lunes, 22 de mayo de 2017

A propósito del debate en torno al 2x1 - ¿Cuestión jurídica… o político–histórica?

A propósito del debate
en torno al 2x1

¿Cuestión jurídica… o político–histórica?

Por Juan Carlos Monedero (h)

Corrección política e historia

Cada vez que este tema se instala en los medios, salta a la vista una dificultad nada despreciable: discutimos como si tuviésemos todos los elementos sobre la mesa, cuando en realidad no es así. Lo cierto es que la reconstrucción de los hechos históricos –no la verdad histórica, por supuesto– es constante. El progreso en este campo es permanente. Las generalizaciones son extremadamente peligrosas porque los slogans comunican a las personas la mítica creencia de que poseen una iluminación cuando, en realidad, saben mucho menos de lo que creen. Por otro lado, el hallazgo de la verdad histórica se ve dificultado por la intensa e impiadosa corrección política en nuestro país, puesta de manifiesto a lo largo de este año en los pasados casos Gómez Centurión[1]–Victoria Villarruel (Intratables)[2]–Darío Lopérfido[3] y, ahora, el asunto 2x1.
Decimos que hay «corrección política». Es una evidencia que surge de los innumerables ataques personales de los que son objeto quienes sostienen una versión de los años 70’ distinta a la comúnmente difundida. En efecto, un sector de periodistas, comunicadores sociales, artistas y figuras de relevancia política no toleran explicaciones o visiones alternativas de los años de plomo, atacando duramente a todos aquellos que –de la manera que sea– manifiesten su disenso. Pretendiendo asociar su nombre a los peores crímenes, se los descalifica de una manera tal que la discusión racional, de hecho, se ve impedida. Porque, en efecto, quienes sostengan otra cosa están demonizados y terminar por carecer de todo derecho a expresarse.
La supuesta reivindicación de crímenes abominables, ligados a los años 70’, genera enérgicas reacciones. Esta “indignación generalizada” tiene lugar en el mismo país y al mismo tiempo que las siguientes noticias:

  • Hace muy poco se hizo público que en la Universidad Nacional de Rosario se abriría una cátedra donde la práctica de eliminar una vida inocente sería objeto de discusión desde el campo de “la salud”[4].
  • El 20 de abril, asimismo, algunos grupos festejaron el autotitulado Día Internacional de la marihuana[5], y el 6 de mayo tuvo lugar la Marcha Mundial de la Marihuana[6]
No hubo avalancha de condenas sobre el aborto (lo que no sorprende, al menos a nosotros). Tampoco tuvo lugar ningún masivo repudio por esas mortíferas efemérides. Sin dudas, a cualquier observador debería llamarle la atención que la sangre y la vida de las personas valga tanto si se habla de los años 70’, pero tan poco cuando hablamos del año 2017.

Qué hay detrás del debate del 2x1

Cuando se habla del 2x1, se habla ineludiblemente de algo más: de la historia de nuestro país. Por lo general, una porción considerable de la población argentina ha adoptado una visión de los años 70’ que, prácticamente, no se distingue de la sostenida por la administración kirchnerista entre los años 2003–2015. Una cantidad significativa de argentinos ha aceptado ese “descargo”; relato incorporado sin pretender cotejarlo simétricamente con la visión de las otras partes involucradas. En una palabra: sólo se leen a sí mismos, no conocen las publicaciones adversas o contrarias y no perciben los puntos débiles de sus propias versiones. Vamos a demostrar esta ambiciosa premisa a lo largo de este artículo.
No pasaron en vano tantos años. En efecto, el discurso propio del kirchnerismo –junto con otros medios de comunicación– fue mellando la capacidad de razonar y pensar críticamente. Desde el minuto cero, el oficialismo K –junto con innumerables aliados políticos y hasta culturales– fueron mucho más lejos del mero repudio de los procedimientos inmorales en la guerra contra el terrorismo. No sólo condenaron la desaparición de personas. Además, omitieron vergonzosamente cualquier mención –por mínima que sea– de las víctimas de la subversión: como si esas personas no hubiesen tenido madres que las lloraron. Tampoco hubo una sola palabra, en ningún discurso oficial, respecto de las justas y heroicas acciones de las Fuerzas Armadas contra la guerrilla (como, por ejemplo, el Operativo Independencia). El resultado, el impacto de estos discursos en la mente, no fue la memoria, no fue la justicia, no fue la verdad. Diciendo una cosa que es cierta –esto es, que en la Argentina hubo desaparición de personas– se omitió de forma tramposa y calculada cualquier mención sobre las acciones que llevaban a cabo esos individuos, reducidos discursivamente a la condición de desaparecidos. Y cualquier lector sabe cuáles fueron esas acciones: robos, secuestros, insurgencia, tortura, terrorismo, asesinato, etc. Tampoco se conoce con exactitud el papel del imperialismo económico en nuestro país. Todo este complejísimo entramado está detrás de la discusión, aún no cerrada, del 2x1.

