Desafíos al planteo conciliatorio
entre
teoría evolutiva y fe católica
Reparos,
reservas, dificultades y objeciones
Por Juan Carlos Monedero (h)
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
“EL
CARRO DELANTE DE LOS CABALLOS”: LA PETICIÓN DE PRINCIPIO COMO PRINCIPAL SOSTÉN DE LA TEORÍA
¿Y
QUÉ HAY DE LOS ARGUMENTOS CONTRARIOS A LA EVOLUCIÓN ?
BASTA
DE INTRODUCCIONES Y VAYAMOS A LOS ARGUMENTOS. PRIMERO.
SEGUNDO
ARGUMENTO.
SALVANDO
AL DARWINISMO: EL EQUILIBRIO PUNTUADO.
CRÍTICA
PALEONTOLOGÍA Y CREACIÓN. LOS “DÍAS” DEL GÉNESIS
LAS
PRUEBAS DE LA
EVOLUCIÓN DARWINISTA
¿Y
LOS TAN MENTADOS CREACIONISTAS?
UN
GULAG CIENTIFICISTA
¿QUÉ
DICEN LOS CATÓLICOS QUE ACEPTAN LA
EVOLUCIÓN ?
“LAS”
TEORÍAS DE LA EVOLUCIÓN
CONCLUSIÓN
INTRODUCCIÓN
Cuando los
textos escolares y los artículos periodísticos presentan la teoría de la
evolución, no suele faltar la “aclaración” de que Charles Darwin habría barrido
la “antigua” creencia en un Dios, Creador del universo, quien supuestamente
habría hecho cada tipo de planta y de animal por separado. “Darwin hizo posible ser un ateo
intelectualmente satisfecho” sostiene el conocido Richard Dawkins. A renglón
seguido, se suele agregar comúnmente el siguiente “matiz”, que no pocas veces
descoloca a muchas conciencias: existiría cierta evolución, cierta forma de
pensar la evolución, que es “aceptada por la Iglesia sin problemas”. ¿Cómo es éso?
Según
algunos intelectuales prestigiosos, habría ocurrido una evolución que
comenzando en los seres unicelulares, pasó por las plantas, luego por distintos
tipos de animales hasta llegar al mono y, en determinado momento -se dice-,
Dios habría infundido en ese primate un alma humana. Y así el mono se hizo hombre.
Estos autores mantienen que el alma es creada inmediatamente por Dios, mientras
que el cuerpo humano ha sido o pudo haber sido objeto de un proceso evolutivo.
Si queda salvada la espiritualidad del alma humana, dicen, este “tipo de
evolución” es fácilmente compatible con la fe.
¿Qué pensar
sobre ésto? La visión que se tenga de esta propuesta
de conciliación depende mucho de lo
que se sepa de la controversia en torno a la teoría de la evolución; depende de
lo que se conozca sobre la historia de las objeciones existentes a esta teoría,
sobre todo en el siglo XX. Si se desconoce ésto, parece fácil concebir o
imaginar una evolución del cuerpo del hombre que tenga su punto culminante en
la creación directa del alma. Si a ésto le sumamos que intelectuales,
sacerdotes, filósofos y teólogos dicen (en distintos tonos) más o menos lo
mismo, entonces para muchos ya “es suficiente”. Ahora bien, si se conoce –por
el contrario– las objeciones científicas y filosóficas (no religiosas) a la
teoría de la evolución, aceptar esta propuesta se torna mucho más difícil.
El
propósito de este trabajo es mostrar los problemas presentes, indicar los
reparos y formular las reservas a esta conciliación entre la teoría de la
evolución y la fe, exhibiendo las dificultades no sólo de la teoría oficial del
evolucionismo sino de la misma propuesta
de conciliación. Para eso, veamos algunos elementos que hacen posible la
comprensión de este asunto.
¿Cuánto y hasta dónde se puede
demostrar o probar una teoría y, en particular, la teoría oficial la evolución,
también conocida como teoría sintética? Como marco general, es importante
conocer la naturaleza y esencia de la demostración científica.
Ciertamente
es y puede ser dificultoso –aunque no imposible– demostrar la falsedad de
algunas afirmaciones en el campo de la ciencia (la llamada demostración negativa). Sin embargo, no es tan fácil
–aunque muchos así lo crean– la demostración positiva en este mismo campo. Un investigador prudente conoce los
límites de la demostración, que deberían ser apreciados con nitidez por todos
los interesados en este debate: nuestras conclusiones no dependen solamente del
poder del entendimiento humano sino,
sobre todo, de la naturaleza y de la esencia misma de la realidad estudiada: el
mundo físico.
No pocas
veces muchos estudiosos, docentes e interesados, desconocen estos dos asuntos.
Se cree que la ciencia puede demostrarlo todo, que su rigor es demoledor, que
el mundo físico es básicamente simple –un mero juego de poleas, engranajes y
motores– y que los datos científicos son “unidireccionales”; esto es, que los
descubrimientos se pueden interpretar en un sólo sentido. La verdad va por el
camino opuesto.
“EL CARRO DELANTE DE LOS CABALLOS”: LA PETICIÓN DE PRINCIPIO
COMO PRINCIPAL SOSTÉN DE LA
TEORÍA
La teoría
de la evolución siempre se ha sostenido, en buena parte, mediante una “Petición
de Principio”. La petición de principio –un recurso argumentativo ya estudiado
por Aristóteles– consiste en probar (indebidamente) una cosa tal mediante otra
que todavía no está probada (y/o que nuestro interlocutor no acepta o al menos
no ha admitido explícitamente)[1].
Los divulgadores y muchos científicos evolucionistas -lo sepan o no- hacen lo mismo.
Ellos advierten que el hombre y el mono, y muchos otros animales, tienen rasgos
comunes entre sí. Y es cierto: todos los seres de la naturaleza tenemos
el mismo tipo de moléculas, tenemos el mismo sistema de codificación de
proteínas. El ser humano no codifica las proteínas de manera distinta a los
virus y a las bacterias. Compartimos el mismo sistema de metabolismo y mucho
más.
Ahora bien,
estas semejanzas que hay entre ellos y nosotros (los rasgos comunes) no
implican de manera necesaria que tengamos una descendencia común (es decir, un
mismo antecesor, según la teoría de la evolución). Semejanza –o parecido– no
significa ni implica parentesco, excepto
si partimos de la base que la descendencia común es la explicación de tales
rasgos comunes y tales semejanzas: pero éso era exactamente lo que debíamos
probar. Éso era aquello adonde pretendíamos llegar. Esto es,
sencillamente, poner “el carro delante de los caballos”.
Lo mismo
podría decirse del plan vertebrado de estructura corporal que es, en efecto,
propio de todos los vertebrados. El plan vertebrado de estructura corporal sólo
puede ser considerado como una relación
evolutiva (un vestigio, una reliquia evolutiva, le dicen) si
de antemano definimos nocionalmente a toda relación posible entre los seres
vivos como un efecto de la evolución, esto es, como una relación evolutiva.
“Esto es efecto de la evolución”, dicen. Luego, hubo evolución. La explicación para estas semejanzas (u otras), sin
embargo, podría no ser “un antecesor común” sino un diseño común. Cuando vemos dos automóviles muy parecidos no
pensamos que uno “proviene de otro”. Cuando vemos dos motocicletas muy
parecidas no inferimos que una “es descendiente de la otra”. Cuando vemos dos
cuadros pintados por una técnica similar, pensamos que quizás es la misma
persona la que ha pintado ambos.
Por lo
mismo, el rasgo común puede no significar un antecesor común sino un diseño
común: quizás nos parecemos todos un poco porque todos hemos sido diseñados por
la misma Persona. La investigación no está obligada a afirmarlo pero que no nos
hagan creer que está obligada a desechar esta posibilidad. Calla, Dawkins.
Los
propagandistas y científicos darwinistas pretenden llevarse puestos y atropellar a sus interlocutores cuando dicen,
muy sueltos de cuerpo, que “la evolución
es un hecho”. El precitado Richard
Dawkins, uno de las principales espadas de la teoría a nivel mundial, ha
llegado a escribir que:
Se puede decir con total certidumbre
que si uno se encuentra con alguien que afirma no creer en la evolución, esta
persona es ignorante, estúpida o está loca (o es malvada, pero preferiría no
considerar esta posibilidad).
