El testimonio y la obra
del padre Juan Claudio
Sanahuja
Guerra
cultural contemporánea, familia y vida
Por Juan Carlos Monedero (h)
Ver en línea: https://www.youtube.com/watch?v=cAN4zziSUk4
Estamos
aquí para hacer el homenaje de una gran persona, a quien tuvimos la dicha de
conocer. Lo vamos a recordar como sacerdote,
combatiente de la palabra, defensor de la cultura de la vida. Y,
finalmente, como hijo doliente de la Iglesia , a la que
sirvió hasta el final de sus días con su tarea apostólica, tanto oral como
escrita, a través de libros, conferencias, artículos.
Nacido el 16 de septiembre de 1947, el padre Juan Claudio es ordenado sacerdote en el año 1972, por la
prelatura del Opus Dei. Tenía casi 25 años. Estudioso de la doctrina y eficaz
comunicador de la misma, su obra apostólica –tanto escrita como oral– refleja
el pensamiento propio del doctor católico, observación que –en el momento
presente de la Iglesia –
conviene no tener por redundante. En efecto, mientras muchos teólogos piensan la Revelación a partir de
las categorías de la filosofía moderna e inmanentista –que sostiene que el
conocimiento de la realidad es imposible–, el padre Juan Claudio, que no
desconocía estas infiltraciones, seguía creyendo, pensando, meditando y amando
las verdades de siempre, que le vinieron por la tradición. Una tradición que se
preocupa por la fidelidad y no por las novedades, de suerte tal que si
personajes como Boff, Kung y Kasper se apoyaban en las falacias propias del
idealismo, el padre Juan Claudio encontraría en San Agustín y Santo Tomás de
Aquino su sostén y su inspiración.
Estos temas tan arduos
fueron profundizados por el padre –era doctor en Teología, por la Universidad de
Navarra–, colocándose en una situación y una circunstancia donde no podía,
honestamente, callar. Y no calló. Al contrario, puso todo su conocimiento,
erudición y competencia al servicio de la verdad, el bien y la belleza; y por
eso es que fue, también, un combatiente de la palabra. Y así queremos recordarlo: no fue un sacerdote que hablase de generalidades. No tocó esos
temas que a nadie le importan (los típicos y desabridos asuntos que no generan
ni fuertes adhesiones ni enérgicos rechazos). Al contrario, se ocupó de lo que
está en primer lugar de la agenda
cultural, con perfecta conciencia de las dificultades que esta empresa
seguramente iba a traer. Y que trajo.
Acompañado por la Licenciada Mónica
del Río, directora del boletín Notivida,
el padre Juan Claudio fundó en 1998 el portal Noticias Globales, cuya difusión superaría los límites de nuestro
país para llegar a toda Hispanoamérica. Desde este portal, supo proveer un material
enorme de
investigaciones sobre políticas relacionadas con la vida humana y la familia –a
nivel nacional e internacional– a todo aquel que estuviese interesado, enriqueciéndolo y capacitándolo.
En el año 2001, se convirtió en editor de Notivida, espacio que continúa abordando estos mismos
asuntos, con un seguimiento legal de la situación en la Argentina. Desde Noticias Globales, el padre escribió
numerosos artículos –todos los cuales pueden, todavía, consultarse– donde
denunció con toda claridad a los artífices de la contracultura, cómplices de
mortíferas prácticas como el aborto, la anticoncepción y la eutanasia. Así, por
ejemplo, el 28 de julio del 2014 sacó a la luz un artículo titulado Bill Gates: aborto a control remoto. El
15 de marzo del 2015, identificó con toda claridad las casi 400 empresas que –a
lo largo y ancho de todo el mundo– financian la propaganda homosexualista,
entre ellas Facebook, Apple, Google, Amazon, Microsoft, HSBC, Twitter, American
Express, JPMorgan, Walt Disney, etc.
En otra ocasión, se ocupó de las acciones de dos instituciones
educativas, en Estados Unidos y en Suecia respectivamente, contra dos profesores
que se oponían a las prácticas abortivas.
Puertas adentro de la
Iglesia tampoco se hizo el distraído, oficio bastante cómodo
para ciertos laicos y sacerdotes con excelente formación. Por ejemplo, el 14 de
mayo del 2014 escribió un artículo titulado Kasper
siembra confusión. El 7 de septiembre del mismo año, cuestionó la actitud
del arzobispo de Nueva York –el Cardenal Dolan– quien públicamente sostuvo no tener
“ningún problema” con que personas identificadas pública y notoriamente con el
homosexualismo ideológico participaran activa y visiblemente en el desfile en
honor a San Patricio. En el año 2012, Noticias
Globales advirtió de las maniobras del pseudo teólogo Hans Kung, quien
buscaba premiar a una agrupación de superioras religiosas, que casualmente era
la misma que había sido intervenida por la Santa Sede en el año 2012 a causa de sus
desvaríos doctrinales. Kung premia el error y la confusión, muchísimos
aplauden, otros que saben que eso es malo callan, pero el padre Juan Claudio no
calló.