Las ‘bombas de tiempo’ del discurso kirchnerista

Pero además de hablar sólo de los desaparecidos, además de omitir permanentemente la nómina de las víctimas de la subversión, además de callar sobre acciones de las Fuerzas Armadas que no pueden ser tildadas de ‘inmorales’ o ‘ilegales’, desde el kirchnerismo se hizo algo peor: se los glorificó. Mario Firmenich, fundador de Montoneros, dijo en 1991:

Habrá alguno que otro desaparecido que no tenía nada que ver, pero la inmensa mayoría era militante y la inmensa mayoría eran montoneros (…) A mí me hubiera molestado muchísimo que mi muerte fuera utilizada en el sentido de que un pobrecito dirigente fue llevado a la muerte[7].

Por tanto, la glorificación de los desaparecidos ¿qué implicaba?
Todos lo saben: implicaba la glorificación de sus robos, secuestros, asesinatos, sus métodos terroristas y sus objetivos ideológicos. Son códigos políticos, son guiños, normas tácitas pero no por eso menos verdaderas. ¿Eso es “Memoria, Verdad y Justicia”? ¿Es creíble una petición de justicia que repudie las acciones de unos pero no las de otros? Confinando desde la Casa Rosada las víctimas de la subversión al olvido más absoluto, se las mató dos veces. Olvidada quedó Lambruschini, también la hija de tres años del Capitán Viola, David Kraiselburd (bebé de meses), María G. Cabrera Rojo (3 años), Juan Barrios (3 años), Guillermo Capogrossi (6 años), Claudio Yanotti (9 años), Gladys Medina (13 años), Laura Ferrari (18 años), y tantos otros, que fueron desterrados por completo de los discursos oficiales. También fueron suprimidos los soldados argentinos –no meras “víctimas civiles” sino guerreros de la Patria que cayeron en combate contra el terrorismo. Así, en Formosa (1975), Monte Chingolo (1975) y Tucumán (1975) los guerrilleros y los militares se enfrentaron sangrientamente.
Repetimos. El oficialismo, tanto durante el período de Néstor como el de Cristina Kirchner, fue mucho más allá de la condena de la desaparición de personas. Lo demuestra, entre otras declaraciones y señales, el trato propinado a la placa que recordaba al juez Quiroga: un juez que había condenado a guerrilleros, y que fuese asesinado por el ERP el 28 de abril de 1974[8]. En julio del 2012, esta placa fue retirada del frente del edificio de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional, CABA. Si las intenciones del oficialismo K hubiesen sido loables, ¿qué tenía que ver el juez Quiroga con la desaparición de personas? ¿Por qué removieron su placa? Es espantoso pensar que la calidad y la ubicación ideológica del victimario definió, durante años, la existencia nominal de ciertas víctimas: si te mató una bomba montonera o si fuiste abatido por una bala erpiana, no podés ser recordado y si tus familiares intentasen hacerlo, serán acreedores de todas las culpas habidas y por haber, desde Caín hasta Abel.
Pero no sólo eran palabras o símbolos. La evidencia –y no un torpe prejuicio derechoso– apunta en una dirección: Néstor y Cristina, sin ser calificables de “guerrilleros”, fueron –sin dudas– funcionales a las causas de la guerrilla. Y la prueba está en los nombramientos oficiales. Se nombró como Secretario de Derechos Humanos a uno de los ideólogos de la guerrilla marxista-peronista, como Eduardo Luis Duhalde; se nombró como Canciller a Taina, montonero; se designó a Verbitsky (montonero) como asesor. Carlos Kunkel (montonero) fue diputado del kirchnerismo. Entablaron alianza con Bonasso (montonero), quien formó parte del autodenominado “comando estratégico electoral”[9]; se nombró ministro de Defensa a Nilda Garré (montonera). Se designó funcionario al ex guardiamarina Urien (montonero). Teniendo a la vista estos datos, ¿se podía pensar otra cosa?