Como dice el brillante Dr. Raúl Leguizamón, glosando estas palabras, que cada uno se ponga en el lugar que quiera. Nosotros nos ponemos en un nuevo puesto: el de aguafiestas. Somos aguafiestas por el sólo hecho de plantearnos la posibilidad de que las cosas no sean tal y como nos las cuentan, y nos corresponderá el sayo de quienes osen poner en tela de juicio una teoría que gozaría de buena salud y de “un consenso prácticamente absoluto”, sin mayores problemas ni dificultades.
Un
argumento de peso contra la afirmación de que “la evolución es un hecho” está
en la opinión disímil de los mismos expertos evolucionistas. En efecto, algunos
consideran la evolución como algo evidente; para otros, sin embargo, ella no es
algo que se pueda ver. Algunos sostienen que el mecanismo que ha originado las
especies y su cambio a través del tiempo es la Selección Natural; otros acuden
a la teoría neutralista de Motoo Kimura; unos sostienen que la teoría explica
el surgimiento de la vida a partir de lo inorgánico, mientras que otros
pretenden que la evolución sólo explica la transformación de los seres vivos
una vez que el primero ya existe.
Los
científicos neodarwinistas se enojan cuando se les recuerda las discrepancias que
ellos mismos tienen “puertas adentro”. Se apuran en advertir al público que, en
estos casos, ellos sólo discuten aspectos o detalles de la teoría
pero que de ninguna manera –válgame Dios– ponen en cuestionamiento “el hecho de
la evolución”. Los que sí cuestionan no sólo las teorías sino, obviamente, el
mismo “hecho evolutivo” son escarnecidos en las publicaciones
darwinistas.
Lo cierto
es que quienes objetan el neodarwinismo no pretenden hacerle creer a nadie que
el punto de tales discusiones es otro que el real. El objetivo, por supuesto, es
utilizar los argumentos del adversario para mostrar que la teoría de la evolución
no tiene ni el carácter indiscutible
(dado que es discutida) ni el carácter evidente
(dado que algunos no lo ven), a pesar de sus propios propagandistas.
¿Y QUÉ HAY DE LOS ARGUMENTOS CONTRARIOS A LA EVOLUCIÓN?
En la literatura
de divulgación, se ocultan o al menos no se exhiben muchos –por no decir
prácticamente todos– los datos que
pudieran servir como “prueba” contraria a la evolución. En los pocos casos en
que éstos se presentan, están incluidos bajo el pudoroso término “problemas de
la evolución”, “obstáculos”, “dificultades evolutivas”, “misterios evolutivos”
o también “desacuerdos”. En estos términos se expresan algunos filósofos de la
ciencia y/o teólogos del campo católico, como son Rafael Pascual, Mariano
Artigas, Juan José Sanguinetti y Francisco Ayala.
Es un tema
opinable, pero es nuestra opinión que muchas veces se presenta como “obstáculo”
de la teoría de la evolución un dato o una evidencia que con pleno derecho
podría simplemente ser denominada “refutación” de la teoría. El uso del término
obstáculo podría decirse que “empata”
técnicamente la discusión: se menciona el dato –ignorarlo no se puede– pero sin
reconocerle propiamente el poder de
refutación. Lo que llama la atención es que tampoco se mencione que otros
científicos –y de indiscutible prestigio– consideren refutada la evolución en base a esa misma evidencia. Una presentación equilibrada de un asunto científico pondría a disposición de
lector ambas visiones, no sólo una. ¿Quizás no se trate de un asunto
puramente científico?
Se impone
por tanto estudiar estos datos, esta información, para luego determinar qué
valor podría dársele: ¿son meros obstáculos o propiamente refutaciones? Si se
trata de una refutación lisa y llana (esto es, de un dato empírico que
demuestra la falsedad de algún
postulado de la teoría de la evolución), entonces no es lícito llamarlo
simplemente obstáculo. Establecer el
alcance de una demostración científica es difícil y discutible, ciertamente.
Por eso se impone la pregunta: ¿qué demuestran estos datos acerca de la teoría
de la evolución? ¿Y cuáles serían?
Como
mínimo, los argumentos contrarios –basados, como lo están, en evidencia
objetiva y reconocida por profesionales y especialistas– deberían al menos ser conocidos, con independencia del
juicio que merezcan. ¿Por qué nunca se dice lo que “la otra parte” del debate
opina en este tema? ¿Por qué nunca leemos o escuchamos que “existen”
científicos prestigiosos que no aceptan la teoría de la evolución? Debería
llamar la atención que se conozca el descargo de “sólo una” de las partes. Por eso, un indicio de la
deshonestidad en torno a este debate está dado por el escaso conocimiento que
tiene la opinión pública de las
objeciones existentes a la teoría de la evolución.
La
teoría tiene objeciones desde la paleontología, la genética, la biología
molecular, la lógica, la filosofía, la matemática, etcétera. Más allá de que estas
objeciones puedan tener, a su vez, contraobjeciones; independientemente de si
las consideramos válidas o no, es una
realidad incontrastable que el
público masivo no las conoce. A las personas se les enseña y se les instruye
–sin ningún tipo de crítica– en una teoría que, como mínimo, está siendo
discutida seria y profundamente. Ese mismo público recibe este único mensaje,
que para colmo pretende sustentarse en la autoridad científica. Y el mensaje
es: “La evolución es un hecho científico,
todos los científicos del mundo apoyan esta posición y dudar de ella es propio
de brutos e ignorantes. ¿Dónde se va a situar Usted, señor?”.
Así las
cosas, se presenta la evolución como una teoría “ampliamente aceptada”, gracias
a la cual el hombre moderno efectivamente estaría en condiciones de afirmar
que, hace millones de años, una bacteria mutó en un pez, luego un pez en un
reptil, más tarde un reptil en un mamífero, luego un mamífero en un mono y finalmente
un mono en un hombre. Y esto es lo único que se conoce en el nivel de la
opinión pública (colegios, libros de texto, documentales, museos de ciencias
naturales, periodismo, cátedras). ¿Por
qué no se conocen las objeciones a la teoría? ¿Acaso está blindada la teoría? Y
si está blindada, ¿quién la blindó y por qué?
La única
objeción relativamente conocida es “el eslabón perdido”. Se suele escuchar: “Si
la teoría de la evolución fuese cierta, ¿dónde están los eslabones perdidos?”.
Y es correcto el argumento. En efecto, la Paleontología no halla los
innumerables eslabones perdidos que, según las predicciones de la teoría de la
evolución, deberían estar. Hay unas pocos ejemplares que “acreditan” la
transición entre mono y hombre –ejemplares que, por otra parte, están también
bajo crítica–, olvidándose que la teoría no predice la existencia de “unos
cuantos” sino de innumerables fósiles intermedios. Y no sólo entre el mono y el
hombre; entre todas y cada una de
las especies. Más adelante abordaremos en profundidad a esos pocos “eslabones
perdidos”.
Sin
embargo, hay tanto, tanto más que puede decirse contra la teoría (no sólo en
Paleontología sino en otros campos) que los evolucionistas la sacan muy barata si en su contra sólo se dice: “Faltan los eslabones
perdidos”.
En la tarea
de presentar los argumentos contrarios a la teoría de la evolución, no estamos
solos sino en muy buena compañía. En primer lugar, nos acompaña el ya
mencionado Raúl Leguizamón. Sus trabajos los conocimos gracias a la Revista Cabildo y fue dado a conocer
masivamente por Editorial Vórtice.
Obras suyas son En torno al origen de la
vida, Y el mono se convirtió en hombre, Breve análisis crítico de la teoría de
la evolución biológica, entre otras. Tiene
además una prolífica producción de valiosos artículos al respecto[2].
No podemos omitir tampoco el nombre del querido Padre Carlos Baliña y la noble
labor que significan sus conferencias[3].
También puede mencionarse el trabajo del recientemente fallecido Aníbal
D’Angelo Rodríguez, llamado “Evolucionismo
y progresismo”[4].
Cabe mencionar asimismo el pequeño ensayo del Dr. Enrique Díaz Araujo, “Evolucionismo y fraude”, que fuese
editado por la entonces gloriosamente vigente Editorial Mikael[5].
