Lo que tenes que saber
sobre la “cultura de la muerte”
en la Argentina
Por Juan Carlos
Monedero (h)
No es
sólo el aborto. El aborto es uno de los temas principales –el Tetazo o NiUnaMenos no nos
dejarán mentir– pero está lejos de ser el único. Tanto los
propietarios de los MMCC, sus escritores, sus columnistas, y muchas cátedras
universitarias; los autotitulados artistas y también, por supuesto, influyentes
instituciones como Naciones Unidas, intentan implantar en nuestro país la
“agenda de género”. Esta agenda no
es otra cosa que la ideología antidiscriminatoria, fruto de la extendida
mentalidad anticonceptiva. De ella emerge, como consecuencia inevitable, tanto
la promoción del aborto como la propaganda que pretende naturalizar la homosexualidad:
volverla normal, inocua y hasta simpática. No es otra cosa que “la cultura de
la muerte”, tal como la llamó oportunamente Juan Pablo II.
Son muchos, sin embargo, los
que nos oponemos a esta ideologización de la sexualidad, del amor y de la
familia. Una oposición que tiene lugar no sólo en la teoría sino también en la
práctica: revistas, publicaciones, blogs, conferencias, volanteadas, videos, etc.
son el vehículo de las auténticas certezas sobre el hombre, la vida y su
destino, rebatiendo en muchos casos los argumentos contrarios.
Es un hecho comprobado que, ante
planteos opositores, quienes defienden la cultura de la muerte suelen
reaccionar con una gran violencia (tanto verbal como física). Su vía de escape
suele ser la agresión. Desde el punto de vista psicológico, ésto es un indicio
de que su mente no es capaz de encontrar una respuesta satisfactoria; los
argumentos que tienen no producen ese convencimiento que, como fruto de la
madurez, no necesita de los golpes bajos ni se crea en los ataques personales.
Sus almas, en vez de abrazar dócilmente la verdad –o, al menos, retirarse y
dudar–, respingan bajo el influjo del resentimiento. Por ejemplo, en los
debates que tienen en lugar en los Encuentros de “Mujeres Autoconvocadas”,
muchos testigos dieron fe de que la violencia no es el punto “culminante” de
una discusión: estos talleres no presencian una discusión que “termina” a los
gritos. Presencian un griterío interminable, de principio a fin.
La presencia del feminismo, de
todas las gamas de la izquierda y de poderosas ententes internacionales es el hilo
conductor de estos encuentros y propuestas: todas usinas e instancias
ligadas a Naciones Unidas. Ligadas en lo económico, en lo político y en lo
cultural. Promueven la ideología de los derechos humanos, el vocabulario
feminista, la mentalidad anticonceptiva, el aborto y el homosexualismo
político. Un conjunto de falacias que desde hace más de 50 años tiene en jaque
a Occidente. No se puede seguir mirando hacia otro lado, recostándose en
discursos azucarados. Vienen por todo, vienen por vos, por tus hijos. ¿Qué vas
a hacer?
La batalla de las palabras. Guerra Semántica.
Está más allá de toda
discusión el hecho de que en la
Argentina se presiona de todas las maneras posibles para
lograr una serie de objetivos:
–despenalizar el aborto;
–naturalizar la tendencia homosexual;
–implantar la idea de que una persona tiene “derecho”
a hacer con su vida lo que quiera, desde drogarse hasta pedir la eutanasia;
–instaurar el concepto de que no hay un único modelo legítimo de familia sino
“muchos”[1].
Pero, ¿cómo se ejecutan estos
objetivos? Ninguna de estos objetivos avanza si no se cambia la cabeza
de las personas. Y una de las vías de influencia preferidas para
“entrar” ahí, sin dudas, es la palabra. ESTOS OBJETIVOS SE LOGRAN POR MEDIO DE LA IMPLANTACIÓN DE UN
LENGUAJE. Por eso nos aturden con palabras como “femicidio”, “violencia de
género”, “machismo”, “violencia heteropatriarcal”, “micromachismos”. ¿Qué significa
todo ésto?