Su labor apostólica no fue, sin embargo, sólo denuncia del mal sino
también promoción del bien. En febrero del 2015, el padre Juan Claudio concedió
un amplio espacio al prólogo que el cardenal Robert Sarah hiciera del libro Género, una cuestión política y cultural,
donde el prelado sostiene: “estamos ante una
revolución que busca revocar el orden de la creación del hombre y la mujer,
(este orden que) Dios manda desde el principio en su designio de amor eterno”.
Asimismo, numerosas de las valientes declaraciones del cardenal Burke
encontraron eco en el boletín del padre. Como mérito a su enorme empeño
y dedicación, el Papa Benedicto XVI le otorgó en el año 2011 el título de Capellán de Su Santidad. Asimismo,
colaboró en numerosos organismos de la Santa Sede,
especialmente en el Pontificio Consejo para la Familia, disuelto hace poco por el Papa
Francisco.
¿Cuáles fueron los temas que ocuparon principal importancia en su testimonio?
Seguramente, por los títulos que hemos repasado, muchos de los oyentes se
habrán dado cuenta. En concreto, no hay lugar a dudas de que la inteligencia y
voluntad del padre Juan Claudio se dirigió hacia el hombre. Pero el abordaje del hombre –esto es, de nosotros
mismos– no podía prescindir de la doble luz de la sana razón, por un lado, y de
la Revelación Sobrenatural ,
por otro. El padre Juan Claudio supo aceptar un descubrimiento que cambiaría su
vida. Encontró la piedra de toque de
la moderna civilización: el odio al hombre, cristalizado en prácticas
de muerte: aborto, eutanasia, anticoncepción, eugenesia. También proyectos
y artificios ideológicos –como el seudo matrimonio igualitario– fueron objeto
de su reflexión. Una reflexión que, como hemos mostrado, se convirtió en
denuncia y en alerta. En infinidad de ocasiones se pronunció sobre la ideología
de género, mentalidad que pretende reflejarse en la cultura, la legislación,
las costumbres y hasta en la forma de hablar.
¿Por qué decimos que el odio al
hombre es la clave de bóveda de este asunto? Porque el hombre naturalmente
se ama a sí mismo. En efecto, el suicidio es antinatural. Sin embargo, el siglo
XX y XXI han experimentado un crecimiento exponencial de la capacidad y del
ingenio del hombre para dar muerte, eclipsar la vida de sus semejantes o
incluso la propia:
- por la eutanasia, se mata a los enfermos y a los ancianos;
- por la anticoncepción, se bloquea el efecto natural de las relaciones sexuales, que es la creación de la vida;
- por el aborto, se destruye a un niño inocente e indefenso;
- por la eugenesia, se descarta a los débiles;
- finalmente, promoviendo la actividad sexual antinatural, lo que fue pensado por Dios como algo fértil es convertido en algo estéril.
A la luz de lo expuesto, el ejemplo del padre Juan Claudio –sin dudas,
fue un defensor de la cultura de la vida– convocó a muchos en el pasado y debe convocarnos en el presente.
Convocarnos a esta lid: luchar por el
hombre y por la vida, pero no por esa humanidad o fraternidad difusa de la Ilustración. No.
Somos convocados a la defensa del ser humano –nosotros mismos– en cuanto Imago Dei, es decir, en cuanto somos seres temporales pero portadores de
principios eternos, capaces de relacionarnos con Dios como personas, libres y
amantes; defensores de la vida, sí, pero no de una vida jamás definida o
imprecisamente pensada sino de la vida que es participación de esa Otra Vida
que es Cristo mismo: Yo soy la Vida , según las palabras
de Juan 14, 6.
El
padre dejó este mundo el 23 de diciembre del pasado año pero nos ha dejado
muchas cosas. En primer lugar, como se dijo, nos deja su ejemplo. Apoyó
numerosas causas que consideraba justas, emprendimientos concretos e
identificables, como el mencionado boletín Notivida
y Noticias Globales. Pero también
sostuvo y promovió otros espacios, donde incluso fue numerosas veces invitado a
hablar, como el Círculo de Formación San
Bernardo de Claraval.
