¿Por qué las personas malas sufren menos
que las personas buenas?
Respuesta a un alumno de Colegio Secundario
A través de una colega, y en el marco de
una profundización respecto de la acción de Dios en el mundo, nos llegó este
interrogante. El contexto es la
Providencia de Dios: en Dios existen todas las perfecciones,
como por ejemplo la Bondad ,
la Justicia
y la Sabiduría.
¿Por qué Dios creó un mundo donde la gente perversa y malvada sufre menos que
la gente buena y virtuosa? ¿No es acaso injusto,
pregunta este alumno? ¿No compromete acaso la Justicia Divina ?
* * *
La
pregunta no es tan fácil como parece, por lo que intentamos integrar nuestra
propia respuesta con los conceptos de los sabios. Así es que llegamos a las páginas
del gran Jaime Balmes, concretamente su obra Cartas a un escéptico en materia de religión, capítulo XIX: La felicidad en la tierra. Menos mal que
abrevamos en el sabio español.
Lo primero que habría para decir es que
la pregunta de nuestro inquieto alumno supone algo que, si no es falso, es como
mínimo muy dudoso (a pesar de que coincida
con la opinión común de muchos). En efecto, el interrogante supone que la
felicidad en esta vida se halla distribuida de forma tal que a los malos les
cabe la mayor parte, mientras que a los buenos les tocaría la más pequeña. Antes
de especular si ésto es justo, o no, dentro del plan divino, conviene examinar
el presupuesto de la pregunta. ¿Realmente las personas malas sufren
menos que las buenas?
Si alguien propone como ejemplo un
hombre malvado que parece disfrutar de felicidad doméstica –obteniendo en la
sociedad una consideración que está muy lejos de merecer–, tampoco podrá negarse
que, al lado de este hombre vicioso y perverso, existen otros, honrados y
virtuosos, que disfrutan igual felicidad doméstica, obteniendo una
consideración no inferior.
Asimismo, si se propusiera el caso de un
hombre dotado de grandes virtudes y, sin embargo, oprimido con el peso de tremendas
desgracias, se podría mostrar el otro lado de la moneda: hombres inmorales,
afligidos por problemas que no son menores a los del virtuoso. Y he aquí el equilibrio otra vez restablecido.
Por otro lado, cabe reflexionar en torno
a las opiniones comunes. Es verdad
que la gente comúnmente suele decir: “A los malos les va mejor que a los
buenos”. Ahora bien, ¿no es igualmente cierto que la gente –a pesar de su
preocupación en este punto– también suele decir
transmitir que, según la experiencia, los malos terminan
mal, y que su final es infeliz? La gente también tiene la convicción de que,
tarde o temprano, la justicia humana alcanza a los malvados. En la Historia son célebres los
casos de grandes delincuentes castigados por sus gravísimos delitos: encierro
perpetuo, trabajos forzados, exposición a la vergüenza pública o incluso la
pena de muerte. Así terminaron muchos perversos. Una vida y muerte así, ¿tienen
algo de feliz?
Se podría replicar que hay casos de
hombres malvados que no son alcanzados por el brazo de la justicia humana,
gozando de cierta “felicidad” en la
tierra. Este planteo nos lleva a revisar el concepto mismo de “felicidad”.
Bien: hablemos de los que no llegan a
ser castigados por los hombres. ¿Cómo podrían ser felices esos hombres, atormentados en su memoria por sus actos
perversos, transidos de remordimiento por los males causados a inocentes, sin
sufrir las penas que en justicia merecen? Ya el sabio Platón decía que era
bueno que el malvado fuese castigado en esta tierra, y que no envidiaba la
suerte del malvado que escapaba al castigo de los hombres. En efecto, para
entender bien este tema, hay que descubrir que la felicidad, la dicha y la
alegría no están en lo exterior sino en lo interior. Aún cuando el ser
humano sea poderoso y rico, aún cuando sea impune a los ojos de la justicia
humana, será infeliz si su alma está destrozada a causa de sus pecados. En ese
sentido, no cabe duda que los inocentes, los buenos y virtuosos son
incomparablemente más felices (aún en la tierra) que los malos, sean o no
castigados por la ley.
Para concluir, la medición y valoración del sufrimiento
de cada persona no es algo que podamos realizar livianamente. Primero, porque
no nos corresponde. Segundo, porque nos faltan elementos: no conocemos todo lo
que a los demás le pasó en la vida. Ni siquiera a nosotros mismos nos conocemos
en profundidad.
Hermosa reflexión, muy útil y muy completa.
ResponderEliminarGracias