Como hemos señalado en otras
oportunidades[2],
los términos “violencia de género” responden a la estrategia de decir una
verdad para defender una mentira. ¿Cuál es esa verdad? Es verdad que
todo tipo de discriminación injusta o de agresión ilegítima contra la mujer es
reprobable. Es cierto: no debe el varón cobrar más que ella por el mismo
trabajo, no puede el varón levantarle la mano, etc. Esto es verdad pero hay que
tener cuidado: la desconfianza es imprescindible. Porque está más que probado
que hay quienes se sirven de la verdad para deslizar a los demás hacia otras
latitudes: tomemos el caso del aborto. Estos grupos utilizan las palabras
“violencia de género” para designar a las muertes de mujeres en el contexto de
abortos ilegales y, así, pretenden justificar esta práctica.
–¿Estás en contra de
la violencia de género?
–Sí, claro
–responde la persona, pensando en la imagen de un hombre golpeando a su pareja.
¡Cómo no va a estar en contra de esta barbaridad!
–Entonces, estás a
favor de que el aborto sea legal. Porque “el aborto clandestino también es
violencia de género”[3].
–Pero no, no estoy
a favor de que se legalice el aborto.
–¿Querés que
mueran mujeres como consecuencia de la clandestinidad del aborto? ¿Sos tan
insensible?
El callejón sin salida,
perfectamente diseñado.
La atenta observación de cómo
se desenvuelven los discursos, la lógica del mismo, las inferencias a las que
se pretende llevar tanto a los espectadores como a los lectores, arroja a
nuestro juicio lo siguiente: la consigna por la “erradicación de la violencia
de género” es pura distracción. Fuegos artificiales. Los hechos, que
están a la vista de todos, demuestran que ella sólo es un canto de sirena
que nos distrae del auténtico objetivo de este nuevo lenguaje: promover el
asesinato del niño por nacer, descalificando a los opositores del aborto. Que
no te engañen: no buscan eliminar la violencia contra las mujeres.
No sólo la causa del aborto
se impulsa en esta batalla por la implantación de los significados y
significantes. También se persigue la naturalización de la homosexualidad: que
parezca normal, que dé lo mismo, que no signifique nada o que robe sonrisas y risitas tontas. La
palabra “gay” es testigo de ésto, ya hace décadas. Con la promoción y el uso en
todos los niveles de este término se llevó a cabo el más grande y mejor
orquestado secuestro de la alegría. Richard Cohen, psicólogo que ha
llevado adelante numerosas terapias para reorientar las tendencias sexuales de
sus pacientes, afirma: “No hay nada gay (alegre) en
el estilo de vida homosexual. Está lleno de tristezas y, muy a menudo,
consiste en una búsqueda interminable de amor a través de relaciones de
co-dependencia”[4].
Es deseable que quienes se
oponen al aborto pero, de alguna manera, admiten más o menos estos comportamientos,
adviertan que tanto la naturalización de la homosexualidad como la eliminación
del no nacido no son dos cosas distintas: son parte de la misma estrategia,
cuyo punto culminante es la destrucción del amor por vía de la abolición de la
familia. Abolición, término de una estrategia en estrecha relación con la idea
de que una persona tiene “derecho” a hacer con su vida lo que quiera, desde
drogarse hasta dar fin a su vida mediante la eutanasia. El objetivo: instalar una
ideología según al cual el ser humano “construye” su naturaleza, negándose de
esta manera a sí mismo y acabando en el abismo de la muerte. Un modelo
todopoderoso, lo que se deja ver en la pretensión de decidir quién vive
y quién no, tanto en términos de eliminación de los ya concebidos como de los
ancianos y enfermos terminales. No aceptan un Dios fuera de ellos mismos,
porque ellos mismos son su propia divinidad.
Neologismos interesados
También se habla, se suele
escuchar, el término femicidio, lo que obliga a una pronta aclaración.
“Femicidio” no existe. Existe el homicidio. Por Dios: enterremos esa manía de
crear palabras “femeninas” para que las mujeres “se sientan bien”. Ya ni
siquiera es ideología: es capricho. Más aún: es desorden mental.
