Sztajnszrajber,
el metafísico reprimido
Por Pablo Grossi
Darío
Sztajnszrajber habló en el Congreso, en el marco de las audiencias sobre el
proyecto de ley para legalizar el aborto. Quienes llevamos un tiempo leyendo y
escuchando a este personaje estamos habituados a sus alocuciones marketineras y
contradictorias. A lo largo de todo un programa, estas contradicciones quedan
un tanto diluidas; pero los siete minutos que tienen los oradores del Congreso
lograron aglutinarlas y, por tanto, exponerlas de manera más patente. Es una
pena, en verdad, porque a veces me sorprendo encontrando cosas interesantes en
los numerosos capítulos de su libraco, o en sus programas. No fue el caso. Un
detenido análisis de este discurso y una reflexión más profunda en torno a él
justifican lo que digo. Allá vamos:
“Cuando estudié filosofía en la facultad, di con un
libro de un pensador norteamericano, cercano a la tradición liberal, llamado John
Rawls, un libro denominado «Justicia como imparcialidad», y el subtítulo decía
«Política, no metafísica». Siempre me resultó intrigante la segunda parte del
título. ¿Qué significa la expresión «Política, no metafísica»? ¿Y qué significa
en relación a la justicia de una sociedad? Significa que para ciertas
cuestiones que atañen a la vida social en común, y sobre todo a las inequidades
y desigualdades del orden social, no sirve discutir posiciones metafísicas, ya
que nunca nos vamos a poner de acuerdo”.
En
la historia de la filosofía vamos a encontrar montones de acuerdos. Incluso los
podemos encontrar entre pensadores y líneas que presentan posturas
aparentemente antagónicas. Por ejemplo, un Descartes, que tanto va a criticar y
renegar de la escolástica en un montón de asuntos, va a seguir en continuidad
con ella, a veces consciente, otras veces no —como en el caso del concepto de
causalidad—. Siguiendo con la búsqueda de ejemplos, pienso en el empirismo y en
el racionalismo, tan antagónicos ellos, que van a desembocar en Kant. Un
Schopenhauer ateo, nihilista y angustiado frente a la existencia va a descubrir,
a su manera, que el hombre tiene sed de absoluto. Lo mismo, lo mismo que más de
diez siglos atrás habían dicho San Agustín o Boecio. Cada uno por caminos
distintos, y sacando conclusiones totalmente contrarias. Pero coincidiendo en
el hecho de que hay algo que impulsa al ser humano a buscar algo, y que existe en el interior de la
persona un anhelo de satisfacción plena que nos mueve a hacer todo lo que
hacemos. Por otro lado, el neoplatonismo, pagano y panteísta del siglo II d. C.
será una gran influencia de la metafísica de Santo Tomás en el siglo XIII. Y
así podemos estar un largo rato. Perdón, pero yo no me pongo de acuerdo con los
que dicen que no nos podemos poner de acuerdo. Ojo: tampoco pretendo caer en el
facilismo ecléctico de asegurar que “todo es conciliable con todo”. No. Lejos
de mí semejante disparate. Ni un extremo (“no es posible ponerse de acuerdo en
cuestiones metafísicas”), ni el otro (“todo es conciliable con todo”). El
equilibrio está en la búsqueda de una sabiduría perenne, que rescate lo valioso
de cada uno.
“¿Qué es una posición metafísica? Metafísica es una
palabra que viene del griego, y que quiere decir: aquello que está más allá de
la física. O sea, de la naturaleza”.
Definir
a la metafísica solamente como aquello que está más allá de la física es
quedarse en una anécdota del siglo primero (Andrónico de Rodas compiló los
apuntes de las clases de Aristóteles acerca de la “proton philosophia” y los
ubicó “más allá de los libros de la física”). Esta disciplina va mucho más allá
de ese aspecto etimológico. La metafísica estudia la totalidad de lo que es.
Estudia el todo. Metafísica es la filosofía propiamente dicha. En ese todo está
incluido el ser humano. Eso significa que la metafísica sirve de base a la
antropología filosófica. A su vez, de la antropología filosófica se desprende
la ética. Y de la ética nace la política. Hagamos el camino inverso: toda
teoría política parte de una determinada noción del bien y del mal, es decir,
de una ética. Incluso la teoría política de aquellos que niegan la existencia
del bien y del mal va a considerar a algunas acciones como aceptables, y otras
como repudiables. Pero esta noción del bien y del mal va a surgir de una
determinada idea sobre el ser humano. Porque el único capaz de obrar bien u
obrar mal es el hombre. Y, por fin, el hombre se descubre inserto en la
totalidad de lo que es. El hombre es parte de la totalidad.
Recapitulamos:
de la metafísica se desprende una antropología filosófica; de la antropología
filosófica se desprende la ética; y la ética es la que va a dar marco
conceptual a la política. Es falso, por tanto, pretender una política desligada
de la metafísica. Ahora bien, a la hora de legislar, a la hora de dictar leyes
y de hacerlas cumplir, siempre —querámoslo o no, reconozcámoslo o no, de manera
implícita o explícita—, siempre vamos
a estar partiendo de un supuesto sobre qué es la totalidad de lo real. Sobre
qué es el ser humano. Sobre qué es el bien y el mal. Ciertamente, no son los
políticos los encargados de dirimir en torno a estas cuestiones (de lo
contrario, serían filósofos, y no políticos). Pero los políticos van a apoyarse
en lo que dicen los filósofos: toda concepción política supone una concepción
metafísica. Incluso la concepción política de aquellos que niegan la metafísica.
Pues negar la metafísica es, de alguna manera, dar una respuesta a la pregunta
por el todo. Negar la metafísica implica plantear una postura sobre el ser
humano. Y, por tanto, sobre el bien y el mal.
Pensemos
en la vida cotidiana. Incluso aquellos que niegan la existencia del bien y el
mal, parten de una idea sobre el bien y el mal, y esto se pone de manifiesto en
la conducta diaria: hay cosas que hacemos todos los días y hay cosas que rechazamos;
hay cosas con las que estamos de acuerdo y cosas con la que no; hay cosas que
buscamos y hay cosas que combatimos. Y en este obrar se esconde una determinada
postura acerca de lo que está bien o está mal.
Es
cierto que el debate metafísico no lo van a dar los diputados ni los senadores.
Pero la idea de que la metafísica no tiene nada que ver con el debate es
insostenible. Y es triste que el que la manifieste sea considerado un filósofo. Porque si esta idea fuera
cierta, ¿qué hace un filósofo hablando sobre el tema? Si es coherente con su
postulado, debería hacerse a un lado y dejar que sólo hablen los políticos...
“La metafísica es una concepción de las cosas que
excede toda posibilidad de comprobación última y que, por ello, termina siempre
autojustificándose a sí misma”.
