Efemérides del 25 de
mayo de 1810
(Discurso
pronunciado en el salón
del Colegio FASTA
Catherina, año 2012)
Sr. Apoderado Legal,
Padre Capellán,
autoridades del Colegio,
estimados padres y docentes,
queridos alumnos:
Para entender los
acontecimientos que estamos recordando, volvamos –sólo por un momento– hasta el
12 de octubre de 1492, día de Nuestra Señora del Pilar: el descubrimiento de
América. España había venido a nuestras tierras bajo el liderazgo de los Reyes
Católicos, representados por Cristóbal Colón. Digamos unas palabras sobre el
nombre de este personaje tan importante de la historia. “Cristóbal” es una
palabra que significa portador de Cristo,
es decir, que lleva a Cristo. La pronunciación de su nombre nos remite –lo
sepamos o no– al Salvador del mundo.
Ustedes, queridos alumnos, también tienen
nombres que significan y que remiten a algo. Piensen en el nombre de María, José; Ana, Joaquín; Isabel, Bautista.
Son nombres que nos recuerdan a la Virgen y a su Esposo, a los padres de la Virgen , a su prima y a su sobrino.
Piensen también en los nombres de Pedro,
Santiago y Juan: los apóstoles.
Pueden pensar también en Catalina,
Agustín, Agustina, Pablo, Ignacio, Tomás, Javier, Miguel, Martín, Francisco, todos
nombres de grandes santos. También los nombres de Milagros o Trinidad hablan
por sí mismos. El nombre de Natalia viene
de “Natividad” –en ruso, Natasha–, recordándonos el nacimiento de
Jesús en Belén. Y aquí tenemos otro nombre: Belén.
Los nombres pueden marcar el destino. Cristóbal
Colón recibió en su nacimiento un nombre que perduraría en todos los manuales
de Historia. Sería el descubridor de
América. Colón llevaría el Evangelio, llevaría a Jesucristo. Los reyes que
le encomiendan este viaje son españoles. Por eso, nuestra Nación Argentina
tiene una Madre: España, la
Madre Patria. Así
como nuestra madre nos enseña en Evangelio cuando somos niños, España enseñó el
Evangelio a los habitantes de estas tierras.
“Cuando hay que consumar la
maravilla
de alguna nueva hazaña,
los ángeles que están junto a Su
silla
miran a Dios, y piensan en
España”.
José María Pemán
Durante varios siglos
España llevó a cabo una tarea civilizadora y evangelizadora. Buenos Aires fue
fundada por primera vez en 1536 y por segunda en 1580. En 1776, dos siglos más
tarde, España constituye en nuestras tierras el Virreinato del Río de la Plata. Era todo un territorio
muy grande, que abarcaba muchas otras naciones. Se fundó este Virreinato para defendernos
de naciones extranjeras. Sin embargo, a comienzos del siglo XIX nos atacaría
Inglaterra. Son las Invasiones Inglesas.
Así como un ladrón entra en una casa cometiendo una injusticia, también los
países pueden hacer lo mismo, cuando se dejan llevar por la avaricia, la codicia
y el apetito del poder.
La victoria de los nuestros –los criollos– frente a los ingleses fue muy
importante. Porque la derrota británica en 1806 y 1807 –donde luchó, con sólo
13 años, Juan Manuel de Rosas– demostró que podíamos defender, por nosotros mismos, las fronteras de nuestro
territorio: por la razón y, si fuese necesario, por la fuerza.
“se
unieron todos para desalojarlos. Fue extraordinario. Pelearon los chicos, las
mujeres, los viejos, los sacerdotes, los criollos y los españoles, los indios y
los mestizos. Pelearon en cada casa, desde cada rincón de las calles de Buenos
Aires. Día y noche, con las armas que tenían. Y cuando se acabaron las armas
las inventaron…”[1].
Las mujeres movían a sus maridos a pelear. Una,
se dice, lo amenazó de esta manera: “ve a
pelear, y regresa vencedor o muerto, porque esta jamás será la casa de un
cobarde”.
