viernes, 1 de julio de 2016

Solzhenitsyn: la pluma de la dignidad cristiana - Luis Alfredo Andregnette Capurro

SOLZHENITSYN: LA PLUMA
DE  LA DIGNIDAD CRISTIANA

HACE POCO MÁS DE SIETE AÑOS entregó su alma a Dios Alexander Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura  1970, pero por encima de todo Caballero Cristiano sin Miedo y sin Tacha. Su personalidad  fruto de esa Europa –flor de la humanidad– que recogiendo los valores subyacentes en el mundo grecorromano fue vivificada por el poderoso aliento sobrenatural de Cristo Rex. De aquí que su vida tuvo el sentido de la Verdad, de la Belleza y del Honor. Sentido de la plenitud de la vida. Había nacido en Kislovodsk, Cáucaso, en 1918, cuando el terror rojo, ya desatado, hizo volver a la memoria de muchos la pregunta que estampara Gógol en las “Almas muertas”:

“Y tú Rusia, ¿hacia dónde corres? ¡Contesta!
Nada más que silencio”.

Silencio de muerte, ya que Rusia –empujada por un  demoníaco ángel rojo– iba en búsqueda del paraíso prometeico inmanentista, cayendo más tarde en la ciénaga, en los pantanos del llanto y en el rechinar de dientes. En  pocas semanas (julio de 1918) el Zar Nicolás II, con toda su familia, sería masacrado por un pelotón de  subhumanos bolcheviques en la  pequeña ciudad de Ekaterimburgo, última estación del  calvario de los Romanoff. El mundo estaba  conociendo al nihilismo en estado puro y sin el disfraz de “radicalismo progresista”, hipócrita  producto del Occidente masónico.
Se hace necesario, para una mejor compresión de esta nota, una referencia al pensamiento de Fedor Dostoyevsky; escritor que, como muy bien decía Alberto Falcionelli en su “Historia de la Rusia Contemporánea” (Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 1954) “es el primero entre todos los psicólogos modernos…”, introduciéndonos “en  el mundo subterráneo de los neuróticos que caracterizan la vida anímica escondida y aparente de la sociedad contemporánea: el intelectual destructor, el aristócrata descarriado, el burgués mediocre y pasivo cuyo único sentimiento es la envidia, el revolucionario por odio, el terrateniente liberal que, sin caer en la cuenta, prepara su propia tumba al ayudar a los enemigos de los valores tradicionales con la esperanza de utilizarlos en vista de su propia ascensión política...”.
Todo el mundo exaltado y morboso del izquierdismo está presente en el realismo del gran novelista, cuya pluma profetiza –desde las páginas de “Los Endemoniados” (1871)– el tsunami subversivo de febrero de 1917, que fuera puesto en marcha  por los liberales y llevado a sus últimas consecuencias por sus hijos putativos: los bolcheviques de Vladimir Ilich Ulianov Blank (Lenin) y León Bronstein (Trotzky) en octubre de ese año apocalíptico.
La tesis del trabajo es ésta: Dios ama a Rusia, la vigila y, como quiere ahuyentar de ella los demonios, permitque las creaturas angélicas entren en los socialistas nihilistas a fin de que éstos, ya poseídos, se arrojen –como los puercos de los que habla el Evangelio según San Lucas– al mar. El relato premonitorio nos presenta el modo de actuar de las células comunistas que hoy llamamos gramscianas. Nada de atentados terroristas. Lo que importa es desmoralizar la sociedad. Pero “Rusia nunca renegará de Cristo” por lo que escribe Dostoyevsky: “Rusia es la gran reserva que dirá la última palabra, la palabra nueva al Occidente ateo y Occidente la oirá y se conciliará con el Oriente en el nombre de Cristo que es el del sufrimiento y del perdón”.
El pensamiento de Solzhenitsyn hunde sus raíces en el tradicionalismo religioso que lo consustancia con lo dostoievskiano. Tal su declaración a la revista brasileña “Manchete” para el número de agosto de 1989: “Admiro a Tolstoy por su narrativa y forma de trasmitir los temas con  variedades de circunstancias. Pero estoy unido a Dostoyevski por la comprensión e interpretación espiritual de la historia”. En la misma entrevista se le preguntó su opinión referente a Vladimir  Ilich, expresando:

“Lenin estaba tomado por el espíritu del internacionalismo. No pertenecía a ninguna nación. Durante 1917 integró el ala de la extrema izquierda democrática. Todo cuanto acontecía en ese año era manejado por los dirigentes de la democracia revolucionaria pero ellos perdieron control sobre los acontecimientos. En octubre Lenin tomó el poder que estaba caído. Y fue implacable. Jamás borró de su programa la violencia y el terror como elemento básico de gobierno. Tenía un odio teológico de endemoniado. Puedo confirmarle lo que dijera Bertrand Russell: ‘Lenin era un ser extraordinariamente maligno. Estaba vacío de piedad. Al no tenerla es lógico que no la pudiera  sentir por nadie. Se le puede aplicar la palabra ‘maligno’ no sólo en el sentido metafísico sino también en el significado cotidiano’”.

Luego de la Segunda Guerra en la que combatió alcanzando el grado de Capitán, Solzhenitzyn fue condenado a varios años en un campo de concentración por sus planteos discordantes  con el “Socialismo real y el Soviet” que en  cartas privadas había expresado a quien creyó “amigo”. Libre y rehabilitado en 1957, su experiencia como presidiario le inspiró  su novela “El Primer Círculo”, en la que describe un  lugar “privilegiado” del infierno para los científicos que realizan “inventos” para el Estado bolchevique.
Cabe subrayar que en la obra del Padre Alfredo Sáenz –“De la Rus de Vladimir al Hombre Nuevo Soviético”– se vincula los presentes temas con la búsqueda del Santo Grial. Allí está el preciso sentido del reencuentro con  Rusia, lo que exigirá toda clase de renuncias al igual que en la Edad Media lo requería la dama de los sueños: "La Dama es Rusia, digna de todos los sacrificios, los que una vez superados permitirán alcanzar  el Grial, la perfección, la trascendencia...".
En su “Un día en el vida de Ivan Denisovich”, testimonia el horror de la jornada de un prisionero en las cárceles del Soviet. Todas las obras de Solzhenitzyn están impregnadas del misticismo del alma rusa. Algunos ejemplos claros son: “Por el Bien de la Causa”, “La Procesión Pascual” y “La Casa de Mátriona”. Su paso obligado por las Juventudes Comunistas  no hizo mella en su profunda Fe Cristiana. En el  mensaje al III Concilio de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el exterior, escribía:

“El triste panorama del aplastamiento de la Iglesia en el territorio de nuestro país me acompaña, desde mis primeras impresiones infantiles: cómo irrumpen los guardias armados en el templo; cómo se ensañan durante los servicios religiosos, cómo mis condiscípulos me arrancan la crucecita que llevo sobre el pecho, cómo son derribadas las campanas de las Iglesias y cómo son destruidos los templos…”.