Ya
advertimos sobre la falsedad de decir que nunca podría haber acuerdo entre
posturas metafísicas. Otro ejemplo que me viene a la mente: los manuales
clásicos de historia de la filosofía antigua nos plantean en dos esquinas
antagónicas al pensamiento de Parménides y al pensamiento de Heráclito. Ahora
bien, estos dos pilares de la metafísica occidental, aparentemente
irreconciliables, van a ser el fundamento del pensamiento de Aristóteles:
aquello que aparecía contrapuesto termina siendo la base de la teoría
hilemórfica.
Como
ya dijimos, negar la posibilidad de la metafísica es una forma de metafísica.
Quien cierra las puertas a la posibilidad de acceder a la estructura de la
realidad está diciendo mucho, muchísimo, sobre la totalidad de lo que existe. O
sobre las posibilidades del ser humano de acceder con certeza y verdad a esa
totalidad.
La
metafísica sí puede tener comprobación. Si no, sería teología en lugar de
metafísica. En la vida diaria, por ejemplo, se nos presenta una y otra vez el
principio de causalidad: cuando pongo los fideos en el agua hirviendo, estos se
cocinan; cuando un colectivo frena de golpe, los pasajeros se van para
adelante, etc. El principio de causalidad nos dice que “todo efecto tiene una
causa”. Otro ejemplo: los conceptos de acto y potencia, medulares de la
metafísica realista. Todo lo que es, en tanto que es, es algo en acto. El agua
fría es agua fría en acto. El niño es niño en acto. La computadora del living
es la computadora del living en acto. Pero, el agua fría es agua caliente en
potencia. El niño es adulto en potencia. Y la computadora del living es
potencialmente la computadora del estudio.
Esto
no nos exime del hecho que cada metafísica parta de ciertos supuestos. Pero en
el peor de los casos, si se desconfía de estos, habría que decir que el asunto
es discutible. Por más que los siete minutos te apuren, no resulta admisible
—ni honesto— decir con tanta liviandad que no se puede justificar a la
metafísica. Pues esa misma afirmación es, en cierto sentido, una afirmación de
índole metafísica. Y no se puede comprobar sino autojustificándose: el mismo procedimiento
que el autor impugna.
“Por eso nunca podría haber acuerdo entre posturas
metafísicas. Por ejemplo, jamás un creyente y un ateo se pondrían de acuerdo en
temas como la existencia de Dios, o la existencia del alma o el origen del
universo. Pero, para peor, tampoco podría haber acuerdo sobre los criterios que
posibilitarían un acuerdo. ¿Qué quiero decir? La discusión entre un ateo y un
creyente no se dirime sacándole una fotografía a Dios, o llevando a un médico
para que revise la espalda de los ángeles.
Por
definición, el creyente y el ateo van a discrepar en temas como la existencia
de Dios. No obstante, pueden llegar a un montón de acuerdos en otras cuestiones.
No hay que ver a las oposiciones como rivalidades insuperables. De hecho, un
ateo puede tranquilamente ser ateo y aceptar la existencia del alma. O aceptar
preceptos morales básicos, compartidos con el creyente.
El
debate acerca de la existencia de Dios no se puede resolver sacando una
fotografía a Dios, ciertamente. Pero para el debate sobre el aborto aporta
mucho una ecografía.
“Es clarísimo el ejemplo del juicio de Galileo,
cuando el cardenal Belarmino lo interroga y le saca el telescopio con el que
Galileo pretendía probar sus teorías, y mirándolo a los ojos y con el telescopio
en la mano le dice: «¿Usted me va a decir que hay más verdad en este pedazo de
lata que en la Palaba de Dios?»”.
El
caso de Galileo es un clásico caballito de batalla para atacar a la Iglesia de
distintas maneras: ya sea para condenar al nunca suficientemente maléfico
tribunal inquisitorio, como para hablar sobre la supuesta contradicción entre
la religión y las ciencias. No me detendré en ello acá, pues es largo y otros
ya han zanjado ambas cuestiones muchísimo
mejor de lo que yo podría haberlo hecho (Recomiendo para este asunto y
tantos otros el siguiente sitio: http://www.quenotelacuenten.org/2014/08/02/el-caso-galileo/).
Lo que sí nos interesa para este caso es que la teoría de Galileo pudo ser
aceptada años más tarde de su incidente con el cardenal Bellarmino, y se
encontró la manera de llegar a un acuerdo entre lo que decían las Sagradas Escrituras
y lo que decía la ciencia. Lo que nos deja esto como enseñanza es que puede
haber acuerdo, y que de hecho lo hubo, y que hasta el día de hoy lo hay, y lo seguirá
habiendo, necesariamente.
“Claro”,
nos diría un bienpensante moderno, “cuando la religión se ve acorralada, no le
queda más remedio que ceder y aceptar”. En realidad no es ese el asunto. Porque
la Iglesia que aceptó la teoría heliocéntrica tenía tanto o más poder que la
que condenó a Galileo. En realidad, la filosofía es la que obra como mediadora
en este caso —como en tantos otros— para armonizar lo que se dice de un lado y
del otro. Lo hace de dos maneras: en primer lugar, a través de la delimitación epistemológica. ¿Qué
significa esto? Que cada grupo de saberes tiene sus propios objetos de estudio.
Así pues, a la ciencia le corresponde hablar del mundo físico, y a la teología
de aquello que Dios reveló, y que resulta indispensable para la salvación del
hombre. Y va hablar del mundo material, en cuanto es creado por Dios. Y en cuanto
constituye el escenario desde el cual el hombre se salvará. Pero si la Tierra
gira o es el Sol el que lo hace, no cambia en nada a lo esencial de la doctrina
cristiana. Y ahí está el segundo papel de la filosofía en la colaboración para
superar estos conflictos entre la fe y la razón: ¿qué es lo esencial? Si bien constituye
un tema teológico decir qué es lo esencial de la teología, es una actitud
filosófica la que nos permite dirimir la cuestión.
Volviendo
al caso del heliocentrismo, se empezó a aceptar la teoría gracias a la evidencia
científica: la demostración que no supo dar Galileo en su momento la dieron
otros un par de años más tarde. Cuando hay evidencias, sólo la terquedad y la
falta de honestidad intelectual pueden conducir a un rechazo de la verdad. Así
pues, es la ciencia la que demuestra hoy que hay vida humana desde la
concepción. Resulta muy contradictorio desgarrarse las vestiduras frente al cardenal
Bellarmino por no aceptar los avances de Galileo hace quinientos años, y luego
rechazar las evidencias que hoy nos dan la genética y la embriología acerca del
inicio de la vida.
“¿Cómo podríamos ponernos de acuerdo si ni siquiera
hay acuerdo sobre lo que es un acuerdo?”.