A su turno, la UNSTA editó en los años 70’ el libro “Más Allá de Darwin”, escrito por Roberto Fondi (Paleontólogo) y
Giuseppe Sermonti (Biólogo molecular), obra de cierta difusión en la Argentina,
prologada por el Padre Aníbal Fosbery OP.
La mentada
transición o desarrollo gradual (elemento clave de la síntesis neo-darwinista,
la teoría oficial de la evolución hoy en día) tiene sus “dificultades”, por lo
menos. Por ejemplo, tomemos la excelente
pregunta del científico de primer nivel –y evolucionista– Stephen Jay
Gould: ¿De qué sirve el 5% del ojo?
Desarrollemos
el argumento.
Si entre
los infinitos órganos y sistemas de los seres vivos (vegetales y animales)
tomamos, por ejemplo, el ojo humano y pensamos en cómo podría haber
evolucionado, entonces –según la teoría– hay que admitir que hasta que llegase
a completarse, este órgano pasaría por sucesivas etapas evolutivas. Antes del
100%, el ojo humano habría sido el 90, el 70, el 50, el 30, el 10, el 5 de su
totalidad y en algún momento habría sido apenas el 1%. ¿Por qué? Porque, según
uno de los postulados básicos de la teoría de la evolución, la transformación
de especies ocurre muy lentamente: millones de cambios acumulados a lo largo de
millones de años (gradualismo). Ahora bien, lo que se sabe actualmente del ojo
humano es que necesita para su pleno funcionamiento que todas las partes del
mismo estén formadas. Aún para un funcionamiento no pleno debe estar casi
intacto.
Si el ojo
humano, para funcionar como tal, debe estar prácticamente intacto, entonces uno
podría pensar lo siguiente: en la casi totalidad del tránsito evolutivo según
el cual un ojo menos complejo se iría transformando, paulatina e
infinitesimalmente, en otro más complejo, este semi-ojo o semi-semi-ojo “en
proceso” no serviría en absoluto para la visión. No sería útil. El ojo sería
útil sólo al final del proceso pero no
“durante”: esto es, sería inservible en más momentos (muchos más) que en
aquellos en que reportaría alguna utilidad. El pequeño detalle o “problema” es
que la teoría sostiene que la evolución mira a la utilidad de los órganos: sin
un órgano funcionando y capaz de alguna utilidad, la Selección Natural no tiene
dónde o sobre qué operar. Así lo dice la teoría. Pero entonces, ¿de qué sirve
entonces el 10 o el 50% del ojo?
SEGUNDO ARGUMENTO
Hay datos
científicos de la Paleontología que no sólo
no respaldan sino que incluso contradicen
las predicciones de la teoría de la evolución. Tampoco son conocidos.
La teoría
de la evolución darwinista predice que las formas fósiles intermedias deben ser
de de una cantidad “inconcebible”. Evidentemente, si el proceso evolutivo es
majestuosamente lento, eminentemente gradual –implicando la acumulación de
millones de pequeños cambios a lo largo de millones de años– las formas
intermedias entre los seres que conocemos actualmente y que nos parecen tan
distintos, deben ser innumerables.
Ahora bien,
estas formas intermedias entre los distintos tipos de animales (por ejemplo,
entre un ratón y una ballena) no aparecen en el registro fósil. Ausencia de
evidencia. Pero el asunto se complica porque, si lo pensamos bien, sí hay
disponibles fósiles de ratones, “más antiguos” que sus posteriores formas “de
transición”. Y por supuesto que existen fósiles de ballenas, mucho más próximos
a nosotros que los eslabones perdidos. No aparecen sin embargo los antecesores,
a pesar de que supuestamente muchos de ellos serían fósiles más cercanos en el
tiempo, mucho más, que otros.
Más datos: hay
fósiles que aparecen súbitamente, sin que se los pueda
conectar con otras formas preexistentes. No aparecen los eslabones perdidos en la cantidad abrumadora que se suponía que
deberían estar[6].
Sólo unos cuantos ejemplares, muy discutidos, presentados en base a
presuposiciones frágiles, exhibidos sin la menor de estas aclaraciones. A estos
ejemplares, los críticos no los llaman eslabones
perdidos sino “fósiles mosaico” [7].
Este
obstáculo sin embargo fue visto ya por Darwin. Darwin lo resolvió sosteniendo
que “El registro fósil es imperfecto”, lo cual en esa época era una respuesta
relativamente viable, una defensa crítica
de su propia teoría, la cual tenía todo el derecho del mundo a hacer. Ahora
bien, no olvidemos que era una defensa:
esto es, un salto hacia delante para explicar un obstáculo. Ahora bien, pasó el
tiempo, décadas de investigación, y el registro fósil en la actualidad es
sustancialmente el mismo que en épocas de Darwin. Los datos no confirman ni
respaldan la aparición sucesiva y gradual de las formas vivas.
Pero hay
más.
El
neodarwinismo sostiene que las especies no dejaron de cambiar, esto es, de
evolucionar. La evolución sería un proceso irresistible: es otro de los pilares
de la teoría de la evolución. Ahora bien, ¿qué datos arroja la Paleontología?
Los paleontólogos registran en toda etapa geológica y en todo lugar un
fenómeno: la “estasis”. ¿Qué es esto? Se llama estasis al descubrimiento
de formas fósiles antiguas que son prácticamente idénticas a animales que
existen en la actualidad. Esto significa que tales especies han permanecido
inmutables, sin cambios, a lo largo de cientos de miles y millones de años[8].
SALVANDO AL DARWINISMO: EL EQUILIBRIO PUNTUADO
Estos y
otros problemas que formaron parte del escenario gradualista fueron advertidos
por los evolucionistas y discutidos ardientemente, pero en casi todos los casos
se los consideró disputas “internas”; chocaban las explicaciones, colisionaban
las teorías de la evolución pero nunca peligraba la afirmación central: más allá de estos obstáculos que puedan
parecer insalvables, habrá que seguir investigando, las respuestas aparecerán
tarde o temprano, pero no podemos dudar que, de un modo u otro, hubo evolución. De ésto no se duda
(ni se puede dudar). Sin embargo, con el tiempo, no resultó posible impedir que los obstáculos se
incrementaran. Cada descubrimiento sumaba intranquilidad al bienestar de la
teoría, no confirmación.
En el
terreno de la Paleontología, el deseo de evadir estos obstáculos –presentados
por el registro fósil– desembocó en la
reformulación del darwinismo. Así se alumbró,
podríamos decir, la teoría del equilibrio puntuado, formulada por el mencionado
S. Jay Gould y Niles Eldridge. Según estos dos importantes evolucionistas, el
proceso evolutivo no debía pensarse ya al
modo tradicional, esto es, como un proceso que fuese gradual en todas las
etapas de su desarrollo. Antes bien, la evolución podía concebirse como un
proceso que fuese a veces gradual y otras veces rápido, repentino, explosivo.
Podía haber saltos.
De ese
modo, se evitaba el fatigoso escollo representado por los datos –convertidos en
argumentos– contrarios al gradualismo. Se presentaba así una teoría que
“afortunadamente” coincidía con dos resultados que durante años la
Paleontología venía arrojando; el primero
era la aparición súbita de formas fósiles en el registro, como mencionamos más
arriba.
Este
resultado también había constituido una seria dificultad. La aparición era súbita dado que no se logró identificar,
a pesar de múltiples esfuerzos, los supuestos ancestros de las fósiles que se
estaban descubriendo. En efecto, si en una capa geológica encontramos un ser
muy complejo y en la capa geológica anterior no encontramos sino seres muy
simples, eso descoloca a los que piensen que el ser complejo proviene del ser
simple. ¿Por qué? Porque, efectivamente, no es creíble para un evolucionista
digamos ortodoxo que un ser tan
simple se convirtiese súbitamente en un ser tan complejo: la evolución,
recordémoslo, es un proceso absolutamente gradual, donde modificaciones
infinitesimales se agregan unas sobre otras. Sin embargo, la novedosa teoría
del equilibrio puntuado –salida de la
testa del dúo Gould and Eldridge– evadía este obstáculo. La “aparición súbita”
de formas en el registro fósil ya no era una amenaza porque afortunadamente el
proceso evolutivo podía ocurrir con
mayor velocidad que la tradicionalmente aceptada.