Pero hay más.
Se llegó al punto, incluso, de cobijar a promotores del terrorismo de otros países: basta ver el trato propinado por el oficialismo hacia el grupo proetarra Askapena. En efecto, sus integrantes entraban y salían del país, haciendo propaganda en favor de la banda terrorista vasca. La administración argentina y española, en su momento, no les impidió el paso. Las autoridades de Chile, sin embargo, no les permitieron la entrada cuando en agosto del 2009 intentaron cruzar la frontera por el paso Cardenal Samoré. Las fuentes periodísticas indican que estos proetarras tenían contacto habitual con Hebe de Bonafini[10]. Si a esto le sumamos que, en el año 2005, la justicia argentina negó a España la extradición de otro etarra, Jesús María Lariz Iriondo[11], el cuadro aparece ya completo. En efecto, Lariz Iriondo gozaba de plena libertad en la Argentina y está acusado de ser el responsable de siete atentados. “Ningún genocida libre”, “Ningún genocida suelto” eran las consignas de las personas que marcharon el pasado 10 de mayo de 2017 a manifestarse contra el fallo del 2x1. ¿Sabrán o, al menos, recordarán que el etarra Lariz Iriondo estuvo libre y suelto durante años? ¿Les importará algo?
La excusa de que el kirchnerismo “tenía en común los fines (la Patria Socialista) pero no los medios (el terrorismo)” no alcanza. Son demasiados elementos, que desembocan en un resultado muy claro: predominio de una única versión de los años 70’, y consecuente desinformación. Es realmente alarmante el nivel de la misma, constituyendo un auténtico constructo teórico, esto es, una poderosa versión de los hechos que tiene en sí la respuesta a todas las preguntas, sobre la cual se puede generar deducciones e inferencias.

Las dificultades que presenta este tema

La historiografía de los años 70’ está signada por muchas dificultades. Nosotros vamos a enumerar algunas:

1) no tenemos a la vista todos los hechos históricos y, por tanto, debemos ser muy cuidadosos a la hora de afirmar categóricamente algo. La reconstrucción de la historia es una tarea que no acaba jamás;

2) las personas que sostienen una versión distinta a la habitual son demonizadas, atacadas por ser quienes son, descalificadas ah hominem, en vez de ser rebatidas por aquello que dicen. El fenómeno de la corrección política, ya analizado;

3) muchos están desinformados, creen que saben porque han incorporado un modelo explicativo de la realidad que nunca se coteja con la misma, formato enquistado que se va haciendo costumbre, punto ya adelantado;

4) la mayor parte de lo que circula a través de los MMCC manifiesta única y exclusivamente lo que dicen los críticos del accionar de las Fuerzas Armadas;

5) una porción muy importante de estos críticos no son moralmente confiables, por lo que no podemos aceptar de manera acrítica su visión de los hechos, sospechosa de deshonesta e interesada;

6) existen actitudes y posturas reduccionistas, que –por crasa ignorancia o por calculado interés– toman la parte por el todo.