Esto fue la Reconquista de Buenos Aires. En homenaje a la
gesta, tenemos varias calles en nuestra ciudad que las recuerdan. Contra el
invasor inglés se luchó por dos motivos: porque atacaban nuestra tierra y
porque negaba nuestra fe católica. Eran protestantes, herejes. Nuestros
patriotas, al contrario, eran fieles a la Patria y fieles a Dios:
“Ellos traían su tristeza,
la invencible tristeza acompañada
del crimen de herejía;
y nosotros teníamos,
por encima de todo,
nuestra alegría” (Anzoátegui).
El rey español, en ese entonces, no nos ayudó
en la lucha. Se comportó mal con nosotros. Entonces,
algunos se preguntan si no era mejor constituir un gobierno propio. Esta
idea encontró un nuevo argumento cuando Napoleón –un general muy importante y
exitoso– captura al rey español, Fernando VII. Napoleón era francés, un
excelente estratega de la guerra; sabía luchar muy bien. Pero esta habilidad no
volvió bueno: al contrario, sus éxitos lo emborracharon de poder. Tenía ideas
completamente opuestas a la
España católica. Si el Virreinato dependía de España, la pregunta es: capturado el rey por
Napoleón, ¿a quién debíamos nosotros obediencia? ¿A un rey preso o a un tirano?
Era urgente formar un gobierno autónomo.
¿Qué significa la palabra “autonomía”? Quiere
decir “el poder de mandarse a uno mismo”. Teníamos que hacerlo. Darnos un orden
propio porque las circunstancias habían cambiado. Así nació el primer Gobierno
Patrio, gobierno que reivindicamos tomando prestado el siguiente versículo del
Génesis: “el hombre dejará a su padre y a
su madre…”. Eso fue lo que hicimos: madurar, pasar a la adultez.
Nuestros mejores criollos no deseaban separarse
de todo lo bueno que España nos había legado. Queríamos autonomía, pero no desarraigo. Si autonomía es darse las
propias leyes y valernos por nosotros mismos, desarraigo es enfrentarse con los
propios padres que nos dieron todo, la vida, la existencia, la cultura, la fe. Desarraigo
es pecado contra los padres; autonomía es madurez. El presidente de la Primera Junta –el Jefe del
Regimiento de Patricios, Don Cornelio Saavedra– tenía esta posición. El enemigo
era Napoleón, no España.
De ahí que fuese necesario –aunque triste–
romper con la legalidad española. El 25 de mayo, hace 202 años, Saavedra se
convierte en la cabeza de este movimiento, formando la Primera Junta. La principal medida que tomaron fue establecer
la religión católica como religión oficial. Esto significa algo maravilloso:
no sólo las personas sino las sociedades reconocían a Cristo como Principio y
Fin de la vida de los hombres. La ley positiva humana no contradecía –como hoy–
la ley natural y la sobrenatural, sino que las reconocía y apoyaba plenamente.
Tal como recita esa bella canción que pronunciamos en Misa:
Dios de los corazones,
Sublime Redentor,
domina las naciones
y enséñales tu amor.
Y aquel otro cántico que en su estribillo reza:
Reine Jesús por siempre, reine
su Corazón
en nuestra patria, en nuestro suelo,
que es de Maríala Nación.
en nuestra patria, en nuestro suelo,
que es de María
Ésta es la historia. La historia de hombres que luchan por grandes causas y principios: el
honor, el hogar, la familia, la tierra, la patria, el amor, la religión, Dios
mismo. La historia no es la acumulación erudita de fechas, aunque su
conocimiento sea necesario para aprobar el examen (y aunque el profesor deba
exigirnos, porque es su deber, memorizarlas). La historia no es la sucesión de
hechos desconectados entre sí, presente en nuestra memoria como adorno pero sin
ninguna importancia en la actualidad. Si la historia es –como creemos– el
despliegue del plan divino en el tiempo, sepamos advertir siempre la mano de
Dios que conduce los acontecimientos. La
historia el espacio de combate en donde los hombres libran la batalla por la
eternidad, las batallas por lo que no muere ni perece.
Profesor Juan Carlos Monedero
[1] Antonio Caponnetto. El bicentenario en el aula, Buenos
Aires, co-edición de Editorial Santiago Apóstol y Bella Vista Ediciones, 2010,
págs. 39-40.
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