El corazón
del hecho evolutivo estaba siendo rescatado por una creatura que fue denominada
por muchos saltacionismo. Saltos evolutivos.
Entre otras
“virtudes” del equilibrio puntuado, esta reformulación permitió incorporar otra
conclusión de la ciencia paleontológica, antes también vista como reacia. Se
incorporó el dato de la desaparición extremadamente
repentina de ciertas especies, comúnmente atribuida a algún tipo de
exterminio. ¿Por qué era un resultado reacio? Es parte de lo que ya hemos
venido diciendo: la teoría darwinista sostenía que las formas más adaptadas
iban ocupando gradualmente el lugar
de las menos adaptadas, que irían desapareciendo por obsolescencia[9],
también de manera muy lenta. Tanto
el surgimiento como la desaparición de especies son pensados, en el
neodarwinismo, como procesos majestuosamente lentos y graduales. Un extermino
repentino, sin embargo, era todo lo contrario. Pero esa conclusión ya no amenazaba
la teoría, ya no había que omitirla o hablar de ella tan sólo de soslayo. Por
obra y gracia de Gould–Eldridge, ya no estamos obligados a pensar la evolución
de una manera tan lenta.
El equilibrio puntuado o saltacionismo, así,
permite permanecer dentro del marco evolucionista sin el fastidio de verse
obligado a concebir los embarazosos semi-ojos
o semi-alas o algún otro tipo de órgano semi formado, propio de los “eslabones
perdidos”, entidades que desafían la imaginación y que nunca demostraron ser
más que el fruto de la hábil especulación humana. Igualmente, tampoco sería
necesario ni encontrar ni buscar en
el terreno a estos eslabones: la teoría ya no los precisa. En efecto, se puede
invocar un cambio a gran velocidad y así explicar plácidamente la ausencia de
formas fósiles intermedias, ausencia que
por supuesto coincide con lo que la
Paleontología nos muestra.
CRÍTICA
Ahora bien,
este planteo del equilibrio puntuado será todo lo que se quiera pero sería
faltar a la verdad sostener que proviene de un “descubrimiento”. Efectivamente,
no se descubrió que los seres
evolucionan “a veces” rápidamente. Esta explicación tiene otro origen. Se la
postuló para un fin muy concreto. El objetivo de esta reinterpretación de la
teoría de la evolución es meramente dialéctico: defender desde el punto de vista nocional el hecho evolutivo frente
a las serias críticas que venía acumulando a causa del elemento gradualista de
la teoría, presente en la mente de Darwin y de los científicos de la síntesis
neo-darwinista.
Es
importante entender que el gradualismo no es un condimento accidental de la
teoría sino una aseveración constantemente afirmada por evolucionistas de
primer nivel, como por ejemplo Richard Dawkins, zoólogo de Oxford ya citado
varias veces en este trabajo. Él dice que la evolución debe ser gradual; de lo
contrario, sostiene, la evolución no puede tener ningún poder explicativo. Independientemente
de que uno esté de acuerdo, lo cierto es que en este asunto se sigue claramente
a Charles Darwin, el cual consideraba que la naturaleza no daba saltos (natura non facit saltum). Más aún:
Darwin llamó “basura” a cualquier
explicación que los incluyese, dado que este “salto” no era sino un nombre
alternativo al milagro. A su vez,
muchos científicos descreen de toda forma de saltacionismo[10].
El punto de
mayor importancia argumentativa, a nuestro juicio, es la imposibilidad de
conciliar el equilibrio puntuado (que es una entidad psíquica, abstracta, no se
ve) con la evidencia (que es lo que está ahí, lo que se ve). En efecto, según
la visión neodarwinista, el motor de la evolución eran las mutaciones genéticas
aleatorias. Se llama mutación
genética aleatoria a un accidente
molecular. Esto es, a un error en el proceso de copia de la información
genética.
Pues bien, como dijimos, estas mutaciones –observables, cuya existencia
no está en discusión– serían el “motor” de los grandes cambios en todas las
especies. Así, se observa en los laboratorios que estas mutaciones son pequeñas y sucesivas. Es más: apoyados
en esta evidencia, los neodarwinistas sostuvieron durante décadas que las
mismas se heredaban y acumulaban, produciendo gradual y lentamente la transformación de las especies. Darwin
nunca lo supo (fue descubierto mucho después), pero según los darwinistas el
proceso evolutivo al que Charles se refería no estaba motorizado sino por las
mutaciones genéticas aleatorias.
Ahora bien, ¿se puede conciliar ésto con el saltacionismo?
Es evidencia científica (no interpretación, no conjetura) que estas
mutaciones no se aceleran ni se
desaceleran. Ocurren todo el tiempo y al mismo ritmo. No tienen lugar más o
menos rápido. Lo que se debate no es en absoluto su existencia –objeto de
evidencia– sino si ellas tienen, o no, el poder de hacer aparecer nuevos
órganos y nuevas especies. Por estos motivos, el descubrimiento de cierto
“ritmo uniforme” en las mutaciones no puede ser interpretado sino como un duro
golpe al equilibrio puntuado: ya no se
puede sostener que la velocidad de los cambios es variable.
Por último, muchos científicos evolucionistas son escépticos respecto a
la idea de que las micromutaciones –esto es, errores de copia– sean capaces de generar las maravillas del mundo
biológico. Jean
Rostand, científico ateo y evolucionista, sostuvo: “Las mutaciones, que se
quieren tornar responsables por la evolución del mundo vivo, son privaciones
orgánicas, son deficiencias, pérdidas de pigmento o desdoblamientos de órganos.
Nada traen de nuevo, de original en el plano orgánico y funcional, nada que sea
el fundamento o el comienzo de un nuevo órgano. No, no puedo pensar que el ojo,
el oído y el cerebro se hayan formado de ese modo”[11].
PALEONTOLOGÍA Y CREACIÓN. LOS “DÍAS” DEL
GÉNESIS
Si bien es
verdad que los resultados que arroja la Paleontología (recordemos: 1-la
ausencia de formas intermedias; 2-la aparición súbita y repentina de especies
fósiles, imposibles de conectar con formas más básicas anteriores; 3-la
estabilidad de las especies) pueden dar pie a reformulaciones viciosas como,
por ejemplo, el saltacionismo, también debe decirse que estos resultados pueden
abrir el juego a la reflexión científica en consonancia con la fe. Precisamente, con el relato de la creación del Génesis:
Dios creando el mundo y sus seres en seis momentos separados, “los seis días de
la creación”.
Nos
explicamos.
En la
literatura sobre estos temas, abunda la desembozada de lo que se ha dado en
llamar popularmente como “literalismo”. Así, no falta el caído del catre que
guste y se relama atacando a los
literalistas por pensar que el universo fue creado en seis días, blasonando
su muy ufano carácter moderno, mientras sostiene que la ciencia es compatible
con la fe dado que “la Revelación es algo que se siente”. Creemos que es el
lugar para decir que se trata muchas veces de una mera pose intelectual. El
Espíritu Santo (quien inspiró la Biblia, según creemos los católicos) no
necesitó de la ayuda de los modernos anti-literalistas ni de las condenas al
literalismo para que su relato fuese compatible con la ciencia. En efecto, no
hay necesidad de interpretar la palabra “día” como el día solar de 24 hs. Lo
sabemos no porque hagamos escarnio del literalismo sino porque fuimos al
diccionario. La palabra día (yom, en hebreo) significa tanto día solar como ‘período
indeterminado de tiempo’. Enrique Denzinger así lo afirma en su famoso compendio
de la Doctrina de la Iglesia Católica[12]:
Duda VIII: Si en la denominación y
distinción de los seis días de que se habla en el capítulo I del Génesis se
puede tomar la voz Yom (día) ora en sentido propio, como un día natural, ora en
sentido impropio, como un espacio indeterminado de tiempo, y si es lícito discutir
libremente sobre esta cuestión entre los exégetas. Resp.: Afirmativamente.
De modo que la Iglesia ya sabía, hace tiempo, que el significado de la palabra “día” no estaba restringido al día solar de 24 hs. Puede que signifique eso, puede que no.