Decía
San Agustín: sé lo que es el tiempo, hasta que alguien me lo pregunta. De la
misma manera, cuando hablamos de llegar a un acuerdo todos entendemos muy bien
a que nos estamos refiriendo. La logomaquia recurrente es uno de los motivos
por los cuales a veces se odian a los filósofos. Y con razón. En la vida
cotidiana, en el Derecho, en las relaciones interpersonales se efectúan
permanentemente acuerdos, sin que haya que definir qué es un acuerdo. La
palabras “que” también es utilizada siempre, hasta inconscientemente, y a nadie
se le ocurre definir a ese “que” para
poder usarlo. Ojo: van a surgir las discrepancias en los acuerdos. Incluso
pueden fracasar: a nivel personal, a nivel país, a nivel internacional... Pero
si fallan los acuerdos no es necesariamente por la ausencia de la definición de
lo que es un acuerdo, sino por sus condiciones, por sus particularidades, por
su cumplimiento o incumplimiento.
“Hasta incluso me atrevo a decir que hay posiciones
cientificistas que también suponen u ocultan una metafísica”.
¡Epa!
¡Qué atrevido! Chocolate por la noticia, Darío: sin duda, hay posiciones cientificistas
que también suponen u ocultan una metafísica. El mecanicismo, por ejemplo, que
nació con Demócrito y Leucipo allá en la antigua Grecia es, de alguna, manera
el germen primitivo del actual cientificismo y del actual mecanicismo. Una
metafísica —aplicando la terminología aristotélica— que omite las causas formal
y final, y que explica el todo a partir de la pura materia y de aquellas
energías que la mueven. Es decir, que limita la metafísica a las causas
eficiente y material. Eunuca, pero hay una metafísica
También
hay posiciones psicológicas que ocultan una metafísica. La Logoterapia, por
ejemplo. Fue fundada por Viktor Frankl, una psiquiatra de origen judío que
sobrevivió al campo de concentración. Su experiencia lo hizo desarrollar una
teoría y praxis psicológica que plantea al paciente una búsqueda de sentido a
la vida (logos significa “sentido”).
Pero el concepto de sentido es un concepto de la metafísica, vinculado a la ya
mencionada causa final.
También
hay teorías políticas que suponen una metafísica. Así, el concepto de
dialéctica, presente en la teoría marxista, es un término de la filosofía
platónica, al cual Hegel le dará toda una resignificación, que será luego
recogida por Marx. Marx, el mismo que hizo su tesis de licenciatura en
Demócrito y Leucipo. Marx, quien caerá en una metafísica mecanicista. Marx,
héroe de algunos posmodernos (de algunos,
no de todos).
¿Ciencias,
psicología y política suponen una metafísica? ¡Voilá! ¡Sí! Todo supone una metafísica. Porque la metafísica
estudia el todo.
Ahora
bien, el problema no está en que una ciencia parta de una metafísica. Según
dijimos, eso no es un problema, sino algo inevitable. El problema aparece
cuando desde la metafísica se hacen afirmaciones que exceden su ámbito (quizás
a ésto se refiera Sztajnszrajber), o cuando, por el contrario, las ciencias se
salen de su objeto de estudio y pretenden hacer metafísica. El inicio, al menos
el inicio material, de la vida humana es un tema estrictamente científico. La
presencia de ADN nuevo en el cigoto lo establecen las ciencias. No hay nada de
cientificista ni de metafísico en ésto.
“De hecho, la misma experiencia empírica (esto es,
lo que vemos con nuestros ojos de modo inobjetable) supone confiar (la palabra «confianza»
tiene en su raíz la palabra «fe») en la transparencia de los sentidos. ¿Por qué
admito, en última instancia, que lo que veo es lo que veo y que mis ojos
acceden a la realidad tal como es?”.
Un
termómetro para saber si una filosofía vale la pena o no es la bajada que tiene
a nuestra vida cotidiana, con todas las decisiones que nos exige tomar. La filosofía
es verdadera filosofía cuando, al olvidarnos de que estamos filosofando, tratamos
de vivir según esa filosofía. ¿A qué me refiero con esto? En la vida cotidiana
todos creemos en los sentidos. Ahora mismo, para leer, estamos usando la vista.
Confiamos irremediablemente en ellos: no nos queda otra. En el obrar espontáneo
creemos en los sentidos. Y el confiar en los sentidos es lo que nos permite (entre
otras cosas, claro está) llevar a cabo nuestra existencia. Y no me refiero a vivir
bien, sino a vivir a secas. Sin la confianza en los sentidos no hay vida humana
posible. Cuando yo voy a cruzar la calle y veo que el semáforo está en verde
para los autos, les creo a los sentidos. Y el que no les cree termina mal. Cuando
voy a comer algo y los sentidos me alertan que está en mal estado, les creo.
Por algo se enciende una alerta, y eso no se come. Y si yo desconfío de los
sentidos, procedo y lo como, tendré que asumir las consecuencias. Todos hemos
pasado alguna vez por la experiencia de creer que nuestros sentidos nos
engañaron. Pero, en realidad, no son los sentidos los que engañan: es la
inteligencia la que falla al interpretar los datos de los sentidos. Y, si
descubrimos que hay errores, es porque justamente existe un acierto.
Podemos
estar horas poniendo ejemplos sobre hasta qué punto el dinamismo vital es
inviable sin confiar en los sentidos: cuando un sujeto, en la vía pública, le
dice obscenidades a una señorita, la señorita reacciona en función de sus
sentidos. Cuando una mamá ve a un hijo lastimado, cree en sus sentidos. Cuando
una mujer encuentra a su amado con otra, cree. ¿Horas? ¡Días y días poniendo
ejemplos! Dudar de los sentidos es una pose pseudointelectual que sirve muy
bien para los discursos y los juegos retóricos, pero que no sirve para la vida.
Y una filosofía que no sirve para la vida termina siendo un artilugio
lingüístico, puro onanismo intelectual. Pero no es verdadera filosofía. La
verdadera filosofía es aquella que nosotros podemos hacer carne y llevarla a
nuestra vida: en un sentido amplio, profundo y trascendente, o en algo tan
sencillo como cruzaron la calle o comer un pedazo de pan.