En segundo lugar, nos
deja su agudeza, su viveza criolla si
se permite la expresión. Era bueno pero no era ingenuo. Quienes lo conocieron
más de cerca aseguran que todo lo relativo al término género le preocupaba,
incluso antes de entrar en los detalles. Denunciaba la expresión salud reproductiva o planificación familiar como equivalente al
aborto. No era cándido y no favorecía que la gente se engañase. Insistía en que
los católicos debíamos visualizarnos, no escondernos, sino que se nos vea a
través de acciones tan sencillas como, por ejemplo, una simple panfleteada, un
ciclo de conferencias. Teníamos que estar en la calle, no sólo escribir detrás
de una computadora –por bueno que sea el texto– sino estar en la realidad real. Con un humor que también
aleccionaba, solía quejarse de los católicos provida que consideraban “muy
fuertes” los carteles con imágenes muy claras sobre aborto. Y en una ocasión
llegó a decir que esos carteles permanecieron sólo en los locales “cuyos dueños”
eran “personas que realmente quieren dar la cara y que no lo van a sacar aunque
venga el obispo o el párroco a decirle: Sacalo”[1].
En tercer lugar, nos
deja su última obra: ‘Poder Global’, que
merece un párrafo aparte. Ya hemos dicho que una constante de su labor fue la
denuncia de las instituciones –de alcance internacional– que trabajan,
coordinadamente, por imponer una nueva mentalidad. En efecto, tanto desde las
páginas de El desarrollo sustentable
como de su último libro, el padre Juan Claudio enumera prolijamente a
incontables entidades que promueven y financian lo que se conoce como cultura de la muerte. No es casual que
la promoción de estas prácticas esté ineludiblemente acompañada de campañas que
tienden a presentar la homosexualidad como algo natural. Y aquí tenemos que
detenernos un segundo, porque hay muchos que ven con claridad la maldad del
aborto pero no ven el desorden que supone ciertas conductas sexuales.
Como siempre, el asunto
se comprende mejor si vamos a los principios, los orígenes. En efecto, si el
universo surge de un proceso evolutivo darwinista –totalmente ciego y carente
de fines– como sostienen los modernos ideólogos, entonces no hay Dios. Si no hay
Dios, tampoco hay ni puede haber nada como un orden divino. No puede haber ni orden divino ni orden natural;
tampoco puede haber conducta sexual
normal porque llamar “normal” a un comportamiento implica reconocer una
norma, una pauta, un límite, un orden. Pero según los ideólogos no hay orden.
Por tanto, la legitimidad de la conducta homosexual se sigue con la misma
lógica con que las piezas de un dominó se golpean unas a otras. Una auténtica
cadena de negaciones, que tiene su punto de partida en la originaria negación
del logos.
Ahora bien, si no hay
Dios, ni hay orden, ni conducta sexual normal, entonces todas las conductas
sexuales son válidas y legítimas. Pero, en este caso, ¿cómo juzgar los actos de
violación? ¿Cómo juzgar la pedofilia u otras aberraciones?
Para no quedar atrapados
en este callejón sin salida, tenemos que volver –es forzoso– al orden, tenemos
que restaurar el logos en la sociedad
–esto es, restaurar a Cristo–, y la única manera de hacer eso es practicando y
viviendo alegremente la verdad. Hablar, hacer
verdad, como decía el querido padre Castellani. Y el ejemplo del padre Juan
Claudio debe impulsarnos a ello.
El padre Juan Claudio
nos deja asimismo su ejemplo como persona capaz de ejercitarse y capacitarse en
este auténtico arte de dar a conocer la verdad; cada uno
desde su lugar y sus posibilidades, está obligado a hacer lo que pueda: remover
obstáculos, regalar un buen libro, promover buenos ciclos de conferencias,
aportar económicamente, difundir y defender a los buenos intelectuales,
colaborando activamente con las personas y estructuras que –en el medio de
numerosos obstáculos– están militando por estos ideales.
Doctrina, sí, pero no
esterilidad sino doctrina unida al poder de la acción. Decía el padre que “Tener la doctrina clara, y callarse o
hablar a media lengua, tratando de quedar bien, es una cobardía para salvar el
"buen nombre", y que todos te aplaudan..., cuando por el contrario si
todos me aplauden, tengo que desconfiar de estar siendo un buen cristiano”.
Doctrina unida a la
acción, pero no a cualquier acción como si todas valiesen lo mismo. Porque el
padre no fue un activista irresponsable sino prudente. Escritor,
responsable de un blog, y conferencista, fue autor de varios libros, artículos,
ponencias; participó en numerosos congresos, así como en reuniones nacionales e
internacionales. Varias de sus obras han sido traducidas y publicadas en otros
países. No fue la espontaneidad o del momento lo que sostuvo su magna tarea.
Fue el compromiso sostenido en sólidas razones, fue su capacitación continua,
no un mero impulso de reacción contra algo malo. Lo suyo no fue una acción
precipitada sino una acción prudente.
