Cómo un viaje en colectivo
se convirtió en una disputa
provida-aborto
Por Juan Carlos Monedero (h)
El domingo 29 de abril del 2018 era
un domingo particular, único. Porque al otro día era feriado y entonces se
podía salir. Y para colmo, el martes 1° de mayo también era feriado por ser el
Día del Trabajador: a mis 32 años, mejor imposible. De modo que esa noche mis pies
me llevaron a un bolichito donde comimos un buen sándwich de bondiola con mis
amigos Andrés y Charly. Terminamos de hablar de la vida y me tomé el 34, camino a mi casa.
La mayor parte del recorrido del 34
tiene lugar sobre Av. Juan B. Justo, pero hay un tramo de unas 20 cuadras donde
el colectivo pasa primero por Darregueyra, para más tarde desembocar en
Uriarte. Y luego, sí, dobla en Aguirre a la derecha y se entrega a los brazos
de la Avenida. En el tránsito de Darregueyra y Uriarte aproximadamente –lamento
no poder recordar con exactitud– se subieron unos 10 chicos de entre 18 y 21
años. Hablaban en voz alta y hacían bastante ruido, pero siendo las 4.30 de la
mañana no era algo sorprendente. No se salía de lo común. Pero sí se salió de
lo común cuando empezaron a corear “Opus Dei, qué facho que sos”, para luego
pasar a reclamar explícitamente y a los gritos por el aborto legal, un circo
que tuvo lugar ante un colectivo prácticamente lleno de gente.
Alternaron otras canciones y, por el
estado en que estaban, por algunos momentos la imagen era de pena y lástima. Su
condición de ebriedad me dolía, y sus invocaciones erráticas por el aborto me
indignaban. Decidí no intervenir porque pensé que, en definitiva, al fin de
cuentas era una contrapropaganda: a los gritos en un colectivo, y habiéndose
pasado con el alcohol, la Causa Por El Aborto Legal no estaba representada en
esta ocasión con un buen marketing. Algo pasó, sin embargo, cuando me paré, ya
cerca de la estación de mi casa.
–¿Quién está a favor del
aborto en este colectivo?
Preguntó en voz alta, casi gritando,
la que llevaba la voz cantante. Estaba muy cerca de un estado que podríamos
describir como “fuera de sí”. Muy exaltada y sintiéndose, al parecer, La Gran
Guerrera. Yo ya estaba de pie y pude ver cómo ella contabilizaba las manos de
algunos pasajeros que, hacia el final del colectivo, parecían asentir.
–¿Y quién está en contra
del aborto en este colectivo?
Ella seguía mirando al fondo y
comenzó a decir:
–¿Nadie? ¿Nadie está en
contra del aborto?
Estaba entre contenta y orgullosa de
no registrar a nadie. Pero yo estaba a su izquierda. No me vio. Y tampoco
escuchó cuando dije en voz alta: “Yo, yo estoy en contra”, mientras masticaba
indignación y me preparaba para lo desconocido.
Una de las chicas que la acompañaba
la tocó y le dijo: “Acá, este hombre te está diciendo que está en contra”.
* * *
Cuando bajé del colectivo,
habiéndome pasado varias paradas, sentí que lo que había pasado no tenía nada
que ver conmigo. Me refiero a lo bueno que había tenido lugar: mientras hablaba
con la chica que “llevaba la batuta” –la misma que había propiciado la
improvisada encuesta–, respondiendo a su pregunta directa de ¿Por qué estás en contra del aborto? varias
cosas pasaron. Primero, que las que discutían y/o vociferaban conmigo eran
solamente tres. Una cuarta, ante una imprecación mía, tomó rápidamente
distancia diciendo: “Yo no estoy a favor del aborto, no pienso como ellas”.
Mientras respondía a la multitud de lugares comunes que, por enésima vez, me
veía obligado a escuchar, miraba de reojo a los que nos rodeaban en el
colectivo: dos varones que las acompañaban, de la misma edad, asentían a mis
palabras, aunque sin decir algo. Sentí el respeto en sus ojos y al mismo tiempo
que tenían un poco de vergüenza, puesto que al fin y al cabo ellos se habían subido
todos juntos. Estos chicos no estaban cómodos con ellas, y sin embargo
callaban.
La homogeneidad del grupo era
resultado de una impresión superficial. Puertas adentro, ¡no estaban unidos!
Entre las tres que presentaron
resistencia, dos levantaban la voz y repetían slogans que no vale la pena reproducir. La tercera era la más
presentable, porque intentaba tener una discusión racional conmigo, y aunque lo
que decía era lo típico (una descripción teatralizada de las mujeres que
alumbran niños en la pobreza) puedo decir que fue la que marcó alguna
diferencia. Era la misma que había registrado mis palabras ante la encuesta de su compañera.
Ya me había desviado de mi destino
y, cuando decidí bajarme –la discusión ya estaba agotada– la casualidad hizo
que coincidiera con la parada en que esta tercera interlocutora se bajaba
también. Bajamos y nos quedamos conversando y discutiendo, ante la presencia de
otras amigas que en silencio escuchaban. Ya no estaban las agitadoras. Segundos
después de bajar, estando aún sobre la estación, me dio la mano y me felicitó
por haber intervenido. Seguíamos hablando; ella alimentaba la conversación y
las amigas volvieron a decirle: “Vamos, ya está, tenemos que irnos”. Le recordé
los artículos que llevamos escritos, para luego despedirme.
Tengo la íntima convicción de que yo
no puse nada más que el cuerpo en esta anécdota: sentí que por momentos
titubeaba, hay cosas que podría haber dicho mejor, nunca hice un curso de cómo
intervenir en un colectivo sobre este tema, no me había preparado en absoluto
para lo que tuvo lugar. Fue un intercambio que simplemente se dio, y cada uno
llevó lo que tenía. Decir que yo no puse nada en esta ocasión es mi torpe manera
de ver Otra Mano en ésto.
Muy bueno
ResponderEliminarBravo!!! Para ese exalumno mío tan querido y tan valiente para expresar sus ideas y convicciones. Yo también le digo Sí a la vida!!!
ResponderEliminarMuchas gracias profe! Es genial que la vida haya cruzado nuestros caminos. Tus palabras son un estímulo a seguir. Abrazo grande!
EliminarMe gustaría sabér por qué si les da igual legal o ilegal, se meten en contra de la legalización. Alguna barrera significa la ley, que ven mejor desde el lado de la clandestinidad, mayor riesgo, menor protección a la mujer. Algo en esa desprotección, o algo adjunto a ésta, significa superador al camino del cuidado a la mujer en todas sus decisiones
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