Sus “Cuentos en miniatura” describen la belleza del campo “creado por Dios a la imagen de un icono”, que fuese atacado por la ideología destructora del marxismo leninismo que en décadas hizo desaparecer cien mil poblados rurales. Fue un golpe devastador para rematar la aldea rusa… Lo mismo pasó con el aldeano, descrito por Dostoyevsky como “el que anuncia y lleva a Dios”. Cuando se le concedió el Premio Nobel de Literatura (1970), gran parte de la obra literaria de Solzhenitsyn se había difundido en forma clandestina. Pero el  libro que motivó su expulsión de la URSS –privándolo de su nacionalidad en 1974– fue el estremecedor “Archipiélago Gulag”, que es y será para siempre  su obra maestra. En sus  páginas, presenta  los infernales campos de concentración bolcheviques a través del testimonio de 227 prisioneros agregando su propia experiencia del sufrimiento, vencido posteriormente con la Fe. Con ella probó una vez más la Verdad Evangélica: “Las Puertas del Infierno no prevalecerán” (Mt 16-18).
A partir de 1975, el genial escritor se instaló con su esposa e hijos en Cavendish, un pequeño poblado del Estado de Vermont (EE.UU.). Desde allí continuó su extraordinaria obra historiosófica comenzada con “Agosto de 1914” y cuyo ciclo completo bautizó “La Rueda Roja”; nombre que adoptó porque –según dijo– “estamos hablando de una gigantesca rueda cósmica de fuego rojo destructor de la Patria Rusa, una galaxia en espiral, una rueda enorme que una vez comenzado su giro, todos los que están dentro de ella, se transforman en átomos indefensos” (declaraciones a “Manchete”, Agosto de 1989)
En memorable conferencia dictada en la Universidad de Harvard en el 1978, hizo pública su visión sobre la perdida base moral de la Civilización Occidental expresando que “ella ha dejado de ser cristiana pudiendo ser considerada más adecuadamente pagana”. Y continúa: “No tengo ninguna esperanza en Occidente y ningún ruso debería tenerla. La excesiva comodidad y prosperidad han debilitado su voluntad y razón”. Durante el transcurso de su disertación expuso a fondo las raíces de la decadencia, pasando revista a las etapas culturales de nuestro mundo en las que calificó al Renacimiento como subjetivista; puntualizó  luego los peligros del Libre Examen, desembocando en el análisis de la influencia cultural del Iluminismo racionalista. En ellos, lo humano se convierte en la medida de todas las cosas. Sostiene nuestro amigo: “El nuevo sistema de pensamiento basó la civilización en la tendencia peligrosa a adorar el Hombre y sus necesidades materiales (…) Durante 300 años, Occidente ha ido registrando una eliminación de los deberes y una expansión de los derechos”. Y aún más:

“En los comienzos, los derechos individuales eran concebidos sobre la base que todo hombre era criatura de Dios. Libertad , pero responsabilidad religiosa. Nadie por entonces hubiera pensado en reclamar una libertad ilimitada simplemente para satisfacer sus instintos. Pero con el correr del tiempo esas limitaciones se fueron abandonando, proclamándose una liberación total de la Verdad Cristiana. Ya no se habló de responsabilidad del hombre ante Dios. La vida se hizo cada vez más materialista. Los progresos  tecnológicos no redimen la pobreza moral del siglo XX”.

Sus públicas denuncias referentes a la connivencia entre bolcheviquismo y  capitalismo liberal, junto a sus ideas en lo religioso y político, lo tornaron un objetivo para el ataque de los medios que también utilizaron la orwelliana fórmula: silenciarlo como inexistente. Respecto a esta situación, expresaba el escritor  en 1989:

“Entre la Unión Soviética y los EE.UU. hay como una línea de montaje. Todas las opiniones sobre mí son exactamente iguales. En la Unión Soviética es comprensible. El Politburó aprieta un botón y todos hablan como ordenan. En los EE.UU. cuando soplan determinados vientos todos escriben de la misma manera y con unanimidad perfecta”.

Sin duda aquí está la explicación del porqué la “Inteligentsia” del mundo globalizado post crímenes de Yalta y Nuremberg asumió una opinión negativa del Solzhenitzyn de los años setenta en oposición al Solzhenitzyn anterior.
Nos tuvo Dios de su mano cuando redactábamos los párrafos anteriores ya que en ese momento nos entregaron un periódico, en el cual el escribidor Mario Vargas Llosa expresa del gran caucasiano: “en la última etapa de su vida se dedicó a lanzar fulminaciones contra la decadencia de Occidente y a defender un nacionalismo sustentado en la tradición y el cristianismo ortodoxo, se había vuelto una figura incómoda, hasta antipática, y ya casi no se hablaba de él”. Evidentemente, la Verdad -para quienes rinden culto al relativismo democrático– se transforma en algo políticamente incorrecto e inquietante. Por ello la policía del pensamiento lo fue marginando en un nuevo Gulag. Tuvo la vida de Alexander Solzhenitzyn toda la elocuencia pujante y viril de un inmenso acto de fe en Cristo a quien sirvió con su inteligencia y pluma, en páginas para todos los tiempos. Conoció todas las tempestades y dio pruebas del valor con que se las puede vencer cuando se posee una pasión indómita por la Verdad. Victorioso ha entrado en la inmortalidad con los que confesaron al Divino Maestro. De pié, le rendimos homenaje y rezando nos inclinamos reverentes.

Desde el  Real de San Felipe y Santiago de Montevideo


Luis Alfredo Andregnette Capurro

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