Por tanto,
los registros que nos hablan de especies surgidas hace millones de años, ¿pueden
ser utilizados contra la veracidad del Génesis? La respuesta es negativa. Esto
nos lleva a un punto de suma importancia: ningún dato auténticamente científico
colisiona con la fe; al contrario, si es científico, es compatible con ella.
Segunda
conclusión: lo que leemos en el Génesis puede ser perfectamente compatible,
coincidente, con los datos vistos de la Paleontología. ¿Por qué? Si vamos al
texto bíblico, leemos que Dios creó a todos los seres separadamente (lo que se
denomina comúnmente “creación especial”). Dios va creando los seres en seis
días distintos. Ahora bien, como reconocieron los mismos evolucionistas que
idearon el equilibrio puntuado, no hay nada en el registro fósil que nos
lleve a pensar que los seres provienen unos de otros. ¿Nunca pensamos que
esto mismo concuerda perfectamente con la Biblia?
Entonces, ¿una verdad sobrenatural puede ser probada por la
ciencia?
El párrafo
anterior podría llevarnos a pensara que estos datos científicos demuestran
las verdades de la fe sobre la creación, narradas en el Génesis. ¿Es así?
En sentido
estricto, si tomamos en cuenta el significado preciso del verbo demostrar, la respuesta es no.
Los
auténticos datos paleontológicos no
demuestran las verdades sobrenaturales que leemos en el Génesis. ¿Por qué?
Porque estos puntos de la fe –justamente por su carácter sobrenatural– son
inaccesibles a la demostración
racional humana. Aunque el hombre pueda conocerlos por Revelación, no puede
probarlos. Sin embargo, lo que sí queda demostrado gracias a la Paleontología
–digámoslo con claridad– es la falsedad de quienes sostienen que la Paleontología sea un obstáculo para creer
en el Génesis. Falsedad difundida por los divulgadores del darwinismo, con todos
los medios de comunicación a su disposición. Los seis días de la creación podrían haber sido seis períodos
indeterminados de tiempo; y así, no hay obstáculo para un creyente en
suponer un Planeta Tierra de millones de años de edad. Sean millones o sean
miles de años, la Paleontología no obstaculiza en absoluto la inteligencia de
un creyente que quiera adherir al libro del Génesis.
Los paleontólogos
darwinistas hablan de “aparición repentina de fósiles” en el terreno. En
realidad, no es que aparecen
repentinamente. Lo que ocurre es que estos científicos no hallan las formas
de transición entre los fósiles más nuevos que tienen y otros, más antiguos.
Por eso creen que se trata de una repentina
aparición cuando, en realidad, simplemente podrían estar investigando
formas que no tienen relación alguna entre sí. De todas maneras, la ausencia de
formas fósiles intermedias coincide y es
compatible con la idea de creaciones
separadas, tal como se lee en los primeros capítulos del Génesis. En el
texto sacro, efectivamente, Dios crea animales y vegetales en seis momentos
distintos: posiblemente seis períodos indeterminados de tiempo distintos.
Si bien
esto no permite demostrar la verdad del Génesis, como explicamos, lo cierto es
que tampoco puede ser utilizado como argumento contra la veracidad de este
libro sagrado. El registro fósil empalma perfectamente con lo que leemos al
comienzo de la Biblia. Por tanto, el registro fósil da más respaldo a “la
aparición repentina” de seres distintos que
a la aparición gradual, a partir de un único ancestro común, propia del
darwinismo.
Esta
aparición repentina es compatible (aunque no demostrativa) con el relato de la
creación.
Subrayemos que la creación del
universo como obra de Dios no es una verdad de orden científico. Si los
científicos creacionistas lo afirmasen, por muy buenos científicos que fuesen,
errarían en el campo teológico. Se trata, por el contrario, de una verdad
revelada directamente por Dios. Eso ratifica, por tanto, que ningún dato (si es
auténticamente científico) puede rebatir la verdad sobre la creación. Al
contrario, a priori (por la confianza que tenemos en Dios que es la Verdad y
que no puede contradecirse), sabemos que los verdaderos datos científicos no
pueden ser incompatibles con la fe. A posteriori, luego de un estudio, sabemos
que los verdaderos datos científicos no respaldan ni son compatibles con la
teoría de la evolución.
LAS PRUEBAS DE LA EVOLUCIÓN DARWINISTA
Los
evolucionistas, por supuesto, no se rinden y ante las objeciones, los reparos o
siquiera las dudas, presentan sus “pruebas” de la teoría de la evolución. Y
cuando ciertos intelectuales o estudiosos católicos hablan de evolución, lamentablemente siguen el
mismo patrón argumentativo. Así, utilizan el término “evolución” en sentido ambiguo.
Por ejemplo, se cita el aumento de la resistencia de una bacteria frente a los
antibióticos como ‘ejemplo de evolución’ cuando en realidad sólo estamos ante un
perfeccionamiento.
Es una mejora y no “una evolución”: la bacteria no se transformó. No deja de
ser bacteria para pasar a ser otra cosa, sigue siendo bacteria.
Otro
ejemplo presentado son los insectos. Se ha podido observar que los mismos
insecticidas que mataron a las plagas anteriores ya no son igualmente eficaces
con el resto. Por tanto, se infiere que los insectos se han vuelto más resistentes. Es verdad, son más resistentes. El
asunto es qué nombre debe asignársele a ésto. ¿Por qué llamarlo evolución si el insecto no se ha
transformado, esto es, si no ha dejado de ser insecto? Sin contar que si el
insecticida mató a los bichos anteriores, los muertos ya no pueden evolucionar.
¡Y los que quedaron, simplemente no fueron destruidos! No tiene sentido decir
que tales insectos evolucionaron:
simplemente, unos murieron a causa de los insecticidas y otros sobrevivieron.
Estos
ejemplos y otros más que se suelen citar (el cambio de color de las polillas,
las mutaciones de las moscas de las frutas, el pico de los pinzones, etc.) no
son en realidad problemáticos ni maravillosos. Simplemente son objeto de
evidencia científica pero no son “confirmación” de la evolución, al menos no
son confirmación definitiva y concluyente. Lo único que está probado es lo que
se conoce como microevolución, es decir, pequeñas variaciones en la
descendencia de ciertas especies. Esta microevolución tuvo lugar tanto de
manera natural (los ejemplos que Darwin registró: los famosos picos de los
pinzones de las Islas Galápagos) como también mediante la aplicación de la
inteligencia científica del hombre.
La primera
es la que Darwin llamó selección natural.
La segunda, producida o desencadenada por la mano humana, se llama
corrientemente selección artificial.
Los cambios
observados en los animales, sin intervención humana, fueron cambios “de la
especie”. La especie cambió en lo accidental: polillas que alteraron su color
claro, pasando a un color oscuro como efecto de los cambios en el ambiente
generados por las máquinas, en la época de la Revolución Industrial. Muy bien,
hubo estos cambios. ¿Y? Como dice el Padre Carlos Baliña, “es la variación
propia de la especie”. No hay
surgimiento de una nueva especie. Para colmo de males, nótese que antes de
la revolución industrial ya existían polillas oscuras. ¿Qué cambió, entonces?
La proporción. Nada más y nada menos. Por último, una vez reducida la
contaminación en Inglaterra, volvieron a predominar las polillas de color
claro: como al principio. Para los darwinistas, sin embargo, si puede ocurrir
el cambio de color de una polilla, entonces un pez puede convertirse en un
anfibio (¡!). Con el pico de los pinzones es igual: ok, se incrementó el tamaño
del pico en un 5%, según los estudios, después de unas sequías[13].
¿Y qué? A los pocos años, el tamaño medio de los picos de los pinzones volvió a
la normalidad.
Por otra
parte, es cierto que la selección artificial generó seres con ciertos rasgos
(no necesariamente ventajosos) que su progenitor no tiene. Aún así, se trató de
seres de la misma especie que su progenitor. Por ejemplo, se realizaron
experimentos con moscas de la fruta: un animal que muta con facilidad. Se ha
logrado generar moscas de la fruta con cuatro alas, moscas con pies en la
cabeza. Ahora bien, ¿es una ventaja tener los pies en la cabeza? Mutantes
“discapacitados”, ¿son materia apta para un proceso como la “evolución”,
concebido como un despliegue que sólo actúa sobre organismos útiles? ¿Por qué
estos resultados convencen a los intelectuales católicos de que Dios es “el
motor de la evolución”?
