sostiene simplemente la mutación “intraespecífica”. Sostiene algo
más: sostiene que la acumulación de cambios microevolutivos generaría, en algún
momento, un cambio “macroevolutivo”. Ésto
es lo que sostiene. Ésto es la teoría de la evolución.
Pero éso no es una
evidencia sino una inferencia.
La evidencia es
observable, la inferencia no.
Por lo tanto,
nosotros estamos discutiendo PRECISAMENTE esta inferencia. Esta inferencia es
la médula espinal de la interpretación hecha por los teóricos de la evolución.
Exactamente ésto discutimos.
No debemos perder el
tiempo ni hacerle el juego al evolucionismo, polemizando lo obvio; los
evolucionistas presentan los éxitos en el campo de la microevolución y,
experimento en mano, pretenden arrinconar a quienes negamos esta teoría. Pero
los experimentos son una cosa y la teoría es otra. Los experimentos no
acreditan un cambio de una especie en
otra distinta sino una modificación dentro
de la línea de la misma especie.
Lo demás es especulación y no puede ser presentada bajo el ropaje de la
ciencia.
Es sabido y está
realmente demostrado que, por medio de selectivas cruzas, se pueden producir
cambios. Tampoco habría problema alguno en aceptar que las condiciones
climáticas o atmosféricas pudiesen modificar a los seres vivos. Todos estos cambios
no ofrecen dificultad alguna ni para la teología católica ni para el
pensamiento filosófico clásico.
El objeto de
discusión no son las variaciones “laterales” de una misma especie –p.e., la
capacidad que tiene la especie “perro” de existir tanto en forma de Chihuahua
como en forma de Gran Danés– sino la pretendida variación “ascendente”. Es
decir, el paso de una especie inferior a otra superior mediante la acumulación
de cambios microevolutivos.
Por lo tanto, se discute la posibilidad de la “macroevolución”
y no la microevolución: la transformación de una especie en otra diferente.
Esto significa que los
cambios de la especie no pueden aducirse
como “evolución” –es decir, como el paso de una especie inferior a una
superior– porque ninguno de estos cambios rebasa
la misma especie. La teoría de la evolución sostiene que todos los seres
proceden unos de otros pasando de formas
inferiores a formas superiores. Por lo tanto, una teoría puede presentar a
su favor hechos verdaderos –tal es el caso del evolucionismo– pero puede ser
falsa si falla en el momento clave: la interpretación de esos hechos.
–Conclusión:
la inteligencia frente al misterio del origen del hombre.
Para terminar –y, por tanto, comprender el sentido de
estas objeciones– es necesario tener presente que estamos frente a un misterio.
El uso de nuestra inteligencia no está destinado a delimitar ni a racionalizar la obra creadora de Dios sino a ordenar la especulación humana sobre esta obra.
Es importante tenerlo en cuenta. Cuando Santo Tomás comenta el relato de la
creación en la Suma Teológica ,
suele mencionar como válidas tres explicaciones distintas: la de los Padres y/o
doctores precedentes, la de San Agustín –explicación que frecuentemente difiere
con la de los Padres– y la propia. Las tres líneas son ortodoxas justamente
porque no pretenden restringir el misterio divino a la cabeza humana,
respetando el templo sacro de Dios: su misma Inteligencia.
Estamos dentro del misterio. No nos paramos ante el
origen del hombre como algo que fuese ajeno a nosotros, como si observásemos un
experimento en un laboratorio pudiendo estudiarlo desapasionadamente. Todo lo
contrario: somos un misterio para nosotros mismos. En este campo, por ende,
tanto la argumentación como la demostración son diferentes. Se puede pues
demostrar lo falso: se puede refutar una idea, haciendo ver que ella necesariamente
es imposible. Sin embargo, no se puede demostrar igualmente lo verdadero: la verdad de la que hablamos no es una
verdad que guarde una relación de subordinación o cierta igualdad con la razón
humana sino algo completamente distinto: una verdad propia del orden
sobrenatural.