El contexto nacional e internacional

El abordaje de la época, esperamos, despejará varios equívocos. ¿Cuál era el contexto?
La verdad, sin disfraces, fue que nuestro país –la Argentina– estaba atenazado por dos imperialismos: el norteamericano-capitalista y el soviético-marxista. Los sirvientes de uno suelen hablar del imperialismo contrario para tapar los horrores del propio. Una Argentina que padecía desde hace décadas el sometimiento a los poderes financieros internacionales, tanto cuando gobernaban los partidos políticos como cuando se hacían con el poder los grupos militares. Con intermitencias, esto ocurría en el marco de un régimen político –calificado de demoliberal– el cual, lejos de salvaguardar las auténticas libertades y derechos de la persona, facilitaba su permanente vulneración.
Este cuadro fue percibido en su momento y resistido por numerosos grupos, entre ellos el Nacionalismo Católico. Sacerdotes como Leonardo Castellani y Julio Meinvielle, intelectuales como los hermanos Irazusta, Ramón Doll, Scalabrini Ortiz, etc., encabezaron esta corriente de pensamiento, luego cristalizada en distintos movimientos políticos.
A esta situación, agreguémosle la pretensión marxista de la Revolución Mundial. Lenin toma el poder en 1917, y al año siguiente el Partido Comunista se funda en la Argentina. En efecto, la ambición de imponerse en todo el orbe era una política del estado ruso. En 1959, Fidel Castro se hace del poder, cobrando mayor vigor la acción psicológica de la propaganda pro marxista en toda América, como parte de la acción internacional del segundo imperialismo, el soviético-marxista. Su papel sería determinante. Y si hablamos de acción psicológica, estamos hablando –propiamente– de subversión, palabra muy importante. Por más lejano que parezca en el tiempo, estos puntos guardan una estrecha relación con el actual asunto del 2x1.

Subversión no es terrorismo

La discusión del 2x1 para los militares presos por delitos de lesa humanidad no se puede entender, en absoluto, si no se clarifica el significado de estas dos palabras: subversión y terrorismo.
En los años 70’, en efecto, grupos guerrilleros desencadenaron en nuestro país el fenómeno terrorista. Varias siglas y nombres circularon en su momento, pero los más representativos fueron sin dudas las organizaciones denominadas ERP y Montoneros.
En nuestro país, la mayoría de las personas solamente advirtieron y advierten –ciertamente con horror– el accionar terrorista: bombas, asesinatos, secuestros, extorsiones, torturas, despliegues armados, etc., pero desconocen o incluso subestiman lo que se conoce como “subversión”. La subversión no pertenece al orden físico sino al campo de la inteligencia y la psique.
El terrorista que jala el gatillo o coloca el explosivo en la casa de un general es el último eslabón de la gran cadena revolucionaria. Pero hay muchos otros eslabones anteriores que cooperaron con ese acto, desde el vendedor de diarios que informaba los horarios en que los generales salían de sus hogares hasta el docente universitario que fomentaba resentimiento clasista en sus alumnos. Desde los dueños de departamentos en donde estaban guardadas las armas hasta los periodistas que daban benévolas o asépticas coberturas de los atentados. Como ocurrió en Argelia con el FLN, miles de personas colaboraban con la guerrilla en tareas de superficie y se iban incorporando a ella a medida que iban demostrando su capacidad. Así, por ejemplo, primero mataban por la espalda a un policía y con eso se ganaban el derecho de pasar al escalón superior. Todas estas acciones (no necesariamente sangrientas) formaban parte no del terrorismo sino de la subversión, siendo apoyadas y financiadas –entre otros– por el Estado Cubano.

Imperialismo Internacional y “cómplices nativos”