Todo ésto sin contar que la
selección artificial es, por supuesto, efecto de la inteligencia del hombre que se aplica deliberadamente a la
ciencia. Por eso es que no puede ser tomada como prueba de la evolución (ni por
los intelectuales católicos empeñados en conciliar esta teoría con la fe, ni
por los agnósticos y/o ateos neodarwinistas). Ahora bien, según el
neodarwinismo, la “selección natural” sería un proceso ciego, sin propósitos, sin objetivos (si hubiese objetivos, si
hubiese un propósito, entonces habría, lógicamente, Alguien que planea, que piensa ese propósito). ¿Qué cosa prueba una
microevolución guiada por la mano humana? ¿Queda probada la evolución de las
especies? ¡Pero si la evolución de las especies es un proceso insensible,
ciego, sin planes ni guías!
Dice el gran Phillip Johnson,
uno de los críticos número uno del neodarwinismo en Estados Unidos:
La naturaleza ha tenido mucho
tiempo, pero simplemente no ha estado haciendo lo mismo que han estado haciendo
los experimentadores.
Por lo tanto, ¿hay base para afirmar que los resultados de la selección artificial –la cual tiene lugar gracias a
agentes inteligentes– son una prueba,
ni siquiera indirecta, de la capacidad de la selección natural de “crear nuevos
órganos” y/o “hacer surgir nuevas especies”? ¿Tiene la selección artificial
este poder, que le atribuye el neodarwinismo?
Recordemos que, para los
neodarwinistas, la selección natural es pensada como un mecanismo eminentemente
ciego. Por eso, se impone preguntarse: La evidencia de la microevolución –nunca
objetada ni por los antidarwinistas ni por los creacionistas–, ¿implica la
realidad de la macroevolución? ¿La realidad de la microevolución permite
sostener –y sostener absolutamente, como lo hacen ellos– que las especies se
transforman en otras? Lo cierto es que
la transformación no sólo no se ve confirmada sino que acumula más dificultades
y objeciones. Sostener lo contrario es utilizar la fuerza de la microevolución para respaldar la
macroevolución.
En todos
los casos presentados como “prueba” por los mismos evolucionistas, estamos
hablando de otro ser. Otro ser que, aún no siendo idéntico, se ubica en la
línea de la especie de su padre. Las polillas siguen siendo polillas, los
pinzones siguen siendo pinzones, las moscas no dejan de ser moscas. Ésto
es lo único que tienen los evolucionistas. Por eso es necesario
subrayar: una cosa es el cambio de la
especie y otra cosa es el cambio de especie. Son cosas completamente
distintas. La filosofía aristotélica da en el clavo, distinguiendo entre el
cambio accidental y el cambio sustancial. Dado que se habla de distintas cosas,
convendría utilizar palabras distintas.
¿Y QUÉ HAY DE LOS TAN MENTADOS CREACIONISTAS?
Se hace
mucho escarnio de los creacionistas y de los llamados ‘fundamentalistas
bíblicos’ por el tema de la edad de la tierra. En general, se los descalifica
porque ellos sostienen una tierra joven,
que no tendría más de 10.000 años. Un planeta joven contrasta, por supuesto,
con los millones de años que habría tenido nuestro mundo, siguiendo los
cálculos de los científicos evolucionistas. De ahí que estos científicos sean
resistidos. El tono de los ataques a ellos dirigidos, como también su contenido,
revela una gran arbitrariedad. En las publicaciones que hemos consultado,
prácticamente siempre son atacados sin pruebas e incluso sin siquiera citarlos.
No se los menciona ni se explica cuáles son sus razones. Santo Tomás de Aquino
rebatió infinitos argumentos en su Suma Teológica, pero por lo menos se tomaba
la molestia de exhibirlos. Muchos lectores incluso han creído, por la manera en
que Santo Tomás los presenta, ¡que él los adoptaba! Los evolucionistas, al
contrario, simplemente escupen con la palabra cubriendo de descalificaciones a
los creacionistas que, ni siquiera, son mencionados.
Una interminable catarata de ad
hominem cubre la literatura evolucionista–darwinista. Poco rigor desde el punto
de vista intelectual que fácilmente se disculpa ya que en este caso se dirige
contra personas que se toman la Biblia “demasiado en serio”. Al fin y al cabo,
lo que no debe ser no puede ser: y si –siguiendo la atmósfera antirreligiosa
del mundo contemporáneo– “no debemos” tomarnos las Escrituras demasiado en
serio, no podemos aceptar que otros así la tomen. Por eso, en la inmensa
mayoría de las publicaciones –tanto por boca de los darwinistas como de ciertos
intelectuales católicos– se respira un único mensaje. Y el mensaje es: “Creacionistas: rendición sin condiciones”[14].
UN GULAG CIENTIFICISTA
Observemos
el estado actual de la ciencia en el Norte. El stablishment evolucionista
estadounidense y británico está alineado con el neo-darwinismo. Hay un video en
Youtube[15],
filmado por un periodista norteamericano y judío llamado Ben Stein, que desnuda
la persecución –que ha tenido y tiene lugar en los Estados Unidos– por parte de
las Academias y Centros de Enseñanza contra los científicos no darwinistas; el
video muestra cómo ellos fueron perdiendo sus trabajos, cómo fueron siendo
objeto de escarnio, cómo se los vilipendió y cómo se cortaron las alas a sus
prometedoras carreras. ¿Por qué motivos? Por el simple hecho de que estos
científicos brindaron un trato equilibrado (en sus cátedras o en sus artículos)
a teorías alternativas al darwinismo, como por ejemplo el Diseño Inteligente
(Intelligent Design). ¿Y entonces? Aparentemente, este “trato equilibrado”
brindaba un mínimo de credibilidad a estas explicaciones no darwinistas.
Carreras muy prometedoras de científicos de primer nivel que fueron cercadas a
causa de este gulag cientificista.
Esto lleva
a dos importantes conclusiones respecto del tan mentado “consenso”, siempre presentado
como casi absoluto, en torno a la teoría darwinista. En primer lugar, se puede
objetar el argumento de autoridad. En efecto, suele difundirse: “todos los
científicos de primer nivel aceptan la teoría de la evolución”. La realidad
indica otra cosa, no guste o no: un número cada
vez mayor de científicos están pensando las ciencias biológicas por fuera
del marco de la evolución o incluso contra este marco. Pensemos si no en el
Manifiesto “A Scientific Dissent from Darwinism” (Un disenso científico al Darwinismo), en inglés[16]
y en castellano[17].
El manifiesto arroja la nómina de no menos que 800 profesionales en todo el
mundo[18],
de las más diversas disciplinas, que han avalado la siguiente frase:
Somos escépticos acerca de las
afirmaciones de que las mutaciones aleatorias y la selección natural puedan
explicar la complejidad de la vida. Debe fomentarse un cuidadoso examen de la
evidencia a favor de la teoría darwinista.
En segundo lugar. Si acaso hubiese un consenso, si hubiese alguna mayoría al respecto, hay que decir con toda claridad que se trata de un consenso impuesto a sangre y fuego; un consenso alcanzado por medio de una persecución ideológica, lo cual –lejos de probar la irresistible presión de la evidencia a favor de la teoría– constituye un fuerte e innegable indicio de su vulnerabilidad. En efecto, si la evidencia disponible es incontrastable, ¿Por qué sería necesario presionar? Es imposible, por tanto, ignorar o pasar por alto este apetito de poder. Se trata de una voluntad despótica. Los mismos que se quejan de la obra de la Inquisición en España (argumento a la orden del día para desacreditar la religión católica) son los que practican una inquisición ad intra absolutamente arbitraria y que, a diferencia de la noble institución castiza, no da posibilidad al acusado de defenderse y no conoce el perdón[19].
¿QUÉ DICEN LOS CATÓLICOS QUE ACEPTAN LA EVOLUCIÓN?