Se trata de algo por encima de la mente humana. El
hombre existe porque Dios ha querido que
exista: no puede rastrearse su origen en “necesidad” alguna sino únicamente en
el Infinito Amor de Nuestro Señor y, por ende, en su Libertad.
¿Qué
cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante
dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que
contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella.
Por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno[12].
Cuando hablamos del
origen del hombre hablamos de algo misterioso.
Cuando hablamos de
cómo surgió el ser humano –nosotros– estamos hablando de algo cuyo abordaje es
indirecto, lo que impone ser muy cuidadosos a la hora de pronunciarse. Se
equivocarían redondamente quienes buscasen en estas páginas una afirmación de
los verdaderos orígenes del hombre tan categórica como la refutación que
pretendemos hacer. Somos concientes de nuestros límites. La afirmación que
hacemos del hombre como creación de Dios
no puede interpretarse como pretendiendo un grado de certeza y comprobación
equivalente al que se arrogan las teorías evolucionistas. No. Se trata de algo
distinto: afirmar al hombre como creación
de Dios es, ni más ni menos, respetar el carácter misterioso de su origen.
La sabiduría de las
personas sencillas supera la erudición de los sabiondos. El conocido y querido
conjunto de folklore “Los Paz” nos ilustra en el estribillo de Zamba por el hombre[13] con esta preciosa
letra:
El hombre era de barro
fue Dios quien al soplar
la vida y su misterio descubrió.
Sólo fue que creció, mas no pudo olvidar
el mirar de vez en cuando hacia el cielo,
y vivir por morir sin poder comprender
que al fin otra vez barro será.
fue Dios quien al soplar
la vida y su misterio descubrió.
Sólo fue que creció, mas no pudo olvidar
el mirar de vez en cuando hacia el cielo,
y vivir por morir sin poder comprender
que al fin otra vez barro será.
La verdad se nos escapa de las manos: mientras más
pretendemos sujetarla más indomable se
nos muestra. Es que la Verdad
es Dios y Dios no es –parafraseando al gran C. S. Lewis en Las crónicas de Narnia– “un león domesticado”.
En esta vida, tenemos solamente destellos de la Verdad. Andamos en el misterio
y todos los intentos de racionalizarlo no nos llevan más cerca de la Verdad sino que nos hacen
orillar el absurdo y la contradicción. Sólo aceptando el misterio podremos, a
la luz de lo que no se deja comprender, verlo y comprenderlo todo.
Credo ut
intelligam.
[1]
http://www.aciprensa.com/noticias/card-schonborn-critica-elementos-ideologicos-del-darwinismo/
[2] http://www.conoze.com/doc.php?doc=5937
[3] Ídem.
[4] http://www.zenit.org/es/articles/creacion-evolucion-y-magisterio-de-la-iglesia-catolica.
Raúl Leguizamón responde detalladamente a este artículo en http://panoramacatolico.info/articulo/existe-un-evolucionismo-no-darwinista.
[5] www.elsentidobuscaalhombre.com/v_portal/informacion/informacionver.asp?cod=696&te=339&idage=1217&vap=0
[6]
http://www.conoze.com/doc.php?doc=9415
[7] Citado por… en http://evolutionfacts.com/Ev-V3/3evlch29a.htm
(en inglés). A diferencia de las otras citas, no hemos utilizado la cursiva
porque el propio texto destaca algunos fragmentos de la misma manera.
[8] Para más datos del autor,
cfr. http://www.sedin.org/propesp/X0055_Pr.htm
[9]
http://www.sedin.org/ID/Proceso_a_Darwin_03.html
[10] Suma Teológica I, q. 91, art. 1, ad 1.
[11]
http://www.sindioses.org/cienciaorigenes/ccyeb.html
[12]
Santa Catalina de Siena, Dialoghi, 4,
13, citado por el Catecismo de la Iglesia Católica , Madrid,
Claretiana, 1993, pág. 93.
[13] http://www.youtube.com/watch?v=yzEV1ANY2MU
Excelente! Los argumentos y las citas presentadas son extraordinariamente claras y comprensibles. Maestro!
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