Ciertamente,
la palabra “confiar” tiene en su raíz a la palabra fides (“fe”). Es una burda contradicción decir que, en sentido estricto,
“se hace un acto de fe” en los sentidos. Pues lo que nos muestran los sentidos
se nos hace evidente. La fe, en cambio, versa sobre lo no evidente. Por
definición, no se puede hacer un acto de fe en los sentidos. Yo creo en
aquellas cosas que mis sentidos no me muestran. Desde este punto de vista, todos
hacen actos de fe, nadie puede quedar fuera de ellos. Incluso aquel que es
irreligioso o ateo hace actos de fe permanentemente. Cree, por ejemplo, en la
calidad de los alimentos que le venden. Pues la calidad va mucho más allá de lo
que me muestran los sentidos: un pedazo de pan puede tener buen aspecto, aroma,
incluso sabor, y estar envenenado. O cuando va al hospital, allí cree que el
médico es médico. Y cuando va a la farmacia, cree que el remedio que le dieron
es casualmente aquel que el médico le recetó. Por supuesto: cree que el tipo al
cual llamo “papá” durante toda la vida es, efectivamente, su padre. Cree en lo
que le dicen los diarios: cree que por
año se practican quinientos mil abortos ilegales, cree que el aborto es un
derecho; cree, en fin, en un montón de cosas que por su propia cuenta no
puede comprobar (para ampliar el tema de la fe de los escépticos, ver: https://www.sitajoven.com/single-post/La-fe-de-los-escC3A9pticos).
Muchas veces los que reniegan de la palabra “fe” son los que hacen la mayor
cantidad de actos de fe.
“Esta falta de acuerdo se manifiesta en este debate
con la polémica acerca del origen de la vida. ¿Cuando comienza la vida? ¿Cuándo
se trata de una persona? ¿Cuánto abarca la vida? ¿Hay vidas más importantes que
otras? Cada posición va construyendo una red de conceptos asociados que siempre
terminan justificando lo que previamente quería demostrar”.
Aquí se hace de manera explícita a
un error bastante grosero que ya habíamos señalado: creer que la defensa de la
vida desde la concepción es una cuestión que dirime la metafísica. La confusión
epistemológica entre el ámbito de la metafísica y el ámbito de las ciencias
empíricas. El siguiente relato es ficticio: en una pequeña isla del Pacífico,
en un laboratorio, un grupo de científicos decreta que el centro de la Tierra
está en la Galaxia Alfa Centauri. ¿Existirá por esto una polémica acerca de
dónde está el centro de la Tierra?
Así
como es falso decir que no hay acuerdos en temas metafísicos, y que a éstos
temas pertenece el origen de la vida, también es falso aseverar que no hay
acuerdo sobre el origen de la vida: tan falso como asegurar que hay polémica
sobre dónde queda el centro de la Tierra. Las ciencias han demostrado, cada vez
con más fuerza, que a partir de que hay un óvulo fecundado hay un nuevo ADN, aquello
que se usa para probar la identidad de un individuo. Es magistral, por lo claro
y lo conciso, el documento con el que Tabaré Vázquez vetó la ley de aborto del
Uruguay en el año 2008. Tabaré, hombre de izquierda, está libre de sospechas de
pertenecer al fundamentalismo religioso. Pero vetó la ley. Es que tiene un
pequeño defecto: además de ser político, es médico. Sabe bien que ahí hay un
ser humano. Y, por tanto, le consta tanto la parte legal como la parte
científica.
Decir
que aquí hay polémica equivale a decir que hay polémica en torno a la
esfericidad de la Tierra, solo porque existe gente que lo niega. La polémica
será interna al grupo, pero no a la esfericidad de la Tierra considerada en sí
misma.
Los
que defendemos la existencia de la vida desde la concepción nos apoyamos en
evidencias científicas, no en axiomas o postulados de la metafísica. Es por lo
que dice la ciencia que nosotros estamos de acuerdo, que no tenemos ninguna
duda sobre el inicio de la vida. Los que dudan, y los que no tienen consenso —ni
siquiera entre ellos— son los que se manifiestan a favor del aborto.
Por
otro lado, las preguntas que formula Sztajnszrajber pertenecen a órdenes
distintos: ¿cuándo comienza la vida? Se
puede responder desde las ciencias. ¿Cuándo
se trata de una persona? Se requiere de la colaboración de la biología y la
ética (“bioética”, le dicen). ¿Cuánto
abarca la vida? ¿Hay vidas más importantes que otras? Sí son temas
estrictamente filosóficos.
Acá
dice también algo muy interesante: se va construyendo una red de conceptos
asociados, que siempre terminan justificando lo que previamente quería
demostrar. Pues bien, los que nos oponemos el aborto, lo hacemos como consecuencia
de algo previo: como se demostró, científicamente, que hay vida desde la
concepción, entonces nos oponemos al aborto. Nuestra oposición no es un
punto de partida, sino la consecuencia de algo previo. En cambio, los que están
a favor de la despenalización parten del hecho de que, o bien, no es vida
humana, o bien, ese asunto no interesa —como sostiene este personaje—. En el
primer caso, se busca cualquier argumento para demostrar que eso no es vida,
con tal de legalizar la práctica. Así, nos encontramos con que en algunos
países se puede abortar hasta las ocho semanas, en otros hasta las doce, en el
caso de la ley que se está tratando en el Congreso, hasta las catorce... no hay
acuerdo (¿te suena?). También se quieren poner algunas zonas que marquen el
inicio de la vida: algunos dicen que es la actividad cardíaca —que aparece en
la semana seis—, otros dicen que es la actividad cerebral... Pero en todos estos
casos se estaría justificando el matar a una persona adulta que tienen corazón
artificial o un marcapasos, o que está en estado de coma —y, por lo tanto, no
tiene actividad cerebral—. Ello nos muestra que en realidad, para todos los
partidarios de la legalización, el aborto es
el punto de partida, y se busca cualquier escusa para justificar la práctica.
“No estamos hablando de otra cosa que de la
posverdad”.
En
todo caso, es él quien está hablando de la posverdad... Sobre el tema de la
verdad y la pretensión de eliminarla diré algo más adelante.
“Por eso creo que el debate sobre el origen de la
vida es un debate que no vale la pena dar, que no vale la pena priorizar,
frente a las urgencias que el día a día nos depara la urgencia social del
aborto”.
Es
lógico que diga eso: para él no vale la pena, pues su postura tiene todas las
de perder. Resulta tragicómico que se pueda cuestionar los sentidos, pero no se
pueda preguntar cuándo comienza la vida. Y es sumamente irresponsable y cruel
legislar a favor del aborto cuando se ignora adrede la respuesta. Sztajnszrajber, paladín de la rebeldía con y
sin causa, del librepensamiento, nos está pidiendo que dejemos de lado un
debate. Llamativo.
Asimismo,
es absurdo dejar de lado la cuestión científica. ¿Cuántas son las leyes que parten
de las evidencias y los aportes de las ciencias para poder legislar rectamente?
Muchas. Muchísimas. ¿Podría haber Ley de Celiaquía sin los aportes de las
ciencias? ¿O Ley de Glaciares? ¿O las leyes especiales de asistencia a la salud
de los niños o los ancianos, o las madres? Es ridículo sacar los aportes de las
ciencias de los debates legislativos. Es retroceder a la prehistoria —mucho antes
de la tan temida “Edad Media”—.
