¿SoMOS LIBRES ANTE LOS Medios?
Análisis antropológico
frente al consumo
de los medios de comunicación
de los medios de comunicación
Por Adolfo Aybar
Meditemos hoy acerca de los medios de comunicación. En esta oportunidad, haremos referencia tanto a la utilización de diversos instrumentos de comunicación (televisión, computadora, internet) como al trato con distintos programas periodísticos. Es la intención de este artículo analizar de manera simple y sencilla en qué medida estas herramientas nos perjudican cuando no cumplen su finalidad de mostrarnos la realidad que nos circunda de manera honesta y transparente.
En general, los
mencionados instrumentos y su uso no nos son indiferentes a la hora de ejercer
nuestra libertad con plenitud, al momento de formarnos y forjar nuestra
personalidad.
En primer lugar, los
medios nos roban tiempo valiosísimo
que podríamos invertir en nuestro crecimiento y formación personal a través de
la muy preciada lectura o la meditación profunda que nos lleva al recogimiento
y conocimiento de nosotros mismos. Los medios extravían nuestra interioridad,
quitándonos –o al menos disminuyendo– aquella cualidad tan apreciada por el
hombre contemporáneo, y que, por otro lado, este mismo hombre comprende
erróneamente: la libertad. Porque lo cierto es que sólo podremos actuar
libremente si nos conocemos a nosotros mismos.
Además, los medios nos masifican. Creemos que al adquirir algún
bien publicitado en una propaganda somos libres, por ejemplo, si lo elegimos y
lo compramos, y más aún si podemos obtener lo que “todos” también consiguen. En
realidad, esto es falso, y constituye un signo de cierta esclavitud
característica de nuestra época. Hemos sido esclavizados por la moda. El hombre
libre elije de acuerdo a sus intereses, gustos, motivaciones, aún cuando esto
signifique ir contracorriente.
Actitud ésta que no implica necesariamente la rebelión contra “lo que todos
hacen” y por ningún motivo: en efecto, el rebelde porque-sí tampoco es auténticamente libre. La libertad implica una
decisión y una elección provenientes de la interioridad del ser humano. El
hombre libre puede elegir algo diferente que las masas porque lo que elige lo
plenifica, porque lo que elige es en sí mismo bueno, porque lo elige por sí mismo y no para ir en contra de
alguien.
Aclaremos brevemente
qué es la libertad. Para ello tomemos el concepto del Dr. Emilio Komar, quien
lo toma del pensamiento clásico. Existen tres grados de libertad. El primero,
consiste en la independencia externa. Un ejemplo de ésta podría ser cuando un
joven le pide la llave a su padre para poder regresar a su casa en el horario
que éste quiera. El segundo grado implica la autodeterminación, por ejemplo, la
elección de una profesión. El último grado de la libertad consiste en la
libertad interior, en la que realizamos las elecciones más profundas de la vida,
por medio de las cuales nos identificamos más perfectamente a nosotros mismos.
Por esta libertad nos realizamos y desarrollamos plenamente nuestra naturaleza.
Tercero. Al tratar con
los medios, es evidente que nosotros –como espectadores– estamos ante una
selección o recorte de la totalidad de lo que pasa. Por eso, en ocasiones, lo
que los medios nos presentan pasa por “la totalidad” de la realidad o por lo
menos lo más importante de ella. La
familiaridad con estos medios nos hacen pensar sola o principalmente en lo que
nos muestran; el efecto –previsto y, quizás, buscado– es que no veamos otra
cosa fuera de lo que ellos muestran. Más allá de sus intenciones, ciertamente lo
que nos “muestran” se implanta en nosotros con gran fuerza: casi como si fuera
la única opción a tener en cuenta de la realidad. Hablando con propiedad, estamos
ante un reduccionismo mediático donde
–en muchas oportunidades– todo queda restringido a intereses económicos. Es
decir, “se muestra” porque “vende”, pero de ninguna manera porque responda a
ninguno de los principios presentados en este escrito. Sin embargo, el que mira
se convence de que lo que mira es la realidad; entonces, por ejemplo, si en muchos
programas televisivos “nos dicen” que el matrimonio “ya fue”, o que todos los
matrimonios culminan en un divorcio, el televidente acaba pensando de acuerdo a lo que escucha, convenciéndose
de que su matrimonio necesariamente terminará en un divorcio, por lo que en su
mente la idea de alcanzarlo queda seriamente erosionada. Este es sólo un
ejemplo –entre muchos que podríamos citar– para mostrar cómo los medios nos roban aquello por lo que tanto
nuestra sociedad lucha o dice luchar: su libertad.
Además, los medios nos alejan de nuestra realidad y de
nuestro prójimo. Lo más real para cada uno de nosotros son nuestras
circunstancias y nuestro prójimo más
próximo (valga la redundancia), es decir, nuestra familia, nuestros amigos,
nuestros compañeros de trabajo, nuestros compañeros de estudio, etc. Pero lo
medios nos alienan alejándonos de “lo nuestro”, de “nuestro mundo”, para que
nos preocupemos pero no nos ocupemos de
aquello que no tocamos. Así, poco a poco, se nos enfríe el alma. Y de esta
manera nos escandalizan, por ejemplo, las inundaciones en otras provincias y la
ineficiencia de nuestros gobernantes, responsables de dar una solución a
aquellos desastres, pero nos olvidamos de “la poción de mundo” en la que
nosotros podemos y debemos obrar.
Por último, los medios
despiertan en nosotros tentaciones varias que podrían evitarse tan sólo con la
eliminación de su uso. Nos sugieren la posesión desmedida de bienes, propician
una atmósfera que facilita el consumismo, el individualismo, y pecados tales
como la lujuria, la envidia, etc. Son tentaciones que naturalmente todo ser
humano padece pero que los medios incrementan de manera desenfrenada.
Si hacemos uso de los
instrumentos actuales para la comunicación, es deseable que sean realmente
útiles para alcanzar su fin, y no que sirvan para destruirnos a nosotros mismos
como personas humanas.
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