Stalin, o la victoria del sentido común
frente a la ideología leninista
frente a la ideología leninista
Año
1921, la salud de Lenin comienza a decaer. En 1922 sufre un ataque que lo deja
temporalmente sin habla. Corre el año 1923 cuando comienza a dictar a sus
secretarias unas notas que pasarán a la posteridad como el testamento de Lenin. En este testamento, Trotsky sobresale como
el gran favorito del entonces aún líder de la facción bolchevique.
¿Cuál
era el escenario del momento? El debate por el control del partido se había
desatado. De un lado, Trotsky y sus seguidores; del otro, la tríada conformada
por Kamenev, Zinoviev y Stalin (los dos primeros de triste final). Los ataques
entre uno y otro comienzan siendo verbales pero luego no escaparán a la
violencia física. Stalin lo acusará de judío
menchevique, Trostky dirá que Stalin es cristiano,
algo casi blasfemo para un marxista. ¿Tiene explicación esta confrontación
entre sujetos que hasta hace escasos cinco años habían sido camaradas?
Claro que la tiene.
El deseo
de poder no era ajeno a ningún revolucionario de principios de siglo XX. Si
para los militantes de izquierda de hoy es embriagante el uvita fiesta con fanta, para los de otrora lo era un mayor control
de la sociedad. Tanto Lenin como Trostky –acompañados por cualquier teórico de
la época– sostenían que la cultura se podría transformar con la conquista del
Estado[2].
Si buscásemos alguna diferencia substancial entre Bronstein (Trotsky) y el
“Hombre de acero” georgiano (esto que parece un apodo de algún personaje de
Marvel es el significado de la palabra Stalin)
la encontraremos en materia de política práctica.
En el mundo
de las ideas, ambos eran marxistas y –si se permite la expresión– leninistas.
Ambos coinciden en el objetivo de conquistar el Estado como forma de acceso al
poder. Ambos creen en el proletariado como la vanguardia iluminada. Ahora bien,
tenemos los fines, la cosa se complica con los medios. Stalin defendía una
fuerte burocratización del Partido, que para esa altura era ya la Nación ; en
cambio, Trotsky levantará la bandera de la descentralización –si lo hacía de
manera sincera es algo que desconocemos– en los territorios otrora “sometidos”
al “yugo” de los zares. En una palabra, Trotsky era partidario de extender la
revolución a toda Europa mientras que Stalin, en cambio, pretendía primero
asentarla en la URSS
y más tarde –cuando las condiciones lo permitiesen– “exportar” el proceso
revolucionario.
La
practicidad de uno dista mucho de la ortodoxia
doctrinaria de otro. El segundo podría ser tenido como un “hereje” dentro
del seno partidario, en tanto del primero sería reconocida su pureza (sí, tal
como sucede en las sectas). Esta pureza
doctrinaria –por la que quedó enredado en debates doctrinarios más propios
de un intelectual prerrevolucionario que de un cuadro político post-Revolución
de Octubre de 1917– hizo que Lev Bronstein fuese llamado de manera peyorativa
“pluma”: esto es, mucho debate, poca
construcción del poder.
Si vamos
a lo fáctico, podemos decir que Stalin estaba en lo cierto: hacia 1940, todo el
Comité Central del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética )
había sido asesinado, con la notable excepción de nuestros personajes de
marras. ¿Podría Trotsky citar a Margarita Stolbizer y decir “Yo ya gané” por el
simple hecho de mantenerse con vida? La respuesta es negativa: en 1927 Trotsky
es expulsado del partido, dos años después será expulsado de la URSS. Gran triunfo del
líder georgiano que a partir de ese momento ya no tendrá rival alguno dentro
del seno del movimiento. Con mucho tino, Stalin vió que el mundo de las ideas
era una cosa y la conducción del Estado no siempre iba en paralelo con la
construcción ideológica armada previamente.
No sería
la única vez en que el hombre de acero pegase
esos volantazos ideológicos. En ocasión de la Operación Barbarroja –esto es, el ataque alemán a
la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas–, Stalin advirtió que los eslavos mostraban
cierta fraternidad para con los conquistadores, razón por la que tuvo que
apelar al sentimiento patriótico revitalizando viejas glorias del pasado –aunque
parezca una broma de mal gusto– zarista. Es así como la contraofensiva a Hitler
pasará a ser conocida como la
Gran Guerra Patria. Marchas militares, letras
invocando el honor, principios y códigos de patriotismo, amor por el suelo
enardecerán los corazones del pueblo ruso, disponiéndolo a defender su tierra.
No fueron pocos los soldados que caídos en combate lo hacían con alguna estampa
de carácter religioso, pese a la prohibición del gobierno.
La
defensa irreductible del Internacionalismo por parte de los trotskistas hizo
que este conjunto de medidas fuese visto como una desviación nacionalista en el mejor de los casos, chauvinista en el peor. En efecto, los
bolcheviques –en diciembre de 1917, apenas dos meses después de la toma del
poder– derogaron las leyes contra el aborto, convirtiéndolo en libre y gratuito; derogaron las leyes
contra la homosexualidad, despenalizaron la prostitución. Además, se abolió el
concepto de legitimidad de los hijos, llevándose adelante lo que Marx llamaría sociabilización
de la mujer, entre otras prácticas. Todas estas eran medidas marxistas
de pura cepa. ¿Cómo resultaron en la práctica? Dado que el concepto de
legitimidad también había sido abolido, los efectos fueron previsibles: por un
lado, las tasas de natalidad fueron mucho menores a las de mortandad y por
otro, los hijos desconocían la identidad de sus padres. ¿A cuál de los varones
debía imponérsele la carga de proteger al recién nacido si la mujer había
tenido múltiples relaciones sexuales?
Una vez
en el poder, Stalin –no por suscribir a ideas conservadoras, como sostendría el
conservador-liberal argentino Emilio Hardoy– derogó todas estas leyes; de hecho,
comenzó una persecución feroz contra los homosexuales. Hasta el rígido jerarca
marxista se vio forzado a admitir que una sociedad sumida en los vicios
reportaba mayores problemas y dificultades que beneficios. Estas medidas fueron
denunciadas por Trotsky como un retroceso
en la legislación revolucionaria, acusando a Stalin de consolidar el poder
de la burocracia teniendo como base una juventud completamente disciplinada.
Curzio Malaparte –joven fascista y viejo maoísta– dirá que la conquista del
poder en Octubre fue obra de Trostky, pero que su conservación fue obra de
Stalin. Un juicio con el que coincidimos.
[1] Con colaboraciones de Ivana
Cejas y Juan Carlos Monedero (h).
[2] Recién a mediados de
siglo pasado, otro intelectual marxista llamado Antonio Gramsci –apartándose de
Lenin– defenderá la idea de que la conquista primera debe ser la cultural; la
conquista política del Estado y sus resortes de poder se daría por añadidura.
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