Decir
cuándo comienza la vida no es una cuestión menor: si justamente se quiere
evitar muertes, lo que se busca es preservar la vida. Por lo tanto, resulta
fundamental saber cuándo comienza. Porque, si no se sabe, se abre la
posibilidad de que —tal vez— aquello que se esté eliminando en cada aborto... ¡sea
un ser humano! Supongamos que hay una competencia de caza de patos en un
bosque. De repente, un cazador ve algo que se mueve entre los arbustos, pero no
sabe bien qué es. ¿Le dispara o no le dispara? Existiendo el lógico riesgo de
que le dispare a otro cazador, lo mejor es no disparar hasta cerciorarse...
Luego,
Sztajnszrajber afirma que el debate no es la prioridad. No. Que la prioridad es
la acción. Hay que obrar. Ya. No importa lo que se hace: después vemos si
estaba bien o no. Ese obrar ciego (“aborto legal ya”), a tontas y a locas, trae consecuencias nefastas. Y sobre
todo en temas tan delicados —por las dudas, volvamos a decirlo: en realidad, no
hay debate ni dudas acá, pues ya está demostrado que la vida comienza en la
concepción—.
Las
muertes de mujeres en abortos clandestinos, productos de pésimas decisiones
personales —muchas veces alimentadas por situaciones desesperantes—, son la trágica
consecuencia de una sociedad que les hizo creer a ellas que el crimen contra su
hijo por nacer era una posibilidad. Discursos como el de Sztajnszrajber y el de
los demás abortistas hacen que el aborto sea una opción más, dentro del abanico
de posibilidades. Si está tan en contra de que mueran mujeres, deberían hacer
causa común con la oposición al aborto, y trabajar en equipo para que no se
practiquen abortos clandestinos. ¡Cuántas vidas, de niños por nacer y de
mujeres, se salvarían si trabajáramos en equipo por salvar las dos vidas! Pero
claro, según Sztajnszrajber, estos son temas metafísicos, en los que no podemos
—¡ni debemos!— llegar a un acuerdo. Ni siquiera hay que debatirlos, nos dice.
Pues
bien: si este “filósofo” decidió renunciar al mundo de las ideas para quedarse
en la pura praxis, desligada de la teoría, vamos entonces a los hechos: en el
año 2016, treintaiún mujeres murieron en abortos clandestinos. Es necesario
decirlo: una sola muerte es más que lamentable. Pero, al lado de otros causales
de muertes en las mujeres, la cifra es casi inexistente. ¿Cuántas vidas
salvaríamos si todo el tiempo, todos los esfuerzos y todos los recursos que
invertimos en este absurdo debate los enfocáramos en temas mucho más urgentes y
prioritarios? Los accidentes de tránsito, el cáncer de pulmón, las cardiopatías
derivadas de la mala alimentación y el pésimo ritmo de vida, por nombrar algunos,
se llevan miles y miles de vidas todos los años.
Por
otro lado, no se pueden fijar prioridades sin recurrir a la metafísica. No se
puede saber “qué es lo más urgente” sin una mirada clara y profunda del todo,
en la que se establezca el grado de “lo más” y “lo menos” urgente. ¿Qué es, en
última instancia, lo que nos urge? Es esperable que, si renunciamos a la
metafísica, sólo quede el puro capricho ideológico para marcar la agenda sobre
“lo prioritario”.
“Creo que es mejor no discutir metafísica para dirimir
cuestiones públicas. Dejemos las cuestiones metafísicas, que están buenísimas,
para nuestra formación existencial, para la elección de vida que hacemos de
nuestra forma de vida privada, para definir con quienes queremos forjar
amistades. Pero para construir un orden social y convivir con la diferencia del
otro, hagamos política...”.
Es
triste que semejante ninguneo a la metafísica venga por parte de un
autoproclamado filósofo: está boicoteando su propia tarea. La pretensión de
extirpar a la metafísica de los debates públicos resulta imposible, por la
sencilla razón de que somos seres humanos. El hombre está permanentemente
abierto a ser interpelado por la totalidad de lo real. Esa totalidad lo
bombardea desde múltiples aristas, y con los ensayos de respuestas se va
conformando la recámara interior desde la que se ve el mundo y desde donde se
consideran los temas particulares. Entre ellos, los debates públicos.
Guarda,
al menos, algo de coherencia con su elogio al libro de Rawls: han sido los
liberales quienes han fogoneado hasta el cansancio la separación tajante de la
esfera privada y de la esfera pública.
Acá
hay un claro snobismo: la pretensión de dejar a la metafísica relegada a un hobby
que poco y nada tiene que ver con las decisiones trascendentes, no sólo de la
vida privada, sino también de la pública. Por otro lado, habíamos dicho ya que la no metafísica es una forma de
metafísica. Sztajnszrajber, el metafísico reprimido, nos reclama a nosotros
una suerte de esquizofrenia moral, pero que él mismo no cumple: nos pide que
asumamos la no metafísica para el debate público, porque así podremos convivir
con el otro. Es decir, nos impone, caprichosamente, su visión del todo para el
debate político. Pero... ¿en qué nos basaríamos para hacer eso? En la pretensión
de la convivencia pacífica, dice. ¿Y cómo lo justificaríamos? O bien,
argumentando por qué la negación de la metafísica es preferible a su
aceptación, o bien imponiéndola. Si argumentamos, estamos de vuelta haciendo
metafísica. Si la imponemos, chau, convivencia pacífica. ¿Cómo lo resolvemos? Asumiendo
sin disimulos a la metafísica como tal. Y debatiéndola sin temor. Justamente,
el debate metafísico, serio y bien encauzado, nos puede llevar a acuerdos con
lo diferente, tal y como ha ocurrido en el pasado. No se va a dar en el
Congreso, ni se va a dar en siete minutos. Pero la negación del debate sólo se
puede lograr por la imposición de la fuerza, y en contra de la actitud natural
del ser humano, que es la de hacer metafísica —somos animales metafísicos al decir de Schopenhauer—.
No
obstante, retomando algo esencial que ya se dijo, acá la cuestión no es tanto
metafísica, cuanto científica. No es mucho lo que hay que debatir cuando la
evidencia científica es clara. Más aún cuando la situación es, según él dice,
urgente.
Otro
detalle, quizás menor para el debate, pero que no quiero dejar pasar por alto:
Sztajnszrajber nos dice que debemos dejar la metafísica para elegir con quiénes
queremos forjar amistades: o sea, que si una persona parte de una metafísica
distinta a la mía, yo no puedo ser su amigo. ¡Fundamentalista y aburrido!
Propone ser amigo solamente de aquellos con los que se está de acuerdo. Y yo
que lo quería invitar a él a tomar unas birras
en casa...L
“Saquemos a la verdad de la cuestión pública,
pongámosla entre paréntesis. En nombre de la verdad se han cometido los más
grandes exterminios de la historia”.
