El
feminismo invade
Cómo
el lenguaje encubre
los
ataques feministas a la familia
Por Juan Carlos Monedero (h)
Colaboración: Ivana Cejas Meling
Seguramente Usted se ha preguntado
alguna vez “¿qué es el feminismo?”.
Si pretendiendo hallar la respuesta consultó el término en el buscador oficial
de la Real Academia Española[1],
seguramente encontró la siguiente definición: Feminismo. (Primera acepción) Principio de igualdad de derechos de la
mujer y el hombre.
Es llamativo que, hace exactamente un
año, la Academia ofreciera una definición significativamente distinta. En
efecto, caracterizaba al Feminismo como “Ideología
que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres”.
Al parecer, cualquiera
de las dos versiones agota el tema para la RAE. Sin embargo, slogans feministas
tales como Muerte al Macho, Hoy desayuné
feto, Mata a tu marido, a tu papá y a tu hermano obligan a revisar tales
definiciones. A cualquiera que conozca los actos de vandalismo en torno a los Encuentros de Mujeres Autoconvocadas le
parece que la prestigiosa definición oculta mucho más de lo que muestra;
cualquiera que haya sido testigo de la violencia constitutiva de estos discursos
o tenga mínima idea de la agenda que suelen perseguir las agrupaciones
feministas en distintas partes del mundo, advertirá fácilmente que esta
caracterización es ¿involuntariamente? incompleta. Como mínimo. Digamos
humorísticamente que se quedaron cortos.
Frente a esta pudorosa
definición, deberíamos preguntarnos si
realmente no ha quedado fuera elementos relevantes. Alguno podrá replicar que “se
trata sólo de una definición, solamente palabras” pero cuando pensamos que
estamos hablando del órgano normativo
más importante del habla hispana no podemos conceder ese punto. Una noción ingenua
y altruista del feminismo no es inocente. El modo en que la RAE enmarca el término es
una base sobre la que se legitiman y se asocian otras nociones.
Lo
que las palabras dicen sin decir
Analicemos por
un momento aquellos términos en su conjunto: Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre; o –como
hace un año– ideología que defiende que
las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres. Visto de este
modo, podríamos decir que si usted está de acuerdo en que las mujeres tengan “iguales” derechos que los hombres, entonces debería considerase
feminista. ¿Lo es? ¿Se considera tal? Por llamativo que parezca, ésto se
desliza a partir la definición. Un efecto bien previsto: la clave no es tanto aquello
que se dice sino aquello que se sugiere. Y, sobre todo, aquello que se permite a otros decir. En el
año 2014, Emma Watson dijo ante la ONU:
“Es conveniente recordar que el feminismo,
por definición, es la creencia de que los hombres y las mujeres deberían tener
iguales derechos y oportunidades. Es la teoría de la equidad política,
económica y social de los sexos. (…) Considero que
estos derechos son derechos humanos, pero soy una de las afortunadas, mi vida
es un auténtico privilegio porque mis padres no me amaron menos porque fuera
hija. Mi escuela no me limitó por ser niña. Mis mentores no asumieron que
llegaría menos lejos porque algún día podría dar a luz a un hijo. Estos agentes
fueron los embajadores de la equidad de género que me hicieron quien soy el día
de hoy. Puede que ellos no lo sepan, pero ellos son los feministas inadvertidos que están cambiando el mundo hoy en día.
Necesitamos más de estos, y si ustedes aún odian la palabra, no es la palabra
lo que importa. Es la idea y la ambición detrás de ella”[2].
Más cercano en
el tiempo, veamos el siguiente fragmento que extraemos de una nota publicada el
año pasado en el diario Clarín[3]. Entre
sus “tips” de lucha feminista, aconseja:
“En momentos en los que la equidad entre géneros empieza a
ocupar una porción más grande de la agenda, los significados de algunas
palabras, como "feminismo", se ven tergiversados. "No soy
feminista, pero creo en la igualdad de derechos entre hombres y mujeres"
es una frase sin sentido que responde a la idea errónea que el feminismo es
"lo mismo" que el machismo pero a la inversa, como si fuera el otro
extremo. Pero no es ni más ni menos que la "ideología que defiende que las
mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres" (y lo dice la Real Academia Española). Si
creés eso, entonces sos feminista,
te identifiques o no con la palabra”.
La idea,
sugerida con mayor o menor sutileza, campea en cada discurso de los artistas
y/o figuras públicas que se identifiquen con el movimiento. Está presente en
cada artículo que busca defenderlo, en cada publicidad y en cada campaña. De
manera que, al parecer, no hay demasiada opción. Si las definiciones correctas
están en la RAE, usted probablemente debería sentirse un feminista y promover la
realización de los fines de esta pacífica e inofensiva corriente. Promoverlo “por
el bien de las mujeres” (pues, a la hora de las campañas, es imprescindible
recordar que hay mujeres que viven injusticias laborales, domésticas,
culturales… aunque las olvidemos luego) y para que por fin se logre el sueño dorado de la igualdad.
Derechos,
pero ¿cuáles?
