martes, 26 de junio de 2018

El feminismo invade la Real Academia - Por J. Carlos Monedero (h). Colaboración: Ivana Cejas Meling

El feminismo invade
la Real Academia


Cómo el lenguaje encubre
los ataques feministas a la familia

Por Juan Carlos Monedero (h)
Colaboración: Ivana Cejas Meling

Seguramente Usted se ha preguntado alguna vez “¿qué es el feminismo?”. Si pretendiendo hallar la respuesta consultó el término en el buscador oficial de la Real Academia Española[1], seguramente encontró la siguiente definición: Feminismo. (Primera acepción) Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre.



Es llamativo que, hace exactamente un año, la Academia ofreciera una definición significativamente distinta. En efecto, caracterizaba al Feminismo como “Ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres”.


Al parecer, cualquiera de las dos versiones agota el tema para la RAE. Sin embargo, slogans feministas tales como Muerte al Macho, Hoy desayuné feto, Mata a tu marido, a tu papá y a tu hermano obligan a revisar tales definiciones. A cualquiera que conozca los actos de vandalismo en torno a los Encuentros de Mujeres Autoconvocadas le parece que la prestigiosa definición oculta mucho más de lo que muestra; cualquiera que haya sido testigo de la violencia constitutiva de estos discursos o tenga mínima idea de la agenda que suelen perseguir las agrupaciones feministas en distintas partes del mundo, advertirá fácilmente que esta caracterización es ¿involuntariamente? incompleta. Como mínimo. Digamos humorísticamente que se quedaron cortos.
Frente a esta pudorosa definición, deberíamos preguntarnos si realmente no ha quedado fuera elementos relevantes. Alguno podrá replicar que “se trata sólo de una definición, solamente palabras” pero cuando pensamos que estamos hablando del órgano normativo más importante del habla hispana no podemos conceder ese punto. Una noción ingenua y altruista del feminismo no es inocente. El modo en que la RAE enmarca el término es una base sobre la que se legitiman y se asocian otras nociones.



Lo que las palabras dicen sin decir

Analicemos por un momento aquellos términos en su conjunto: Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre; o –como hace un año– ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres. Visto de este modo, podríamos decir que si usted está de acuerdo en que las mujeres tengan “iguales” derechos que los hombres, entonces debería considerase feminista. ¿Lo es? ¿Se considera tal? Por llamativo que parezca, ésto se desliza a partir la definición. Un efecto bien previsto: la clave no es tanto aquello que se dice sino aquello que se sugiere. Y, sobre todo, aquello que se permite a otros decir. En el año 2014, Emma Watson dijo ante la ONU:

“Es conveniente recordar que el feminismo, por definición, es la creencia de que los hombres y las mujeres deberían tener iguales derechos y oportunidades. Es la teoría de la equidad política, económica y social de los sexos. (…) Considero que estos derechos son derechos humanos, pero soy una de las afortunadas, mi vida es un auténtico privilegio porque mis padres no me amaron menos porque fuera hija. Mi escuela no me limitó por ser niña. Mis mentores no asumieron que llegaría menos lejos porque algún día podría dar a luz a un hijo. Estos agentes fueron los embajadores de la equidad de género que me hicieron quien soy el día de hoy. Puede que ellos no lo sepan, pero ellos son los feministas inadvertidos que están cambiando el mundo hoy en día. Necesitamos más de estos, y si ustedes aún odian la palabra, no es la palabra lo que importa. Es la idea y la ambición detrás de ella[2].

Más cercano en el tiempo, veamos el siguiente fragmento que extraemos de una nota publicada el año pasado en el diario Clarín[3]. Entre sus “tips” de lucha feminista, aconseja:

“En momentos en los que la equidad entre géneros empieza a ocupar una porción más grande de la agenda, los significados de algunas palabras, como "feminismo", se ven tergiversados. "No soy feminista, pero creo en la igualdad de derechos entre hombres y mujeres" es una frase sin sentido que responde a la idea errónea que el feminismo es "lo mismo" que el machismo pero a la inversa, como si fuera el otro extremo. Pero no es ni más ni menos que la "ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres" (y lo dice la Real Academia Española). Si creés eso, entonces sos feminista, te identifiques o no con la palabra”.

La idea, sugerida con mayor o menor sutileza, campea en cada discurso de los artistas y/o figuras públicas que se identifiquen con el movimiento. Está presente en cada artículo que busca defenderlo, en cada publicidad y en cada campaña. De manera que, al parecer, no hay demasiada opción. Si las definiciones correctas están en la RAE, usted probablemente debería sentirse un feminista y promover la realización de los fines de esta pacífica e inofensiva corriente. Promoverlo “por el bien de las mujeres” (pues, a la hora de las campañas, es imprescindible recordar que hay mujeres que viven injusticias laborales, domésticas, culturales… aunque las olvidemos luego) y para que por fin se logre el sueño dorado de la igualdad.

Derechos, pero ¿cuáles?