También
se han cometido grandes crímenes en nombre de una supuesta justicia o de un supuesto bien. ¿También debemos eliminar
al bien y a la justicia? Uno puede tener mil causas nobles y tender hacia ellas
a través de medios inapropiados. Ciertamente, el fin no justifica los medios.
La verdad, así como la metafísica, es una cuestión inherente al modo de conocer
y al modo de obrar humanos. En última instancia, ambas resultan inherentes a su
modo tan particular de ser. Aunque Sztajnszrajber reniegue de la palabra “verdad”,
todo su obrar, privado y público, se rige por un corpus de proposiciones que él
considera verdaderas. Le sucede a él, nos sucede a todos: obramos en función de
cómo percibimos la realidad. Estamos en la verdad cuando llegamos a captar la
realidad tal cual es. Que “veamos mal” es otro asunto. Lo cierto es que todos
nos movemos en base a aquello que se nos presenta como verdadero. Si analizamos
sus discursos, sus clases, sus libros y videos, podremos inferir qué es lo que
este personaje ve como verdadero.
“No pueden convivir nunca la democracia y los
absolutos. No pueden convivir nunca la democracia y la verdad”
Pueden
convivir, pero jerarquizando. La democracia no es un Dios, no es absoluta, no puede
estar nunca por encima de la vida: si la mitad más uno está de acuerdo con
matar a la otra mitad menos uno, ahí hay un problema con la diosa democracia.
Si la democracia está por encima de todo y no tiene ningún límite, termina
siendo una tiranía de la mayoría. Hitler, por poner un ejemplo, llegó al poder
por el voto popular. La democracia no puede convivir con los absolutos, cuando
la democracia es la que se torna absoluta. El bien, la verdad, la vida, la
justicia... no pueden ser pisoteados por lo que la mayoría prefiere al día de
hoy. Dos más dos seguirá siendo cuatro, aunque todos estén en desacuerdo. Las
cuestiones que atañen a la ética y o las ciencias, por ejemplo, no surgen del
plebiscito.
Cuando
una persona quiere construir una habitación, no somete los planos a un
plebiscito. Simplemente llama a un arquitecto. O, cuando se necesita sanar una
enfermedad, tampoco se busca la opinión de la mitad más uno acerca de la cura. Y
así podríamos seguir enumerando ejemplos: casos en los que no se requiere la
voz de la mayoría, sino una sola voz autorizada. De la misma manera, el
comienzo de la vida no se rige por el consenso de la mayoría. El recorrido de
la sangre dentro del cuerpo, la composición química del universo, el proceso de
digestión de los alimentos... Ninguno es inventado por el hombre: son
descubiertos. Y la ciencia ya descubrió el momento en que se inicia la vida
humana.
“Es que si hay una verdad, y alguien cree poseerla, entonces
al otro se lo ningunea, se le quita entidad y automáticamente se lo convierte
en un enemigo, en un ignorante o en un asesino”.
Ok.
Si me considera enemigo, creo que no lo voy a poder invitar a tomar birra. Clichés
como el propuesto, de tan repetidos, aburren. Si esto fuera cierto, la raza
humana se hubiera extinguido hace rato. Todos los que defienden una idea creen
estar defendiendo algo que consideran verdadero: los que defienden el aborto,
creen que es verdad que “el aborto debe ser ley”, que “interrumpir un embarazo
es un derecho”, y así tantas verdades
más que ellos tienen. A veces, —mejor dicho: sobre todo— los que reniegan de la
palabra verdad, como Sztajnszrajber, tienen un universo de verdades en base a
las cuales obran. De allí que tuvieron que inventar el artilugio retórico de la
posverdad, para poder justificar sus verdades, sin usar la palabra verdad.
¿Cuántos
casos conocemos en los que, pese a estar paradas las personas en veredas
distintas, pueden convivir e incluso debatir de manera respetuosa? Los
contraejemplos que seguramente también conocemos no invalidan la posibilidad, e
incluso la realidad, del respeto en medio del disenso.
“Se
lo ningunea, se le quita entidad” ¿No es acaso esto mismo lo que Sztajnszrajber
hace con los niños por nacer? ¿No se los cosifica? ¿O se los ignora por
completo? ¿No se pone su vida por debajo de un hipotético derecho? Si me
ningunean a mí, tengo recursos de sobra para defenderme. Pero el niño por nacer
está totalmente desprotegido.
Por
último: ¿cómo se hace para “sacar de en medio a la verdad”? ¿Ignorando por
completo los aportes de la ciencia? ¿Con qué criterio posverdadero nos
manejaremos? ¿Por qué con ese criterio... y no con otro? ¿Cómo justificamos el
criterio de su posverdad, sin recurrir indirectamente a la verdad? Es válido
preguntarse estas cosas. Válido, y necesario.
“El aborto es una cuestión política, hablemos
entonces de política”.
Todo
su discurso, hasta ahora, fue una apología de la no metafísica y de la no
verdad. ¿Y la política? Ya se ha hablado suficiente, más arriba, acerca de la
imposibilidad de sacar a la ética, a la antropología y a la metafísica de
cualquier debate social.
“Nuestra sociedad tiene que hacerse cargo de las
desigualdades sociales que condenan a muchísimas mujeres en situación de
desventaja social a la práctica de abortos en condiciones infrahumanas”.
¿Cómo
fijamos las prioridades, si ya descartamos de plano la posibilidad de
establecer un parámetro objetivo acerca de la totalidad de lo real? Si dijimos
que no puede haber acuerdo, ¿cuál es la escala que mide las urgencias? ¿Quién
dice qué es lo suprahumano, lo humano, lo infrahumano? ¿Cómo asegurar todo
esto, si ya descartamos a la metafísica, a los sentidos, a la ciencia y a la
verdad? He aquí una de las mayores incongruencias del discurso de
Sztajnszrajber: quien clama por el fin de la verdad, ya no me puede clamar más
nada. Pues, luego del velatorio y del entierro de la verdad, cualquier clamor
que se haga la estará trayendo de nuevo a la vida. Quieren matar a la verdad,
pues mátenla. Pero luego déjenla en la tumba: háganse cargo de su crimen.
“Cada mujer que se desangra por falta de acceso
exige que el estado intervenga. Política, no metafísica”.
Hay
una falacia que resonó fuerte en estos días, y acá la tenemos de manera
solapada. Se llama “falsa disyuntiva”. Una incorrecta aplicación del principio
del tercero excluido: “¿Aborto legal
o aborto clandestino? Si estás en contra del aborto legal, entonces estás a
favor del aborto clandestino”. Falsa disyuntiva. Existe una tercera
posibilidad. Pero los partidarios del aborto la descartan de plano. No conciben
un mundo donde se respete la vida en el vientre. Al parecer, no les interesa.
