lunes, 13 de noviembre de 2017

¿Por qué las personas malas sufren menos que las personas buenas? - Respuesta a un alumno de Colegio Secundario

¿Por qué las personas malas sufren menos
que las personas buenas?

Respuesta a un alumno de Colegio Secundario


A través de una colega, y en el marco de una profundización respecto de la acción de Dios en el mundo, nos llegó este interrogante. El contexto es la Providencia de Dios: en Dios existen todas las perfecciones, como por ejemplo la Bondad, la Justicia y la Sabiduría. ¿Por qué Dios creó un mundo donde la gente perversa y malvada sufre menos que la gente buena y virtuosa? ¿No es acaso injusto, pregunta este alumno? ¿No compromete acaso la Justicia Divina?

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           La pregunta no es tan fácil como parece, por lo que intentamos integrar nuestra propia respuesta con los conceptos de los sabios. Así es que llegamos a las páginas del gran Jaime Balmes, concretamente su obra Cartas a un escéptico en materia de religión, capítulo XIX: La felicidad en la tierra. Menos mal que abrevamos en el sabio español.

Lo primero que habría para decir es que la pregunta de nuestro inquieto alumno supone algo que, si no es falso, es como mínimo muy dudoso (a pesar de que coincida con la opinión común de muchos). En efecto, el interrogante supone que la felicidad en esta vida se halla distribuida de forma tal que a los malos les cabe la mayor parte, mientras que a los buenos les tocaría la más pequeña. Antes de especular si ésto es justo, o no, dentro del plan divino, conviene examinar el presupuesto de la pregunta. ¿Realmente las personas malas sufren menos que las buenas?
Si alguien propone como ejemplo un hombre malvado que parece disfrutar de felicidad doméstica –obteniendo en la sociedad una consideración que está muy lejos de merecer–, tampoco podrá negarse que, al lado de este hombre vicioso y perverso, existen otros, honrados y virtuosos, que disfrutan igual felicidad doméstica, obteniendo una consideración no inferior.
Asimismo, si se propusiera el caso de un hombre dotado de grandes virtudes y, sin embargo, oprimido con el peso de tremendas desgracias, se podría mostrar el otro lado de la moneda: hombres inmorales, afligidos por problemas que no son menores a los del virtuoso. Y he aquí el equilibrio otra vez restablecido.
Por otro lado, cabe reflexionar en torno a las opiniones comunes. Es verdad que la gente comúnmente suele decir: “A los malos les va mejor que a los buenos”. Ahora bien, ¿no es igualmente cierto que la gente –a pesar de su preocupación en este punto– también suele decir  transmitir que, según la experiencia, los malos terminan mal, y que su final es infeliz? La gente también tiene la convicción de que, tarde o temprano, la justicia humana alcanza a los malvados. En la Historia son célebres los casos de grandes delincuentes castigados por sus gravísimos delitos: encierro perpetuo, trabajos forzados, exposición a la vergüenza pública o incluso la pena de muerte. Así terminaron muchos perversos. Una vida y muerte así, ¿tienen algo de feliz?
Se podría replicar que hay casos de hombres malvados que no son alcanzados por el brazo de la justicia humana, gozando de cierta “felicidad” en la tierra. Este planteo nos lleva a revisar el concepto mismo de “felicidad”.
Bien: hablemos de los que no llegan a ser castigados por los hombres. ¿Cómo podrían ser felices esos hombres, atormentados en su memoria por sus actos perversos, transidos de remordimiento por los males causados a inocentes, sin sufrir las penas que en justicia merecen? Ya el sabio Platón decía que era bueno que el malvado fuese castigado en esta tierra, y que no envidiaba la suerte del malvado que escapaba al castigo de los hombres. En efecto, para entender bien este tema, hay que descubrir que la felicidad, la dicha y la alegría no están en lo exterior sino en lo interior. Aún cuando el ser humano sea poderoso y rico, aún cuando sea impune a los ojos de la justicia humana, será infeliz si su alma está destrozada a causa de sus pecados. En ese sentido, no cabe duda que los inocentes, los buenos y virtuosos son incomparablemente más felices (aún en la tierra) que los malos, sean o no castigados por la ley.

Para concluir, la medición y valoración del sufrimiento de cada persona no es algo que podamos realizar livianamente. Primero, porque no nos corresponde. Segundo, porque nos faltan elementos: no conocemos todo lo que a los demás le pasó en la vida. Ni siquiera a nosotros mismos nos conocemos en profundidad.

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