Su preocupación por la
crisis de la Iglesia
no era una mera generalidad: ya hemos visto cómo el padre identificaba a los
responsables, con nombre y apellido. A diferencia de quienes temen descender a
los detalles, esquivando el bulto, el padre Juan Claudio decía a quien lo
quería escuchar que le preocupaba –y mucho– el tercermundismo, los abusos litúrgicos
y por supuesto el falso ecumenismo. El padre había aprendido y ya celebraba la
misa tridentina; sabemos también que autorizaba a los fieles a asistir a las
misas celebradas por los sacerdotes de la Fraternidad San
Pío X, conocedor de que una liturgia declarada válida por la máxima autoridad
de la Iglesia
no podía ser “abolida” por el paso del tiempo, cualquiera fuese el pretexto.
Asimismo, el padre lamentaba
la difusión de ese slogan falaz según el cual “Tenemos que ser positivos” dado
que en algunas ocasiones eso implicaba no decir la verdad o al menos suavizar
su proclamación. En ese sentido, es pertinente recordar las palabras de Julieta
Gabriela Lardies, delegada por la Red Federal de Familias–Misiones, quien sostuvo
recientemente: “No querer confrontar cuando
es obligatorio hacerlo es propio del alma
que –aunque reconozca intelectualmente la verdad– prefiere no arriesgarse en
cuanto a su testimonio, no sea que pierda amistades por decir lo verdadero.
(Esta actitud) Revela falta de esperanza,
falta de confianza en la propia verdad, falta de confianza en la fuerza
demoledora de la verdad”.
Es necesario decir, además,
que el padre Juan Claudio estaba muy preocupado por la situación de la Iglesia en este
pontificado. A través de innumerables conocidos –él se informaba directo, no a
través de los medios de comunicación– se enteró de que muchas iniciativas
eclesiales en torno al sostenimiento de la cultura de la vida –erigidas sobre
todo en la época de Juan Pablo II– están siendo desmanteladas, descabezadas.
Por ejemplo: se cerró el Pontificio Consejo de la Familia –como ya dijimos–,
se le está quitando importancia a la Academia para la vida, mientras que los nuevos responsables
en dichas áreas no tienen –habida cuenta sus antecedentes– la misma línea que
los anteriores. Sin dudas, el padre fue hijo
doliente de la Iglesia ,
lejos de toda obsecuencia, al mejor estilo de Santa Catalina de Sienta, cuya
memoria recordamos precisamente hoy.
Es mucho lo que pensaba,
lo que escribió y lo que dijo el padre Juan Claudio. Sin embargo, incluso
ocupándose de estos temas, no se desvinculó de su realidad familiar y doméstica;
se interesaba mucho por su familia, por su madre especialmente. A veces no la
podía ver tan seguido como hubiera querido, pero por testimonio de los
allegados podemos decir que la tenía siempre en mente, lo que se materializaba
llamándola por teléfono. Este mismo cuidado recomendaba a sus cercanos: “cuida a tu mamá, dedicale tiempo...”.
Asimismo, quienes más lo conocieron atestiguan que tenía un gran corazón, que
se plasmaba no sólo en los temas teóricos sino también en los consejos propios
del mundo afectivo y emocional. Era un sacerdote que dedicaba tiempo a esas
almas, un tiempo que a él no le sobraba. Son muchos los testimonios de su
generosidad: el padre se buscaba un lugar y un momento para atender a todos. A
pesar de que, en determinados momentos, pareciese distante y “acorazado”, tenía
un gran corazón. Y también un muy buen sentido del humor, condición ineludible
para librar este combate de proporciones realmente históricas.
Su último libro vio la luz el mismo día de su partida. Contiene la
denuncia del mayor ataque que se concibió hasta ahora contra el cristianismo,
sobre todo contra la
Iglesia Católica y la civilización cristiana. Leamos un
fragmento de mismo: “«Los falsos profetas
y los falsos maestros han logrado el mayor éxito posible»” dice el padre,
citando a Juan Pablo II. Y luego hizo suyas las palabras del Beato Pío IX: «seamos firmes: nada de conciliación; nada
de transacción vedada e imposible…». Su última obra es muy clara y muy valiente: si estuviera vivo,
creemos, le habrían hecho la vida imposible. Quienes lo conocen cuentan que, en
sus últimos días, la única preocupación del padre Juan Claudio era que el libro
saliera pronto.
Quiera
Dios que podamos continuar la pelea que él libró, con lucidez, coraje,
prudencia, arrojo, osadía y generosidad. Muchas gracias.
(Palabras pronunciadas el 29 de abril del año 2017,
Festividad de Santa Catalina de Siena,
en la Biblioteca de la Manzana de las Luces)
Gracias por compartir lo que con tanto esfuerzo fuiste construyendo de la mano de Dios.
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