La
mujer no se desangra por falta de acceso. Se desangra por haber tomado una terrible
decisión —a no ser, que algún criminal (un padre hipócrita y desalmado que
quiere “lavar” la imagen social de su hija adolescente, un novio violento que
no quiere hacerse cargo de la nueva vida ya engendrada) la haya obligado a
abortar—. Sin aborto, no hay muertes. Los que equiparan un aborto con una
visita al dentista, por más que pidan el aborto legal, están siendo totalmente
funcionales al aborto clandestino. Nosotros, en cambio, estamos en contra del
aborto, sea legal o ilegal. Tercera posición.
“La sociedad tiene que hacerse cargo de acompañar el
proceso de emancipación del cuerpo de la mujer, históricamente sojuzgado y
naturalizada su expropiación”.
Acá por ejemplo, se le cayó al piso
toda su prédica acerca de la no metafísica y de la no verdad. Se podría decir
mucho sobre estos postulados. Seremos breves: ¿matar al propio hijo es un acto
liberador? ¿Cuán retorcida y perversa tiene que ser una concepción sobre la
totalidad de lo real para hacer un acto de fe ciega en un postulado tan
nefasto?
“La naturalización del cuerpo de la mujer como
receptáculo reproductor la ha condenado a la desapropiación de su propia
autonomía. Una mujer que no decide sobre su propio cuerpo es una ciudadana de
segunda. Política, no metafísica”.
Hay
dos posturas extremistas respecto a la relación entre maternidad y mujer: en un
extremo, se concibe que la mujer “solo sirve para parir”; en el otro, que “no
hay relación natural entre la mujer y la maternidad”. En última instancia, se
rechaza la naturaleza. El hecho de que la mujer, desde su nacimiento, tenga
ovarios, óvulos, útero y progesterona no es una construcción cultural. La
libertad humana supone su naturaleza. Y, justamente, es su naturaleza la que le
marca la cancha a la libertad. Yo no puedo, en nombre de mi autonomía, agitar
bien fuerte los brazos y levantar vuelo cual pichón en primavera. ¿Quién es el
ente fascista que me lo impide? Es mi naturaleza. De la misma manera, que la
mujer tenga la capacidad de acoger vida en su seno es parte de la naturaleza. Y
gracias a ello se perpetúa la raza humana. Eso no implica que toda mujer esté
destinada a ser madre. Pero hay algo natural, en lo físico–hormonal y en lo
psicológico, que la lleva hacia eso.
Ahora
bien, al hablar de maternidad, se torna necesario distinguir entre maternidad
biológica y maternidad efectiva. En la mayoría de los casos, ambos roles
coinciden en la misma mujer. Pero en las adopciones, por ejemplo, quien da a
luz a una criatura no es quien luego ejercerá la maternidad sobre esa persona.
De allí que se haga la distinción entre “mamá biológica” y “mamá del corazón”.
Así pues, este segundo tipo de maternidad es el que no puede ser impuesto. Pero
la maternidad biológica no puede rechazarse una vez consumada la concepción, a
no ser que se mate al niño concebido: desde el momento en que se está
embarazada, se es madre. Y lo que se lleva en el vientre es un hijo.
“Nuestra sociedad tiene que hacerse cargo de
garantizar que cada cual pueda desarrollar en su vida privada la concepción
metafísica que desee. Lo único que debe resguardar la ley es que nadie ponga su
propia concepción cómo razón de Estado. Cualquier cosmovisión metafísica puede
ser para quien la profese muy beneficiosa en la formación del sentido de las
personas. Pero se vuelve autoritaria cuando se pretende norma universal”.
Vamos
una vez más: todos tienen una determinada idea acerca de la totalidad.
Sztajnszrajber también la tiene. ¿Por qué él sí puede hacer de la suya razón de
Estado? ¿Por qué cualquiera que no sea la suya es autoritaria, pero la suya no? Darío, dejale la política a los
políticos, como vos clamás, y dale un piso más consistente a tu pensiero debole.
Si se promulgase esta ley, la interrupción
voluntaria del embarazo, nadie te va a obligar a vos que abortes. No sigas vos
obligando a muchísimos mujeres a no decidir por sí mismas. Política, no
metafísica. El aborto es una cuestión política, hagámonos cargo”.
Nadie interpreta que a
partir de la promulgación de una ley de despenalización todas las mujeres
deberán abortar. Está clara la diferencia entre un supuesto derecho y una
obligación. El problema está en que una sociedad que permite la muerte del
indefenso se autodestruye. Es un suicidio colectivo. Y es complicidad, por
inacción, con un genocidio silencioso.
Por
lo dicho arriba, el niño por nacer no es el cuerpo de la mujer, sino otro ser
humano. Cada uno decide lo que hace con su propio cuerpo. Pero no con el cuerpo
de un tercero. Cuando una madre decide abortar, está tomando una decisión
respecto de la vida de su hijo. Pero hay otro engaño en esta afirmación: nadie
puede exigirle cualquier cosa a un médico: ¿se le puede pedir que nos ampute
una oreja? ¿O que nos implante un dedo en la frente? ¿Por qué no, si —en última
instancia— se trata de nuestro propio cuerpo? ¿Acaso no tenemos derecho a
elegir? El derecho a elegir por sí mismo no nos otorga ni la potestad de
decidir por la vida de los demás, ni la facultad de exigirle algo fuera de
lugar a un médico. El médico tiene la noble misión de resguardar la salud de
las personas. El niño por nacer no es una patología.
Consideración
final:
Inconsistente. Es comprensible que
siete minutos resulten escasos para poder explayarse. Pero una cosa son los
discursos acotados, y otra cosa son los discursos endebles. Perlitas como “no
podemos confiar en los sentidos” —ni en la metafísica, ni en las ciencias, ni
en la verdad: ¡crean sólo en lo que yo digo, muchachos!— o “la metafísica sirve
para forjar amistades” entran en el anecdotario. Pero la confusión de esferas
epistemológicas, la pretensión absurda y reiterada de eliminar a la metafísica
—con el agravante de que Sztajnszrajber es licenciado en filosofía, y no
politólogo—, o la imposición de postulados a priori —basados en el puro
capricho— nos dejan mucho sabor a poco a los que esperábamos más de este
personaje.
"Politica, no metafísica", creo que es lo que quiso decir Platón cuando escribió la República. Negar que detrás de toda política no hay un pensamiento filosófico es ignorar todo el pensamiento y la historia mundial. ¿O de dónde surgieron los ideales de la revolución francesa o la revolución bolchevique de 1917? Me llamo David Alberti
ResponderEliminar¡Muchas gracias David por tu comentario!
EliminarLo suscribo enteramente.
