Hace algún tiempo oí en una película esta frase. “La
vida no se captura”. El personaje que la dijo, un profesor de música, la
utilizó para explicar a sus alumnos la curiosa postura de un afamado músico que
no permitía que sus interpretaciones musicales fueran grabadas; únicamente
difundía su trabajo en presentaciones en vivo ya que consideraba que el
fonógrafo no captaba la esencia de su arte.
Esa película me llevó a recordar y a fijar mi
atención en fotos, videos y fonograbaciones. Así, de a poco, fui solidificando
aquella frase en mi interior. “La vida no se captura”. La “magia” de los
momentos, lo que experimentan las almas, el espíritu del tiempo encarnado en un
espacio determinado, los rasgos esenciales de las cosas… no pueden copiarse. Las esencias no se captan con una lente.
Una fotografía, un video o una fonograbación no son otra cosa que una copia,
más o menos precisa, de la realidad que las trasciende. Son una copia, no la
realidad misma. Aún la transmisión directa de un programa televisivo o una
llamada telefónica no dejan de ser reproducciones, aunque sean de forma
inmediata.
Por otro lado, no deseo hablar de las diferentes
técnicas de reproducción de voces e imágenes ni del asombroso progreso directo
que han tenido los distintos métodos de “captura” de la realidad. Simplemente
quiero expresar una idea acerca de ellos… y es que pienso que todos han fallado
en algo… o quizás no sea que hayan
“fallado” sino que sencillamente no podían acertar. Era imposible. Todo lo que
ocurre en nuestra vida tiene un valor incalculable que viene dado entre otras
cosas por su calidad de único. Los
acontecimientos pueden ser semejantes pero nunca iguales. Con más razón una
copia es sólo eso y nada más. Una filmación o una fotografía no nos muestran lo
que irradia una persona frente a frente, el brillo vital de su mirada, la
calidez de su alma transmitida en sus gestos…
Todos hemos regresado alguna vez a un sitio al que
hemos amado mucho, en el que hemos sido felices, algún escenario de la infancia
quizás. Y hemos descubierto que no era igual al lugar que esperábamos hallar,
por una simple razón… el momento no era el mismo. La vida no se captura y los
instantes no se repiten.
Hay momentos en la vida que deben ser simplemente
“vividos”, nada más… ni nada menos. A veces, en nuestro indomable deseo de
querer poseer, de querer ser dueños, dejamos de lado el genuino disfrute de
aquello que Dios nos ha puesto en frente. No vivimos el instante sino que
queremos atraparlo materialmente, como desenfrenados e inexpertos cazadores de
mariposas que buscan atraparlas con una red agujereada. No contemplamos el
exquisito vuelo de los segundos, de los instantes dorados con los que se teje
nuestra historia; no nos gozamos del delicioso momento que se nos ofrece, no,
porque estamos preocupados en capturarlo… y luego, cuando ya ha pasado,
buscamos ansiosos en el fondo de la red… para encontrarnos con el polvo de las
alas de una mariposa que se nos ha escapado para siempre.
En este punto ya tenemos las dos notas que deseaba
hacer sonar en esta pieza. Dos notas distintas pero enlazadas por un mismo y
misterioso designio. La esencia de las cosas no se captura en las réplicas y
los momentos no se repiten jamás.
La filmación de una boda, la fotografía de la Primera Comunión ,
la fonograbación de un concierto… son eso, una filmación, una fotografía, una
fonograbación. No son la boda, ni la Comunión , ni el Concierto. Son réplicas
imperfectas. Imperfectas porque captan líneas, formas, colores, timbres… pero
no captan “espíritus”. No captan la luz que brilla en ese instante. No captan
la trascendencia, lo celestial. No captan el latir de las almas inflamadas por
la fe y el amor. No somos sólo materia. ¿Alguien puede dudarlo? Y todo lo que
encierre al ser humano únicamente en su materialidad termina mutilando lo
trascendente que hay en él, reduciéndolo a algo muy inferior de lo que realmente
es.
Quizás por alguna razón Dios hizo que no nos sea
posible capturar la vida materialmente, así como no podemos atrapar las
estrellas en un vaso, así como no podemos crear vida de la nada. Quizás Dios
quiso ahorrarnos preocupaciones, animarnos a que nos dediquemos a vivir, a
asombrarnos y a maravillarnos, sin desvelos que no nos corresponden. Quizás a
veces no lo entendemos y nos volvemos frustrados “cazadores” de instantes que
nunca logramos someter a nuestro dominio. La vida no se captura.
Con el tiempo he aprendido que hay un sólo lugar
donde se guarda con mayor exactitud el sabor esencial de los momentos. Ese
lugar es el corazón. En el corazón atesoro recuerdos y emociones. En el corazón
veo con nitidez las manos arrugadas de mi abuela acercándome un té medicinal.
Allí veo los árboles de navidad que mi madre adornaba para delicia de mis ojos
infantiles. Allí guardo la ternura de mi padre convidándome un bocado del
asado, aquel bocado de privilegio que yo esperaba mendicante junto a la
parrilla. Allí guardo el aroma de las galletitas del jardín de infantes y el
color de los amaneceres de verano. Es cierto que tengo conmigo muchas
fotografías de mis seres queridos y un gran número de souvenires, pero es en el
corazón donde verdaderamente los llevo, donde retengo el reflejo de su luz. Y
en el corazón de las personas que amo es donde quiero proyectarme.
Muy bueno Juan Carlos! Saludos!
ResponderEliminarGracias a vos!!!!!!!!!!!!!!
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