Al encarar esta
definición, conviene preguntarse también: ¿de
cuáles derechos estamos hablando, exactamente?
El término feminismo, de surgimiento relativamente
reciente, nació de la mano de las sufragistas europeas o libertarias: agrupaciones
de mujeres que reclamaron su derecho al voto, identificándose progresivamente
con la palabra. Su uso más difundido, sin embargo, se dio a partir de la
segunda mitad del siglo XX, con la revolución
sexual de los años 60-70 y la popular liberación
femenina. Un nuevo “modelo” de mujer fue propuesto por figuras que se
llamaron a sí mismas feministas,
reclamando “la libertad”, entendida y presentada principalmente por oposición
al matrimonio y a la familia. Los hechos acompañaron y fortalecieron estas
ideas: los 60’s, con la píldora anticonceptiva; los 70’s y 80’s con la ley,
entre otras, del Divorcio.
La segunda mitad
de siglo ciertamente experimentó algo más que pacifismo: se habló de revolución,
aunque no sólo con armas de fuego. Se habló de liberación y de transformación
cultural. En efecto, el cese de las guerras mundiales no significó el fin de
los enfrentamientos: la batalla en el campo de las ideas continuó librándose en
la política, la educación, el lenguaje y la cultura. El feminismo lleva en su misma
génesis estas discusiones. Sus personajes y agrupaciones nacieron en estas
trincheras. Sus reclamos y formas de vida encarnadas respondieron no tanto a
realidades de injusticias sino a modelos políticos y filosóficos, imposibles de
ignorar si queremos conocer qué es el feminismo. Hablamos en concreto de marxismo,
socialismo, con todas sus variantes; también hablamos de liberalismo.
Las verdades de la religión católica y el orden natural fueron el blanco común
de estas ideologías: los hijos de la Revolución del 89’ –liberalismo y
socialismo– se reconciliaron cuestionando el orden preestablecido.
En el olvidado
telón de fondo permanecen los reclamos de igualdad de derechos en el terreno
laboral y científico, y no es desatinado pensar que realmente fueron utilizados
como una herramienta. Fue Simone de
Beauvoir quien dijo que “la familia es un
nido de perversiones”. Las discusiones acerca de la desigualdad laboral y la
violencia doméstica fueron, como lo son hoy, una plataforma segura donde escenarios de injusticias
evidentes –estratégicamente presentadas– permitieron al feminismo colar otras
ideas y cuestionamientos.
¿Feminismo
moderado o radical?
Es común expresiones
del tipo “el feminismo en su raíz es
bueno, aunque existan sectores más radicales que en realidad no lo representan.
Yo no apoyo esas radicalizaciones”. Deberíamos comprender que hablamos
siempre de un mismo movimiento. Claramente, algunas personas muestran una
faceta más amable y atractiva. Sin embargo, hay consignas y métodos que –más
allá de los emotivos discursos– son una constante.
Si bien las
agrupaciones pueden parecer heterogéneas, en la práctica no lo son en absoluto.
El feminismo siempre se encuentra ligado a partidos o movimientos políticos –ya
de izquierda, ya liberales– con cursos definidos de acción que confluyen, con
mayor o menor rigor, en los mismos puntos: “Marchamos
separados y golpeamos juntos”. Sobre la órbita del discurso actúan, por lo
tanto, uniformemente, pretendiendo ganar a las masas, y así deslizan sus
propuestas con efectos en el terreno político–legal, buscando la implementación
de “derechos”. Conseguir la instauración de ciertas leyes, amparadas en
supuestas situaciones de injusticia social, es objetivo central de su agenda,
sin importar el partido o la nación. En todas partes, estos objetivos son:
-
La despenalización del aborto, mejor conocido
bajo el eufemismo de “derechos reproductivos” o IVE (interrupción voluntaria
del embarazo).
-
La promoción de la educación sexual, entendida como el acceso y uso de
anticonceptivos, en todos los puntos del globo, justificado como balsa de
salvataje frente al avance de las ETS.
-
La promoción de la ideología de género.
Las temáticas de
violencia doméstica, injusticia laboral, no acceso a la educación, violación,
pedofilia, entre otras –aunque estas sean injusticias reales y siempre
actuales–, están lejos de la agenda real
del feminismo. Mucho menos aún son discutidos temas como la hipersexualización
de la mujer, la cosificación que se hace de ella en la publicidad y en los
medios, la cada vez más apabullante naturalización
del uso de la pornografía, la prostitución. Las causas de injusticias son
traídas a cuento sólo en tanto sirvan a la promoción de los propios objetivos.
Se utilizan para sensibilizar a los espectadores, exhibiéndose así las
feministas como portadoras exclusivas
de tales ideales.
Es
llamativamente hipócrita que las supuestas
defensoras de las mujeres hablen de la legalización del aborto como algo propio
de “los países avanzados” cuando la mitad de los asesinados en gestación son niñas;
es patético cómo se debate una y otra vez sobre las formas de erradicar la violencia contra la mujer, sobre cómo
luchar contra el “femicidio” (otro vocablo inventado), en el mismo país donde
las familias cenan frente al programa de televisión de Marcelo Tinelli,
mientras las agrupaciones feministas se cuidan muy bien de cuestionarlo.