Al encarar esta definición, conviene preguntarse también: ¿de cuáles derechos estamos hablando, exactamente?
El término feminismo, de surgimiento relativamente reciente, nació de la mano de las sufragistas europeas o libertarias: agrupaciones de mujeres que reclamaron su derecho al voto, identificándose progresivamente con la palabra. Su uso más difundido, sin embargo, se dio a partir de la segunda mitad del siglo XX, con la revolución sexual de los años 60-70 y la popular liberación femenina. Un nuevo “modelo” de mujer fue propuesto por figuras que se llamaron a sí mismas feministas, reclamando “la libertad”, entendida y presentada principalmente por oposición al matrimonio y a la familia. Los hechos acompañaron y fortalecieron estas ideas: los 60’s, con la píldora anticonceptiva; los 70’s y 80’s con la ley, entre otras, del Divorcio.
La segunda mitad de siglo ciertamente experimentó algo más que pacifismo: se habló de revolución, aunque no sólo con armas de fuego. Se habló de liberación y de transformación cultural. En efecto, el cese de las guerras mundiales no significó el fin de los enfrentamientos: la batalla en el campo de las ideas continuó librándose en la política, la educación, el lenguaje y la cultura. El feminismo lleva en su misma génesis estas discusiones. Sus personajes y agrupaciones nacieron en estas trincheras. Sus reclamos y formas de vida encarnadas respondieron no tanto a realidades de injusticias sino a modelos políticos y filosóficos, imposibles de ignorar si queremos conocer qué es el feminismo. Hablamos en concreto de marxismo, socialismo, con todas sus variantes; también hablamos de liberalismo. Las verdades de la religión católica y el orden natural fueron el blanco común de estas ideologías: los hijos de la Revolución del 89’ –liberalismo y socialismo– se reconciliaron cuestionando el orden preestablecido.


 

  Los actuales movimientos y personajes abrevan en las raíces de las ideas defendidas por este movimiento; los “derechos” que buscan presentar como tales nacen de este espíritu revolucionario, liberacionista y anti patriarcal. No hay ruptura o cambio entre el actual feminismo y el de entonces sino una continuidad; más bien, una profundización. Al cuerpo de ideas feminista, se suma sin reservas ni límites la legitimación de la anticoncepción, el divorcio, la legalización del aborto y la ideología de género.
En el olvidado telón de fondo permanecen los reclamos de igualdad de derechos en el terreno laboral y científico, y no es desatinado pensar que realmente fueron utilizados como una herramienta. Fue Simone de Beauvoir quien dijo que “la familia es un nido de perversiones”. Las discusiones acerca de la desigualdad laboral y la violencia doméstica fueron, como lo son hoy, una plataforma segura donde escenarios de injusticias evidentes –estratégicamente presentadas– permitieron al feminismo colar otras ideas y cuestionamientos.



¿Feminismo moderado o radical?

Es común expresiones del tipo “el feminismo en su raíz es bueno, aunque existan sectores más radicales que en realidad no lo representan. Yo no apoyo esas radicalizaciones”. Deberíamos comprender que hablamos siempre de un mismo movimiento. Claramente, algunas personas muestran una faceta más amable y atractiva. Sin embargo, hay consignas y métodos que –más allá de los emotivos discursos– son una constante.
Si bien las agrupaciones pueden parecer heterogéneas, en la práctica no lo son en absoluto. El feminismo siempre se encuentra ligado a partidos o movimientos políticos –ya de izquierda, ya liberales– con cursos definidos de acción que confluyen, con mayor o menor rigor, en los mismos puntos: “Marchamos separados y golpeamos juntos”. Sobre la órbita del discurso actúan, por lo tanto, uniformemente, pretendiendo ganar a las masas, y así deslizan sus propuestas con efectos en el terreno político–legal, buscando la implementación de “derechos”. Conseguir la instauración de ciertas leyes, amparadas en supuestas situaciones de injusticia social, es objetivo central de su agenda, sin importar el partido o la nación. En todas partes, estos objetivos son:

-       La despenalización del aborto, mejor conocido bajo el eufemismo de “derechos reproductivos” o IVE (interrupción voluntaria del embarazo).
-       La promoción de la educación sexual, entendida como el acceso y uso de anticonceptivos, en todos los puntos del globo, justificado como balsa de salvataje frente al avance de las ETS.
-       La promoción de la ideología de género.