Te mando un saludo cordial,
JCM
No, no concuerdo.en tu análisis das por supuesto que la ciencia tiene la respuesta al inicio de la vida...me quedo con esa parte nomas,es donde más clarealmente demostrando que es cualquiera el análisis. Si como decís el individuo es indicio cuando tiene un adn distinto, ósea desde la misma concepción estaríamos en un problema ético con todos los óvulos fecundados que se guardan en las clínicas, eso que sería? No los matas. Tampoco los dejas vivir....estar en una panza en vivir? ¿No sentir nada y escuchar es estar vivo? Es medio raro ese planteo, y más allá de que consideres que el feto es o no un humano/individuo/hijo futuro, lo que sea, el cuerpo es de la mujer.Y hablas del 'indifenso'...indifensas en todo caso todas las mujeres queson sufren maltratos/abusos/violaciones y todavía no veo que haya tanto revuelo por eso en la sociedad. Y te gustó o no, consideres o no humano al feto las mujeres abortan, independientemente del discurso de dario y si a vos te pareció 'consistente' o no el aborto ocurre, y si tanto te preocupan las personas indefensas empezar a ayudar y preocuparte por todos los pibes abandonados por madres y padres, sobretodo por padres...=) igual está bueno que intentes analizar pero me parece que perdes el objetivo, vas a lo literal y no entendes el objetivo gral o a q apunta...Y sobretodo pretendes resolver en un análisis la verdad sobre la vida y cuando comienza ella. Como si tu discurso fuera el verdadero. Ojalá Nunca nadie decida sobre tu cuerpo sin que vos seas parte de esa decisión, como si pasa con nosotras.Saludos
ResponderEliminarEstoy desde el cel y entre mis dedos y el corrector algunas palabras son cualquiera, disculpen las faltas de puntuación xp
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarGracias por tu comentario. Te respondo:
ResponderEliminar1) Hago un análisis completo de todo el discurso, y vos solo te quedás con una partecita. Decime en todo caso que esa partecita es cualquiera, pero no podés tirar abajo y decir que es cualquiera todo un análisis porque con una partecita no te gustó a vos. No es serio…
2) OK, vamos a esa parte que señalas. La afirmación que según vos “es cualquiera” no es invento mío: la podés encontrar en los manuales de embriologia con los que se forman futuros médicos, la podés encontrar en el veto a la ley del aborto del 2008 del presidente uruguayo Tabaré Vázquez (el tipo es médico), si la querés de este lado del Río de la Plata, la encontrás en todas las declaraciones de la Academia Nacional de Medicina de nuestro país, y la podés encontrar en las investigaciones del Dr. Jerome Lejeune, uno de los más grandes genetistas del siglo pasado. Desde él hasta nuestros días no hubo ningún descubrimiento o avance de las ciencias que demostrara lo contrario.
3) ¿Estar en la panza es vivir? ¡Por supuesto! En la panza se alimentan, respiran, crecen. Actividades vitales básicas. Desde la semana diez comienza la actividad neuronal perceptible, sueñan, vía hormonal reciben las sensaciones de la madre. La psicología, de hecho, ubica en las emociones de la madre durante el embarazo el inicio de la vida psíquica de un individuo. Desde la semana 6 hay actividad cardíaca. Una persona en coma tampoco escucha o ve. Un sordomudo y un ciego están vivos. Decime cualquier otra cosa, pero no me digas que alguien que come, crece, respira y sueña, que tiene ADN humano propio (distinto al de la madre) no está vivo.
4) El cuerpo de la mujer es de la mujer. Si a una mujer le tomás una muestra de saliva, de sangre, de pelo, de la piel, o de un óvulo sin fecundar, vas a obtener el mismo ADN en cada célula: es el ADN de esa persona. Pero si tomas una muestra del ADN del niño por nacer(como se debe realizar en la semana 12 del embarazo, para detectar posibles enfermedades genéticas) te va a dar un ADN distinto al de la madre. Qué cada uno tome decisiones respecto a su propio cuerpo, pero no se puede decidir por otro.
5) La mujer puede defenderse de muchas maneras. Sí, es una mierda que tenga que hacerlo porque existen hombre nefastos. Pero poder, puede hacerlo. Ojalá no fuera necesario que lo hicieran. Te lo digo como papá de una nena. Y ojalá todas pudieran defenderse de ser necesario. Explícame cómo hace un feto para defenderse. Ni gritar puede.
6) No hay revuelo en la sociedad? Si los diarios nos bombardean permanentemente con noticas de mujeres que son víctimas de sus parejas… ahora bien, en proporción mueren más hombres en hechos delictivos y nadie le da bolilla a esa cifra. De todos modos me parece un debate estéril sobre quién muere más… lo ideal es luchar juntos para que no muera más nadie, no?
7) Decís que los abortos ocurren igual. Sí. Y entonces? Los asesinatos de mujeres también ocurren. Pasó siempre. Están re instalados. Qué hacemos frente a eso? Nos rendimos diciendo “es algo que ocurre y va a seguir ocurriendo?” o nos arremangamos y luchamos para que no ocurran más? Lo mismo con el aborto. Tener que elegir si “ilegal o legal”, sin ninguna otra posibilidad es una falacia que se llama “falsa disyuntiva”. Es como que te diga ¿dónde prefieres el femicidio? ¿En casa o en la calle? EN NINGÚN LADO! Lo mismo con el aborto.
ResponderEliminar8) Me estás mandando a hacer algo sin saber quién soy? Vos qué sabes sobre lo que yo hago? Sabés a qué me dedico? No? Qué sé yo… comenta todo lo que quieras, pero no me des órdenes ni juzgues mi vida si primero no sabés quien soy. Gracias.
9) Florencia, mi vida va muchísimo más allá de estas 16 páginas de Word, de las cuáles vos comentas una partecita. El objetivo de este texto era, justamente, analizar lo que dijo Darío. Perdé cuidado que estoy full time con este tema y con tantos otros. De vuelta: ¿Sabés que es lo que hago yo? ¿Y por qué te tendría que rendir cuentas a vos? Si querés saber qué hacen los movimientos provida por los nacidos, aveeiguá sobre los programas de nutrición de Conin o sobre las campañas de defensores de mamás.
10) Decís que mi texto no es verdadero. Pero me señalaste solo una cosa con la que no estás de acuerdo, en un texto bastante largo, a lo cual yo ya te respondí con lo que dicen las ciencias sobre eso. ¿Con qué otra cosa no estás de acuerdo?
11) Sobre su cuerpo, decidan lo que sea. Pero no lo hagan sobre el cuerpo de otro. El niño por nacer no es la madre, es el cuerpo de otra persona. Hay miles de alternativas al aborto.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Brillante Pablo!
ResponderEliminarQue buen trabajo de análisis del discurso de Dario y brillantes respuestas a cada uno de sus postulados.
Un abrazo grande.
José Manuel Flores
Hola Me gustó mucho tu replica, me gustaría saber por qué la política siempre se trompieza con la teología?
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