En el contexto de un sometimiento político y económico de nuestro país a las finanzas internacionales –Gran Bretaña y Estados Unidos–, los subversivos declaran la guerra a los agentes de ese poder económico mundial. Así nacen los grupos armados.
Ahora bien, ¿quiénes eran los símbolos visibles de ese invisible poder financiero? Esos agentes, reales o presuntos, eran las “instituciones burguesas”: la policía y las FFAA. Por eso el terrorismo comienza abatiendo efectivos policiales y militares. Bajo este esquema es secuestrado, torturado y asesinado Aramburu en 1970, quien había fusilado en José León Suárez a varios peronistas que se habían levantado en armas contra las autoridades surgidas del golpe militar de 1956.
Los policías y militares –no sólo Aramburu– no tenían opción: eran “sirvientes del imperialismo” y merecían ser “ajusticiados” por la “Justicia Revolucionaria”, esto es, los erpianos y montoneros. Si bien la inmensa mayoría de los ajusticiados formaban parte de las fuerzas de seguridad, cabe señalar que entre las víctimas hubo también empresarios, diplomáticos y políticos. Personas asesinadas sin juicio previo, sin derecho a defensa. Personas que tenían ningún grado de participación en las finanzas internacionales: en efecto, ni los policías ni los militares compraban acciones en las grandes bolsas. Ninguno de ellos era un especulador financiero, no se ganaban la vida mediante la usura. La ceguera ideológica, no obstante, los señaló como agentes del capitalismo internacional, convirtiéndolos en candidatos a la muerte.
Es especialmente escandaloso advertir cómo fueron llevados a la guerrilla jóvenes que, por supuesto, desconocían completamente las nociones más básicas de economía, política e historia. ¡Morían, mataban y luchaban contra el capitalismo sin entender qué diablos era el capitalismo! Y la prueba de que no lo entendían era su proverbial ignorancia sobre cómo se movían los grandes financistas internacionales: en efecto, uno no puede combatir con eficacia un enemigo si no entiende su modus operandi. Y ellos no lo entendían.
Cabe decir, en justicia, que el imperialismo norteamericano no era un cuco agitado por la izquierda sin más existencia que la retórica. Era una realidad: la traición a la patria por parte de los oligarcas argentinos existió. Su existencia no es una fantasía de los guerrilleros para justificar un alzamiento terrorista. Una traición a la patria que fue realizada por distintos gobiernos en la Argentina, y denunciada prolijamente por el nacionalismo católico, tantas veces acusado de favorecer los intereses extranjeros (no deje de leer esta nota al pie, señor lector)[12]. Es aquí donde los sistemas ideológicos crujen, muestran la hilacha, y la realidad se impone. O debería imponerse.
           La izquierda eliminó fácilmente el problema: dado que los nacionalistas eran furiosamente antimarxistas, y dado que el imperialismo norteamericano era enemigo de la izquierda, entonces los nacionalistas “tenían que ser” cómplices de los otros. Punto. De hecho, muchas veces se aprovechó esta oposición para acusar al nacionalismo de no haber defendido el interés nacional en materia económica. Se instaló el discurso de que los militares nacionalistas –a lo largo del siglo XX– habrían sido cómplices en la entrega del país que la oligarquía vernácula hizo. Contra esta traición a la patria, por tanto, se habrían alzado los erpianos y montoneros. Ahora bien, ¿no es sorprendente que Madres y Abuelas de Plaza de Mayo acudiesen precisamente a personajes radicados en Estados Unidos para iniciar sus campañas de “solidaridad”?

