Un cuento de hadas sin final feliz
La revolución gramsciana
en los mejores largometrajes animados
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Por Adolfo Aybar
Inevitablemente debo
hablar en primera persona.
Indignación, tristeza,
impotencia. Todo esto sentí una vez que confirmé que la versión live-action que los Estudios
Cinematográficos Disney produjeron de la clásica historia de “La Bella y la Bestia ” había transformado
al personaje Le Fou –el secuaz de Gastón– en una
persona homosexual.
Mi indignación se debe a que la empresa Disney haya decidido destruir en primer lugar la inocencia de los
chicos, y luego confundir la mente de los adultos. Históricamente, Disney siempre fue la productora de
películas en la que cualquiera podía confiar. Disney siempre rescataría las virtudes, la amistad, la camaradería,
la inocencia infantil, el sacrificio, la honestidad, el amor; y por este motivo
cualquier adulto acudiría al cine a disfrutar sus producciones con gusto, invitando
a sus hijos también a deleitarse con ellas; incluso más, les permitiría ver sus
películas con toda su confianza puesta en esta empresa.
Pero hoy las cosas han cambiado. Mejor dicho: los nuevos y últimos responsables
de Disney las han hecho cambiar. Y,
con tristeza, repito una pregunta que muchos seguramente se están haciendo, ¿he
de olvidar aquel “Disney” lleno de magia y aventuras, que me invitaba a soñar
en una atmósfera de libertad y pureza? Ya no estamos ante cuentos de hadas sino ante la promoción cinematográfica del
escándalo de los niños. Hoy esta productora quiere transmitirnos el sufrimiento
y el dolor humanos como algo mágico, hoy quiere rendir pleitesía a los
principios de la ideología que sostiene que para “hacer la revolución” y deformar
el orden natural que rige a nuestro intelecto, no hay que alzar las armas, sino
cambiar la cultura, y ella, cambiada, se encargará de modificar nuestra
percepción de la realidad.
La homosexualidad es un desorden que se ha de combatir para lograr el
orden y la virtud, como la mentira, el hurto y el orgullo. Por este motivo no
hemos de aplaudirla, ni de fomentarla, debemos reconocer su gravedad como
impedimento para alcanzar la felicidad.
Mi impotencia consiste en que a pesar de esta indignación en mi
interior, parece poco lo que puede hacerse para detener este camino de
deterioro humano que los responsables de Disney
han comenzado a recorrer. Por este motivo decidí redactar, al menos, este breve
artículo, con la esperanza de lograr transmitir esta verdad a aquellos que
tengan las posibilidades de su lectura.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarDisculpe, pero eliminé su comentario por considerar que la forma en que se dirigió al articulista era impropia. Saludos.
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