Hace poco se
cumplió en la Argentina tres años de la famosa campaña #NiUnaMenos. En este
tiempo, se organizaron numerosas marchas, llovieron artículos y declaraciones,
las redes sociales fueron atestadas de panfletos al estilo “fulanita puede usar
la falda corta si así lo desea”. Especialmente en la primera mitad de este año,
nos hemos cansado de escuchar una y otra vez a panelistas de distintos programas
–así como a representantes de diversos partidos políticos– hablar sobre lo
conveniente y “justo” que sería que el aborto sea legalizado “¡ya!”. Hemos asistido
a manifestaciones de violencia y de “arte” en la vía pública, como lo retratan
las siguientes imágenes:
Sin embargo, no hubo –ni tampoco se reclamó– penas más duras para los violadores. No se materializó tampoco un registro nacional de ellos. Pero las planillas de firmantes para la legalización del aborto estuvieron presentes en cada acto y en cada marcha.
No podemos decir con veracidad, pues, que exista un feminismo moderado y otro que, desbordado y fuera de razón, actúa violentamente. Ambos son caras de una misma moneda pues en el fondo sirven –quiéranlo reconocer o no– a los mismos fines.
Conclusión.
Volviendo a la RAE
Después de todo
lo dicho, es evidente que no se puede admitir la definición de la RAE. No. Más
que propiamente una definición, las
palabras de la RAE –así como de otros organismos que reproducen el mensaje en
términos similares, con descripciones simples y buenistas del feminismo– constituyen un claro abrepuertas. Así resuenan
en los oídos y en la mente. Caracterizarlo así es conveniente para este
movimiento: una definición lavada. Se
pretende suavizar su significado, buscando quitarle a la palabra las conexiones
negativas que la historia –y el presente actual– pueda haber dejado en la
memoria. Es, sin duda, un modo de propaganda. Claramente, el feminismo no es
«sólo» ni «principalmente» lo que presenta la RAE. Es mucho más.
Por otra parte, tampoco
el feminismo es una suerte de “espíritu común” contra las injusticias de las
que pueden ser objeto las mujeres. Existen numerosas agrupaciones en el mundo
que no se identifican con el feminismo –ni con la palabra ni con sus fines– y
defienden reciamente la dignidad humana, protegiendo la vida de la persona (mujeres
o varones) en todas sus etapas. Deslizar o insinuar la idea de que ser
feminista es la única o la mejor forma de defender a la mujer es, lisa
y llanamente, una mentira.
No se trata de “las injusticias contra las mujeres”, se
trata de la injusticia en sí. Los varones también son objetos de
injusticias, aunque el discurso feminista –convenientemente sesgado– se olvide de tenerlas en cuenta. Debe
repudiarse todo aquello que atente contra la dignidad humana, afecte al varón o
a la mujer. Nadie está obligado, nadie
“tiene que” ser feminista para luchar contra la injusticia. Casi diríamos que
para luchar contra la injusticia uno debe ser antifeminista.
Por
otro lado, el sexo femenino no vuelve a las mujeres «víctimas más importantes»
que otras, ni debe ser excusa de una mujer cuando ella es la victimaria. Los
feministas, a su vez, ofician de verdugos del niño por nacer cuando –distorsionando
la dignidad de la mujer– promueven el aborto. El feminismo levanta sus puños
pero no contra la injusticia sino contra la vida y el orden natural. Y
no es el único. Por eso, quienes se identifiquen como feministas pero sean
contrarias al aborto deben tomar urgente conciencia de la manipulación de la
que están siendo objeto.
Tenemos
arquetipos de mujeres, muy anteriores al feminismo. Pensemos en las grandes
mujeres de nuestra fe católica.
Santa
Juana de Arco siendo prácticamente una niña condujo ejércitos enteros,
sostenida en la pureza, la virtud y la fidelidad a la voluntad de Nuestro
Señor.
En
épocas en las que muchos quisieron ser Luteros,
Santa Teresa de Jesús supo asirse y asir a la Iglesia con ella, firmemente, a
la columna de la tradición; de carácter fortísimo, su genio –exacto y firme– se
hallaba profundamente impregnado de verdadera caridad y fidelidad a la Verdad.
Santa
Catalina de Siena mantuvo unida a la verdadera Iglesia, denunciando con
valentía el error y la cobardía porque “por haber callado, el mundo está
podrido”.
De
nuestra parte, vaya esta reflexión para llamarnos la atención sobre una más de
las mentiras de este tiempo.
A
Dios y a la Verdad, sea la victoria.
[1] http://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=feminismo. Visto el 20 de junio de 2018.
[2] Ver en línea: https://www.youtube.com/watch?v=SAgUHOvx-co
(1m29s y siguientes).
[3]
Ver en línea: https://entremujeres.clarin.com/entremujeres/genero/hablar-alto-decir-tips-feminist-fight-club_0_SyHeEg9ZZ.html
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