El papel del peronismo

Entrados los años 70’ –dentro o fuera del orden institucional vigente–, tiene lugar una dramática contradicción: por un lado, las fuerzas del orden reaccionan contra el terrorismo –muchos guerrilleros son apresados o abatidos– pero, por otro, desde otras esferas oficiales, se alienta o se establece una perversa complicidad con la subversión, que sigue maquinando siempre al servicio del terrorismo por ella engendrado. Sólo esta ecuación explica que –habiendo ganado las elecciones democráticas el FREJULI– el entonces presidente de la nación, Héctor Cámpora, decretase una amplia amnistía liberando a todos los “presos políticos”, lo que sucedió el 25 de mayo de 1973 (El Devotazo). En un abrir y cerrar de ojos, las fuerzas de seguridad y los jueces vieron desvanecerse sus esfuerzos en la lucha contra el terrorismo. La secuencia de estos hechos es clave para entender “lo que está detrás” de la discusión del 2x1.
Con la amnistía, la carcajada guerrillera volvió a resonar y, por supuesto, los primeros que tenían que temer eran los mismos policías y jueces que los habían mandado a la cárcel. Asimismo, la puja entre la izquierda y la derecha peronista[13] llegó a su clímax el 20 de junio del 73’, con la Masacre de Ezeiza. Violencia política, derramamiento de sangre, contexto que explica frases como : "Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor". Amenaza cumplida el 25 de septiembre del mismo año. El asesinato de José Ignacio Rucci –referido como alfil del peronismo de derecha– es otro botón de muestra de esta lógica de violencia inaudita pero también de cinismo: tomando la propaganda de las galletitas Bagley, con sus “23 agujeritos”, se denominó Operación Traviata a la maniobra guerrillera que tuvo por objeto su asesinato, dado que el sindicalista había recibido 23 tiros. Según algunos, precisamente en el entierro de Rucci habría tenido lugar la petición del ya presidente Perón de acabar con la guerrilla usando todos los medios (“Somaten”), y algunos piensan que es aquí donde surgen los grupos para-policiales que, por izquierda, salen a “ajusticiar” a los subversivos.
El 28 de abril del 1974 es asesinado el juez Quiroga, ya mencionado, que había determinado la prisión para algunos terroristas. Su sangre rubrica una certeza que la sociedad argentina percibió de inmediato: su propio estado de indefensión. El 1° de mayo del 74’ tiene lugar el célebre discurso de Perón, ese famoso y repetido discurso donde llama “imberbes” a los Montoneros, probablemente en respuesta a unos cánticos críticos. El 11 de mayo es asesinado el padre Carlos Mugica, sacerdote que formó parte del MSTM (Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo), quien había influido notoriamente en Montoneros, muerte cuya responsabilidad es muy discutida incluso hasta el día de hoy. El padre Mugica encabeza un importante sector, dentro del peronismo de izquierda, que había decidido no seguir promoviendo la lucha armada dado que el gobierno militar (1966-1973) había llegado a su fin. Había ganado Perón con el 62% de los votos y, por tanto, ya no había razón de ser para oponerse. No todos los peronistas de izquierda pensaban lo mismo, actitud que se cristalizaba no sólo en acciones políticas y declaraciones públicas sino en los mismos cánticos: "FAR, FAP y Montoneros son nuestros compañeros". Y también: "Duro, duro, duro, vivan los Montoneros que mataron a Aramburu".
El 11 de junio del mismo año, los Montoneros –a pesar del cortocircuito del primero de mayo– eran recibidos por el presidente en la Casa de Gobierno. Apoyos, gestos y guiños para la izquierda, convalidación tácita de los atentados. Y muchos pensaban: si el mismo presidente Perón, si el mismo poder político recibe a los guerrilleros, ¿quién nos va a proteger de esos asesinos?
Muerto Perón el primero de julio de 1974 y gobernando “Isabelita”, era evidente que la victoria contra el terrorismo no estaba cerca de obtenerse. Moría gente todos los días, la policía estaba sobrepasada, los terroristas se mimetizaban entre la población, la sensación de “desgobierno” era total, y las bandas para-policiales seguían “ajusticiando” supuestos o reales agentes del marxismo. Así, el 27 de septiembre de 1974, es asesinado Silvio Frondizi, ideólogo del PRT-ERP, en una acción realizada por lo que se conoce como “Triple A” (Acción Anticomunista Argentina). Hacia fin de año, el 27 de octubre y el 22 de diciembre respectivamente, los erpianos toman la vida de dos profesores católicos y nacionalistas de enorme influencia: Jordán Bruno Genta (de indudable influjo en las Fuerzas Armadas, especialmente en Fuerza Aérea) y Carlos Alberto Sacheri.
Bajo la responsabilidad de Isabel Perón, el 5 de febrero de 1975, tiene lugar el famoso decreto de aniquilamiento de la subversión. El país entero seguía bajo el permanente hostigamiento de células guerrilleras. Los mismos líderes de los partidos políticos reconocían puertas adentro su impotencia: el Estado de Derecho era impotente, había fracasado. Y uno de los responsables de este caos era, sin dudas, el propio Perón, que había fomentado a la guerrilla desde España, pensando que podía controlarla una vez que se hiciera del poder en las elecciones. Muchos piensan que Montoneros ya había advertido la traición de “El General”, cristalizada en el mencionado Somatén. En efecto, no parecía el mismo Perón que, enterado de la muerte del Che Guevara, había escrito el 24 de octubre de 1967:

