martes, 5 de febrero de 2019

Así en el cielo como en la tierra - Narración de Federico Bär (Dick)


ASÍ EN EL CIELO COMO EN LA TIERRA

Narración de Federico Bär (Dick)

      En el Salón de Juegos, toda la atención está centrada en las filas de casilleros claros y oscuros que integran un tablero hecho de madera, con bordes anchos. Sobre él se encuentran dispuestas sobre un lado, ocho figuras blancas de nácar irisado con incrustaciones de piedras. Del lado opuesto, hay igual número de objetos de formas idénticas, pero de mármol negro y sin adornos. Las piezas que intervendrán en este Juego son, una por una, obras artesanales esculpidas en materiales nobles.



      Detrás de una fila de Peones Blancos, el Rey y su Dama conversan con los Alfiles mientras, bajo la mirada vigilante de las Torres, los Caballos esperan impacientemente ser montados. Cristián Rodaerc comprueba que todo está en orden, y levanta la vista. El conductor de las piezas negras, Narciso Otsircitna, confirma con un movimiento de cabeza que está preparado. Rodaerc avanza su Peón Rey.

      En la clínica, la mira de todos está en la sala de partos. Se abre la puerta y se oye el grito triunfal con el que un bebé anuncia su llegada.

      Las respuestas de Otsircitna a las cuatro jugadas siguientes reflejan estrategias similares; no hay innovaciones. Los grandes espejos que rodean la sala, acentúan la simetría de las posiciones.

      Abre los ojos, pero aún no puede ver el espejo frente a su cuna. Más tarde, aprende a gatear, a caminar, a jugar. Lo llevan a la guardería; crece, a los seis años va a la escuela.

      En la octava movida, el Caballo Rey Negro da un brinco, como sólo pueden hacerlo los potros. Las blancas quedan en una situación comprometida.

      La víspera de su octavo cumpleaños pasea en un caballo muy manso que, sin embargo, inexplicablemente se desboca. Antes de caer, el niño tiene una nítida imagen del desenfrenado galope.

      Rodaerc responde al imprevisto movimiento con una orden inesperada, audaz. Un Alfil Blanco, débilmente protegido por la Dama, aprovecha su veloz desplazamiento por toda la diagonal para obligar a un corcel Negro a entregarse.

      Al quedar un pie enganchado en el estribo por un instante, el golpe es providencialmente amortiguado. Con sólo algunas lastimaduras, el pequeño jinete se levanta y anda.

      Los dos ejércitos sobre el tablero reagrupan sus huestes, reina la tranquilidad de una tregua. Pero luego de una sucesión de varias jugadas sin violencia, Otsircitna despliega sus fuerzas y dirige una ofensiva por el flanco izquierdo. El Rey se pone blanco.

La vida del niño transcurre sin sobresaltos. La escuela y los deportes reclaman su atención. Una noche, al regresar a su casa, cruza una avenida cuando un vehículo sin luces se acerca a gran velocidad.

      El auditorio contiene la respiración: esa amenaza al Rey Blanco puede significar el fin del duelo.

      El conductor frena tarde, y el niño es atropellado. Su cabeza golpea contra un espejo retrovisor exterior.

      Rodaerc apela a todos sus recursos, y cuando el tiempo reglamentario está a punto de expirar, revierte la situación. Sus Torres encierran a la Dama, la Negra más poderosa y a la vez la más vulnerable, de las piezas adversarias.

      En el sanatorio, la recuperación es lenta. En el espejo que está colgado frente a su cama, el niño se ve a sí mismo, observando el tablero y los jugadores en el Salón de Juegos. Con un gran esfuerzo, se despierta del sueño casi eterno.

      Visiblemente aliviado, Rodaerc se reclina en el sillón y enciende una pipa. Sabe que de ahora en adelante no habrá peligro.

      En la actualidad, la partida se está desarrollando sin sobresaltos. A juicio de los analistas, la posición es favorable a Cristián Rodaerc, Creador de este, el más Humano de todos los Juegos.

* * *


      (Publicado en el Primer Anuario de Cuentos de la Editorial Argenta Sarlep S.A., Buenos Aires, en mayo de 1987)

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