Algo semejante ocurre con las
palabras machismo, micromachismos, violencia heteropatriarcal. Desgastan
el idioma de tanto decirlas y éstas acaban por aturdir. Terminan
desconcertando. Marean y causan náuseas. Todo este vocabulario es el resultado
de un cambio de óptica: cosas que son naturales y propias de la buena educación
–como dejar pasar primero a una mujer, cederle el asiento, ahorrarle algún
esfuerzo físico– ahora son denominadas “micromachismos”.
Tenemos que despertar: estamos
ante una enfermiza concepción que señala como responsable de TODO lo que le
ocurre a la mujer al sexo masculino. Resentimiento hacia el varón, hermanos, maridos
o padres. Y todo se pinta con “razones” y “argumentos”. Reconocer a una mujer
como diferente, delicada –y tratarla distinto– es “machismo”. Un acto de
amabilidad en un colectivo es objeto de controversia. Obsequiar una rosa es
problemático –lo quieren volver
problemático–, convirtiendo en odiosas muchas cosas buenas.
Estereotipos de género, interrupción del embarazo, “yo decido”.
Veamos, si no fuese
suficiente lo anterior, cómo tienen lugar estas cosas: cuando regalamos un
juguete de guerra a un niño, cuando obsequiamos una muñeca a una niña, estamos reforzando
–a juicio de muchos modernos psicólogos y “profesionales de la educación”– algo
terrible. Algo que haría palidecer al mismo Lobo de Caperucita: reforzamos
“estereotipos de género”. Cuando regalo, cuando obsequio un juguete a un niño,
a un pequeño, demuestro el amor (¿hace falta decirlo?) de la forma más natural
que puedo. ¡Imbéciles! Pero estos ideólogos ideologizan el amor. Protestemos: basta
de ideologizar el amor. Basta de problematizar lo que es natural, lo obvio.
No subestimemos el poder de
las palabras. Hay que saber, entonces, que el término “género” es parte de la
ideologización del amor y de la sexualidad. Por eso es que no debemos adoptar
un vocabulario que sirve a una mentalidad que rechazamos: “El lenguaje es un
inapreciable instrumento de penetración y dominio. Es la savia misma de la vida
social y cultural. Quien imponga un determinado lenguaje impondrá junto con
éste un modo de entender la realidad, una cosmovisión subyacente, valores
morales, culturales y políticos, pautas de conducta” (Prof. Jorge Ferro).
Para estos ideólogos
seguidores de Foucault –quien sólo debiera ser enseñado en las cátedras como
sparring, como adversario con quien practicar el arte de la refutación– todo es
construcción. Mi identidad sexual no es, por tanto, algo “dado” que debo
desarrollar hasta llegar a su plenitud. No: es algo que puede ser construido y
que depende de mi ‘autopercepción’. ¿Me autopercibo mujer o me autopercibo
hombre? Gorgias y Protágoras se frotan plácidamente las manos. Por eso
es que es imperioso, frente a los nuevos sofistas, el surgimiento de los nuevos
paladines de la Verdad :
un Nuevo Sócrates que ilustre la verdad, un Nuevo Platón que ponga freno a las
falacias, un Nuevo Aristóteles que deleite la inteligencia de sus oyentes y
lectores con la realidad. Y un Nuevo Tomás de Aquino que, tomando todo ésto, lo
ponga a los pies de Cristo para que Él lo transfigure con su gracia.
Juan Carlos
Monedero (h)
[1] El siguiente video en YouTube muestra hasta
qué punto se han metido con los mismos niños:
https://www.youtube.com/watch?v=TNHwI9WdC7s
[2] Cfr. “Violencia de género: decir una
verdad para defender una mentira” en
http://statveritasblog.blogspot.com.ar/2013/04/violencia-de-genero-decir-una-verdad.html;
“Réplica a Mariana Carbajal (Página/12)” en
http://www.notivida.com.ar/boletines/894_.html; “Las palabras en la Argentina”
en http://quenotelacuenten.com/2015/06/26/las-palabras-en-la-argentina/; “La profunda
falacia que esconde la palabra “homofobia” en http://statveritasblog.blogspot.com.ar/2014/01/la-profunda-falacia-que-esconde-la.html
[3] http://perio.unlp.edu.ar/node/3671
[4]
http://www.mscperu.org/homosexual/homotestimonio/cohenComprenderSanar.htm
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