Compañeros, con profundo dolor he recibido la noticia de una irreparable pérdida para la causa de los pueblos que luchan por su liberación. (...) Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe, la figura joven más extraordinaria que ha dado la revolución en Latinoamérica: ha muerto el Comandante Ernesto Che Guevara. Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor: un ejemplo de conducta, desprendimiento, espíritu de sacrificio, renunciamiento. La profunda convicción en la justicia de la causa que abrazó, le dio la fuerza, el valor, el coraje que hoy lo eleva a la categoría de héroe y mártir (…) El peronismo, consecuente con su tradición y con su lucha, como Movimiento Nacional, Popular y Revolucionario, rinde su homenaje emocionado al idealista, al revolucionario, al Comandante Ernesto “Che” Guevara, guerrillero argentino muerto en acción empuñando las armas en pos del triunfo de las revoluciones nacionales en Latinoamérica[14].

Los testimonios de quienes vivieron esa época –personas de distintas posiciones políticas– confluyen en una sola cosa: la situación del país era un caos total.

La doble guerra internacional

La articulación de ciertas acciones –algunas notorias, como el terrorismo; otras ocultas y menos estruendosas, como la subversión– fue denominada “guerra revolucionaria”. Y la Argentina real, la auténtica –no su calamitosa conducción política, del partido que sea– se convirtió, de este modo, en rehén de una doble guerra:

  • La guerra silenciosa que el poder financiero mundial le había declarado desde hace décadas, por un lado;
  • y la guerra ruidosa que la subversión decía declarar a ese mismo poder financiero e imperialista, materializado en las FFAA y la policía. Guerra revolucionaria, sostenida por otro imperialismo aunque de signo ideológico opuesto: Cuba, pero también la URSS y China. 
En el medio, como hemos dicho, los argentinos de bien. Patriotas, honestos, trabajadores, con el deber de defendernos respecto de ambos imperialismos. El análisis desprejuiciado y honesto del contexto –tanto internacional como nacional– exhibe una complejidad que no puede ser reducida a los slogans y a las visiones habituales al respecto. Por tanto, en los años 70’, el cuadro era el siguiente:

–una Argentina atacada por dos imperialismos;
–una insurgencia revolucionaria–terrorista, contraria al imperialismo norteamericano, dispuesta a derrocar el malhadado orden democrático vigente, que creía que las FFAA y la Policía eran los aliados y cómplices nativos de ese imperialismo;
–una contrainsurgencia que, desde el campo policial y militar, luchaba contra el terrorismo (pero que no veía la acción psicológica de la subversión, o que al menos la subestimaba).
–un sector de poderosa influencia cultural –encabezado por el nacionalismo católico–, que veía todos estos elementos anteriores y que intentaba influenciar en las Fuerzas Armadas.

A la luz de estos procesos, tiene lugar la articulación de numerosos países de América bajo la órbita de Estados Unidos: lo que suele denominarse Plan Cóndor, en el marco de la Guerra Fría.
En ese sentido, como parte de su enfrentamiento con la URSS, Estados Unidos fogoneó los golpes militares cuidándose muy bien de apoyar a los sectores nacionalistas en las Fuerzas Armadas. ¿Por qué motivo? Los nacionalistas rechazaban toda injerencia extranjera en nuestro país, no sólo la soviética sino también la representada por los imperialismos financieros. Resultado: los militares de perfil profesionalista, generalmente cercanos a cierta derecha liberal, recibieron el apoyo norteamericano para conducir la nación en 1976, llevando a cabo la guerra contra el terrorismo marxista.
El apoyo norteamericano a las administraciones liberales y conservadoras impidió que el sector nacionalista católico de las Fuerzas Armadas –conciente del sometimiento económico-político a las finanzas internacionales– influyese de manera decisiva en los alzamientos militares y, naturalmente, en las decisiones posteriores de gobierno. En efecto, los nacionalistas pretendían una soberanía política, tan distante de la URSS como de EEUU.
La formación liberal que impregnó la casi totalidad de las Fuerzas Armadas a lo largo de generaciones dificultó que las cúpulas militares fuesen plenamente concientes del sometimiento económico–político de la Argentina. Atrapados, como lo estaban, dentro del esquema de la Guerra Fría, creían –muchos, sinceramente– que para salvar a la Patria del Comunismo había que pactar con los Estados Unidos, y que vuelva la Santa Democracia.
Nosotros nos consideramos hijos espirituales de ese sector: la Argentina real, los argentinos de bien, que no queremos estar subordinados a ningún imperialismo.