Las temáticas de violencia doméstica, injusticia laboral, no acceso a la educación, violación, pedofilia, entre otras –aunque estas sean injusticias reales y siempre actuales–, están lejos de la agenda real del feminismo. Mucho menos aún son discutidos temas como la hipersexualización de la mujer, la cosificación que se hace de ella en la publicidad y en los medios, la cada vez más apabullante naturalización del uso de la pornografía, la prostitución. Las causas de injusticias son traídas a cuento sólo en tanto sirvan a la promoción de los propios objetivos. Se utilizan para sensibilizar a los espectadores, exhibiéndose así las feministas como portadoras exclusivas de tales ideales.
Es llamativamente hipócrita que las supuestas defensoras de las mujeres hablen de la legalización del aborto como algo propio de “los países avanzados” cuando la mitad de los asesinados en gestación son niñas; es patético cómo se debate una y otra vez sobre las formas de erradicar la violencia contra la mujer, sobre cómo luchar contra el “femicidio” (otro vocablo inventado), en el mismo país donde las familias cenan frente al programa de televisión de Marcelo Tinelli, mientras las agrupaciones feministas se cuidan muy bien de cuestionarlo.
Hace poco se cumplió en la Argentina tres años de la famosa campaña #NiUnaMenos. En este tiempo, se organizaron numerosas marchas, llovieron artículos y declaraciones, las redes sociales fueron atestadas de panfletos al estilo “fulanita puede usar la falda corta si así lo desea”. Especialmente en la primera mitad de este año, nos hemos cansado de escuchar una y otra vez a panelistas de distintos programas –así como a representantes de diversos partidos políticos– hablar sobre lo conveniente y “justo” que sería que el aborto sea legalizado “¡ya!”. Hemos asistido a manifestaciones de violencia y de “arte” en la vía pública, como lo retratan las siguientes imágenes:



Sin embargo, no hubo –ni tampoco se reclamó– penas más duras para los violadores. No se materializó tampoco un registro nacional de ellos. Pero las planillas de firmantes para la legalización del aborto estuvieron presentes en cada acto y en cada marcha.
No podemos decir con veracidad, pues, que exista un feminismo moderado y otro que, desbordado y fuera de razón, actúa violentamente. Ambos son caras de una misma moneda pues en el fondo sirven –quiéranlo reconocer o no– a los mismos fines.

Conclusión. Volviendo a la RAE

Después de todo lo dicho, es evidente que no se puede admitir la definición de la RAE. No. Más que propiamente una definición, las palabras de la RAE –así como de otros organismos que reproducen el mensaje en términos similares, con descripciones simples y buenistas del feminismo– constituyen un claro abrepuertas. Así resuenan en los oídos y en la mente. Caracterizarlo así es conveniente para este movimiento: una definición lavada. Se pretende suavizar su significado, buscando quitarle a la palabra las conexiones negativas que la historia –y el presente actual– pueda haber dejado en la memoria. Es, sin duda, un modo de propaganda. Claramente, el feminismo no es «sólo» ni «principalmente» lo que presenta la RAE. Es mucho más.
Por otra parte, tampoco el feminismo es una suerte de “espíritu común” contra las injusticias de las que pueden ser objeto las mujeres. Existen numerosas agrupaciones en el mundo que no se identifican con el feminismo –ni con la palabra ni con sus fines– y defienden reciamente la dignidad humana, protegiendo la vida de la persona (mujeres o varones) en todas sus etapas. Deslizar o insinuar la idea de que ser feminista es la única o la mejor forma de defender a la mujer es, lisa y llanamente, una mentira.
            No se trata de “las injusticias contra las mujeres”, se trata de la injusticia en sí. Los varones también son objetos de injusticias, aunque el discurso feminista –convenientemente sesgado– se olvide de tenerlas en cuenta. Debe repudiarse todo aquello que atente contra la dignidad humana, afecte al varón o a la mujer. Nadie está obligado, nadie “tiene que” ser feminista para luchar contra la injusticia. Casi diríamos que para luchar contra la injusticia uno debe ser antifeminista.
Por otro lado, el sexo femenino no vuelve a las mujeres «víctimas más importantes» que otras, ni debe ser excusa de una mujer cuando ella es la victimaria. Los feministas, a su vez, ofician de verdugos del niño por nacer cuando –distorsionando la dignidad de la mujer– promueven el aborto. El feminismo levanta sus puños pero no contra la injusticia sino contra la vida y el orden natural. Y no es el único. Por eso, quienes se identifiquen como feministas pero sean contrarias al aborto deben tomar urgente conciencia de la manipulación de la que están siendo objeto.
Tenemos arquetipos de mujeres, muy anteriores al feminismo. Pensemos en las grandes mujeres de nuestra fe católica.
Santa Juana de Arco siendo prácticamente una niña condujo ejércitos enteros, sostenida en la pureza, la virtud y la fidelidad a la voluntad de Nuestro Señor.
En épocas en las que muchos quisieron ser Luteros, Santa Teresa de Jesús supo asirse y asir a la Iglesia con ella, firmemente, a la columna de la tradición; de carácter fortísimo, su genio –exacto y firme– se hallaba profundamente impregnado de verdadera caridad y fidelidad a la Verdad.
Santa Catalina de Siena mantuvo unida a la verdadera Iglesia, denunciando con valentía el error y la cobardía porque “por haber callado, el mundo está podrido”.
De nuestra parte, vaya esta reflexión para llamarnos la atención sobre una más de las mentiras de este tiempo.
A Dios y a la Verdad, sea la victoria.


[1] http://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=feminismo. Visto el 20 de junio de 2018.
[2] Ver en línea: https://www.youtube.com/watch?v=SAgUHOvx-co (1m29s y siguientes).
[3] Ver en línea: https://entremujeres.clarin.com/entremujeres/genero/hablar-alto-decir-tips-feminist-fight-club_0_SyHeEg9ZZ.html

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