Algunos
intelectuales y escritores católicos –como Mariano Artigas– dicen que todas las
objeciones y reparos que se pueden hacer pesan y gravitan ciertamente sobre la teoría de la evolución (es decir,
sobre cómo o de qué manera los seres se
transformaron). Aceptan que la teorización del proceso sea problemática. Sin
embargo, tales dificultades no pesarían
acerca del “hecho evolutivo”. Estos estudiosos, por lo general, aceptan
ciertos tipos de cuestionamientos pero, sin embargo, mantienen como
incontrovertible el “hecho” de la evolución. ¿Hubo evolución? Sí. ¿Cómo? Se
discute, está muy discutido, no sabemos, no se sabe. Y son figuras destacadas
dentro del campo del pensamiento católico, por eso nos ocuparemos de sus
argumentos. Se impone preguntarse lo siguiente:
·
¿Se puede separar la
teoría del hecho de la evolución?
Creemos que
no. Consideramos falsa esta separación. Y contradictoria.
El motivo
es simple.
Todos los
acercamientos que tenemos a la comprensión del “hecho” de la evolución dependen
de lo que nosotros comprendemos de la
teoría. Para decirlo sin tantas vueltas, vemos lo que esperamos ver. O, si se
quiere, vemos lo que suponemos que está pasando. El método científico está
atravesado de psicología y Karl Popper escribió palabras memorables sobre ésto.
¿Cómo iremos a buscar pruebas si no sabemos dónde podrían estar? ¿Y cómo
podríamos reconocer un dato como “prueba”, como “indicio” y llamarlo prueba o demostración si no tenemos una idea de lo que queremos demostrar?
Si somos acríticos, siempre
encontraremos lo que queremos encontrar; buscaremos y encontraremos
confirmaciones, apartaremos la mirada y no veremos cualquier cosa que pudiera
ser peligrosa para nuestra teoría favorita.
Y concluye
Popper: “De este modo
es simplemente demasiado fácil obtener lo que parece ser evidencia
abrumadora a
favor de una teoría que, si se hubiera abordado de forma crítica, habría sido
refutada”[20].
Aclarado ésto, corresponde preguntarse si
tiene sentido mantener el “hecho” de la evolución cuando se admite que –a causa
de la acumulación de críticas– nos hemos quedado sin una definitiva e incontrastable teoría
de la evolución.
Lo cierto
es que sólo gracias a una teoría que
nos diga cómo ocurrieron las cosas es
que podemos asignar a un fenómeno determinado tal explicación, tal propiedad.
Ahora bien, todo mecanismo calificado como evolutivo está hoy bajo fuego, seria
y gravemente cuestionado. Por tanto, es forzoso considerar que también está
cuestionado el hecho de la evolución.
Si nos quedamos sin “teoría” de la evolución, la triste verdad (triste para los
que han edificado su vida en base a hipótesis y conjeturas) es que no queda
razón científica alguna para sostener “el hecho evolutivo”. Por eso es que la
crítica de las teorías de la
evolución no puede menos que gravitar sobre el mismo “hecho” de la evolución.
Es
imposible, así las cosas, no verse llevado a cuestionar el mismo hecho de la evolución. Por eso, cuando
hablamos de evolucionismo católico, forzosamente hablamos o bien de una
evolución gradual o bien de una evolución a grandes saltos. Y si hablamos de
una evolución gradual, los católicos evolucionistas deben explicar por qué la
evolución-gradual-dirigida-por-Dios no adolece de las mismas fracturas y
debilidades que la evolución gradual darwinista.
Idéntica
dificultad se les presenta si desean hablar de una evolución-por-saltos-dirigida-por-Dios.
La
pretensión de este “evolucionismo católico” involucra errores conceptuales y
procedimientos viciosos desde el punto de vista intelectual. Pero también puede
involucrar, lo cual es peligroso, una renuncia a la virtud de la esperanza. ¿Por qué?
Porque
frente a este gulag cientificista, es
decir, frente este “consenso” injusto, arbitrario, anticientífico y antimoral,
todo bautizado debería oponerse. Su deber, sobre todo si se tratase de un
sacerdote o intelectual, no es tender la mano a la teoría de la evolución
(darwinista o no) sino combatir esta pretensión totalitaria que conspira contra
la necesaria libertad de investigación académica, la cual tiene su razón de ser
en la verdad. Renunciar a librar este combate y sumarse al carro de los vencedores –en una patética actitud de hacer leña del árbol caído, gritando ¡Viva quien vence! como Sancho Panza– es
un pecado contra la esperanza[21].
“LAS” TEORÍAS DE LA EVOLUCIÓN
Se suele
escuchar y leer que correspondía hablar no de la teoría sino de las
teorías de la evolución, dando a entender que había varias teorías y no
sólo una. Así, algunos proponen “distinguir” entre una teoría evolucionista atea, materialista, cientificista y
anticristiana, negadora del principio de finalidad de la naturaleza (y ESA
teoría y ESE tipo de evolución sería incompatible con la fe)… mientras que
“otras teorías” que propusiesen un proceso evolutivo guiado por la Inteligencia
Divina no merecerían ese juicio. De este modo, esa noción de evolución sería compatible con la fe.
Ahora bien,
es cierto que existen teorías de la evolución y que son distintas entre sí pero
la explicación de esta pluralidad podría sorprender a muchos.
Durante
muchos años, la teoría de la evolución sostuvo que podía explicar el paso de la
materia no viva a la viva (A ésto se lo llamó abiogénesis). Cuando se determinó que no era posible, entonces
algunos científicos reformularon la teoría, a fin de abrazar ese dato
incontrovertible y reacio: surgió de esta manera la idea de que la evolución,
ciertamente, no explica el origen de la vida. Pero que sí explicaba el cambio
de la vida hacia niveles de mayor organización y complejidad, una vez que ya
existe. Se la consideró verdadera en el campo más sencillo porque fue
desmentida en el campo más difícil. Muchos científicos pensaron que la
conclusión podría haber sido otra: si la vida no puede surgir por las solas
fuerzas de la materia, entonces la teoría de la evolución no debe ser
reformulada –blindándola respecto de la nueva evidencia, que amenaza su
bienestar– sino que debe ser declarada errónea. ¿O no existen otras teorías
científicas que han sido abandonadas, a lo largo de los siglos?
En una
palabra: a medida que la realidad, los ensayos y los experimentos fueron
desarticulando las principales afirmaciones y predicciones de la teoría,
distintos científicos la fueron resignificando. Los pronunciamientos fueron
cambiando, lo mismo el cuerpo de afirmaciones. Hoy en día, una sencilla
averiguación del estado de la cuestión arroja como resultado una multiplicidad
de explicaciones y de “teorías” en torno a la evolución.
Por lo
tanto, la “diversidad” a la que se suele aludir (“existen muchas teorías de la
evolución, en plural”) no debe ser pensada como una diversidad que haga posible
la compatibilidad con la fe. Se trata de otra cosa: es una diversidad de teorías que se explica por la habilidad y destreza que tienen los promotores de la teoría
de la evolución. Ellos, una y otra vez,
reinterpretan la teoría para evitar su descalificación plena y contundente. La
evolución se va escondiendo de rincón en rincón, es refutada en un plano, se
esconde en otro. Y así. La misma naturaleza del progreso científico, sus
avances y descubrimientos, fuerza a que los evolucionistas reinterpreten,
reconfiguren la teoría. En efecto, sólo esta resignificación permite sobrevivir
en medio de una realidad hostil. La astucia de los divulgadores de la teoría de
la evolución explica la gran cantidad de sus nuevas reformulaciones, pergeñadas
al sólo efecto de escapar a la contrastación.
Estos
motivos explican la extrema dificultad de compatibilizar la fe con las teorías
de la evolución. Es muy difícil dar cualquier respuesta –positiva o negativa– porque es muy difícil tener la seguridad de
que se está hablando de las mismas cosas. La razón de esta dificultad se
cifra en que una teoría, como tal, siempre es susceptible de ser reformulada en
partes accidentales y secundarias (no esenciales). Alterar las partes
accidentales de la teoría es una cosa. Alterar la parte esencial de una teoría,
en cambio, es cambiar, lisa y llanamente, de teoría. La plasticidad de la mente
es increíble: si existe la voluntad de conciliar, siempre se puede reformular,
siempre se puede modificar la teoría de la evolución –o cualquier otra– para
que encaje, para que coincida o al menos no colisione con la fe (o con otras
verdades). ¿Quién tendría la autoridad para definir ex cathedra cuándo la modificación toca lo esencial y cuándo no?
Ahora bien,
esto no es un procedimiento correcto desde el punto de vista epistemológico.
Los científicos deben simplemente investigar, no buscar conciliaciones. Mucho
menos “armarlas”. Investigar y que los resultados los lleven a donde los
lleven. Nosotros, católicos, confiamos en que la fe y la ciencia no se pueden
contradecir porque ambas provienen de la misma Fuente, la Mente Divina. Dejamos
manos libres a la ciencia en sus conclusiones, salvando por supuesto el orden
moral objetivo (por eso es que desde la fe podemos emitir un juicio sobre
cierto tipo de tecnologías que son lesivas de la dignidad humana, como la
manipulación genética); dejamos manos libres a la ciencia sabiendo que si la
ciencia es auténtica (y no pseudociencia), entonces la fe no tiene nada que
temer. Más aún: la fe católica puede servirse de los datos científicos para
presentar con mayor robustez las verdades pertenecientes al cuerpo de la
doctrina de la Iglesia Católica.
CONCLUSIÓN
No hay que
reinterpretar la teoría de la evolución. No hay que reinterpretar la síntesis
neo-darwinista. No es necesario. La teoría es lo que es, una teoría que está
repleta de objeciones. Todas sus predicciones encuentran numerosos escollos. No
hay ninguna necesidad de que la Iglesia vaya a rescatarla, de que vaya a
salvarla ni que se enfeude con ella.
El
mencionado Philliph Johnson habla de un “sacerdocio científico” que impone a
sangre y fuego sus juicios[22].
Dice que este sacerdocio (que toma la evolución como ciencia y como dogma)
tiene una inmensa influencia cultural y que esta influencia podría perderse o
disminuir si la historia de la evolución fuese puesta en tela de juicio. Tal sacerdocio necesita blindarse, y el
blindaje se practica a través del ya mencionado Gulag Cientificista. Hay
razones para sospechar de una teoría que es defendida por interés e impuesta a
sangre y fuego. ¿Y si no fuese más que una superchería científica? ¿Qué
intereses hay detrás de la teoría de la evolución? ¿A quién perjudica su
cuestionamiento?
En buena
parte del mundo, se impone la tiranía evolucionista. La Iglesia Católica y sus
intelectuales no deben tender su mano al evolucionismo, ofreciéndole
herramientas de supervivencia intelectual.
La batalla
que la inteligencia católica tiene en el campo de la ciencia biológica no es la
batalla para “quedarse” con la teoría de la evolución, disputándosela al
ateísmo cientificista que supuestamente “la desfigura”. Es la batalla para
librarse de la tiranía evolucionista, una tiranía que –eclipsando el desarrollo
y el despliegue natural de la inteligencia humana– estrangula toda suposición y
todo descubrimiento científico, obligándolo perversamente a adecuarse a su
marco y a sus prejuicios.
[1] Por ejemplo, todos los
grupos protestantes sostienen que “La
Biblia es Palabra de Dios” en base a que hay un libro de la Biblia (la II
Carta a Timoteo)
que –en el cap. 3, 16– dice que toda escritura es inspirada por Dios. Ahora
bien, que consideremos verdadero el
contenido de la II Carta a Timoteo cuando dice que “toda
escritura es inspirada por Dios” es algo que aceptamos sólo si partimos de la
base de que “La Biblia
es Palabra de Dios”. Pero ésa era precisamente la conclusión a la queríamos
llegar.
[2] Cfr. en internet: ¿Existe un evolucionismo no darwinista?; y
también La evolución: una superstición
que se derrumba. Se puede escuchar un audio de la conferencia: Crítica a la teoría de la evolución en
el siguiente link:
https://bibliaytradicion.wordpress.com/inquisicion/critica-a-la-teoria-de-la-evolucion/
[3] Cfr. en Youtube “La pseudociencia del evolucionismo”. Ver:
https://www.youtube.com/watch?v=bi87QzRPJ6A
[4] Cfr.
http://www.statveritas.com.ar/Varios/Evolucionismo_y_progresismo(Dr_Anibal_DAngelo_Rodriguez).pdf
[5] Cfr.
http://www.statveritas.com.ar/Varios/Evolucion_y_fraude(Dr_Enrique_Diaz_Araujo).pdf
[6] Cfr. https://pedrotorresm.wordpress.com/2007/09/19/el-registro-fosil-%C2%BFque-nos-dice-ii/, donde están citados autores
evolucionistas tales como David Raup (Chicago), Niles Eldredge (New York),
Stephen Jay Gould (Harvard).
[7] Para una buena discusión de
este punto, véase el excelente programa Lágrimas
en la lluvia del español Juan Manuel de Prada, minutos 1h,19,58 y
siguientes, en el link https://www.youtube.com/watch?v=y9fa-AFWAR0
[8] Ídem nota 6.
[9] Obsolescente: Que está volviéndose obsoleto, que está cayendo en desuso.
[10] Capítulo III de Darwin a Juicio, del brillante abogado
Phillip Johnson. Cfr.
http://www.apologeticacatolica.org/Descargas/Proceso%20a%20Darwin%20-%20Phillip%20E.%20Johnson.pdf
[11] J.
Rostand, apud P. Troadec, op. cit. p.15. Citado por Orlando Fedeli y otros. Cfr.
http://cruzamante-evolution.blogspot.com.ar/2009/01/evolucionismo-dogma-cientfico-o-tesis_22.html
[12] Duda VIII del apartado “Del carácter histórico de los primeros capítulos del Génesis”.
Cfr. http://www.mscperu.org/biblioteca/1magisterio/denzinger/denzinger_5.htm
[13] Cfr.
http://infocatolica.com/blog/razones.php/1310230137-idarwin-tenia-razon-1
[14] Aún si ciertos planteos creacionistas/literalistas
fuesen falsos (falsedad siempre mencionada y nunca probada debidamente), aún
así, tales errores no prueban de ningún modo la verdad de la teoría de la
evolución, teísta o no. Non sequitur. En
segundo lugar, parecería adecuado que unos verdaderos pensadores e
intelectuales católicos (en vez de exigir una rendición sin condiciones a los
creacionistas) intentasen ver “lo que puede haber de bueno” en su planteo. Es
llamativo que esta guerra sin cuartel sea llevada a cabo precisamente por personas
que en todos los demás planos (cultural, político, moral, social, histórico,
religioso) se esfuerzan en mostrarse prestos a reconocer y a rescatar “lo
bueno” que pueda tener el Mundo Moderno. Ahora bien, los mismos que ven cosas
buenas en el marxismo, en el liberalismo, en el pensamiento débil de Gianni Vattimo, en las parejas
homosexuales… no son capaces de encontrar absolutamente nada bueno que decir de
los creacionistas. Llamativo, ¿no?
[15] Cfr.
https://www.youtube.com/watch?v=3vaCoMfwKzE
[16] Cfr. http://www.dissentfromdarwin.org/
[17] Cfr.
http://www.dissentfromdarwin.org/about/esp/
[18] http://www.discovery.org/scripts/viewDB/filesDB-download.php?command=download&id=660
(Lista)
[19] Para conocer más sobre la Inquisición,
consúltese el trabajo de Cristian Rodrigo Iturralde: “La Inquisición, un
tribunal de misericordia” (Buenos Aires, 2011).
[20] Extracto del excelente blog de Ana
Márquez (española), titulado Dios y la
Ciencia. Link:
http://frasesdedios.blogspot.com.ar/2016/01/la-ciencia-contemporanea-se-basa-en-la.html
[21] Asimismo, la pretensión del evolucionismo
católico se ensambla con la renuncia a la ortodoxia que una parte importante de
los intelectuales católicos realizó en el siglo XX (y sigue realizando). Muchos
intelectuales abdicaron de su vocación y empezaron a establecer puentes
ficticios con el pensamiento moderno y el Mundo Moderno. El Padre Julio
Meinvielle rebatió planteos semejantes en su réplica al filósofo tomista
Jacques Maritain. Cfr. El progresismo
cristiano, cap. III: Jalones del progresismo cristiano, Colección Clásicos
Contrarrevolucionarios, Cruz y Fierro Editores, Buenos Aires, 1983.
[22] Proceso a Darwin. Phillip. E.
Johnson. Capítulo 13 (Epílogo): El libro y sus críticos. Link: http://www.sedin.org/ID/Proceso_a_Darwin_13.html