¿Cheque en blanco para el Gobierno Militar?

La contundente victoria del ejército en Tucumán –el famoso Operativo Independencia, 1975trajo mayor tranquilidad y cierto alivio: la guerrilla pretendía declarar una porción del terreno como “zona liberada”, esto es, como un Estado Independiente dentro de la Nación Argentina. Si tal cosa ocurría, la URSS podría poner por primera vez un pie en América del Sur, con consecuencias devastadoras.
Sin embargo, el accionar permanente del terrorismo en muchas otras provincias y ciudades no permitía engañarse: la organización clandestina-guerrillera estaba perfectamente de pie, y la guerra estaba lejos de concluir. Es notable cómo el relato sobre los años de plomo no se pronunció durante mucho tiempo sobre este operativo en tierras tucumanas, seguramente porque –dadas su característica frontal– no encontraba manera de desnaturalizarlo.
La suma de estas circunstancias explica que, a mediados de los 70’, la sociedad argentina entera haya pedido a gritos “Que vuelvan los militares y hagan algo”. Los días de 1975 y principios del 76’ fueron muy intensos, recrudecieron los operativos guerrilleros y era prácticamente cuestión de tiempo para que las Fuerzas Armadas se hicieran del gobierno. Son meses de enérgicas discusiones en los que se debatía los pasos a seguir, una vez que se tomara el poder político. Isabel Perón es derrocada sin resistencia alguna y el Gobierno Militar que viese la luz el 24 de marzo de 1976 es recibido con entusiasmo. Radicales y peronistas prestaron numerosos intendentes, ya desde el inicio del golpe: 310 y 192 respectivamente. El mismo 24 a la mañana los rumores corrían por todas partes y mucha gente susurraba “Hoy no salgas, los militares van al tomar el poder”.
La mayor parte de la población repudiaba el terrorismo, y festejó el golpe de estado. Los mismos diarios saludaron a las nuevas autoridades[15]. Otra porción, sin duda menor, repudiaba el accionar terrorista pero no desconocía ni la importancia de los temas económicos ni lo que hemos ya caracterizado como subversión. Una inmensa mayoría, sin embargo, sólo advertía el accionar criminal del terrorismo pero subestimaba o sencillamente desconocía la enorme influencia del imperialismo norteamericano en nuestro país. Estimaban suficiente que el Proceso Militar acabase con los guerrilleros, llamaran a elecciones democráticas y ya está. Carecían por completo de sensibilidad alguna por cualquier ideal de justicia social.
Sin embargo, no todos pensaban lo mismo. Entre estos sectores disidentes, cabe mencionar por su lucidez al nacionalismo católico, en la persona de sus dos distinguidísimos intelectuales: los precitados Jordán Bruno Genta y Carlos Alberto Sacheri. Ellos vieron –y supieron comunicar– que el problema no era sólo el terrorismo sino la subversión. Y que en última instancia, el problema no era sólo la subversión sino la influencia internacional del imperialismo económico. No sólo había enemigos a la izquierda, y ellos lo sabían.
No es cierto, por tanto, que todos los argentinos entregasen al Proceso un cheque en blanco. No es cierto, en absoluto, que la totalidad de las voces fueron complacientes. Muy por el contrario, tanto las políticas económicas anti-argentinas del Proceso –la toma de deuda externa, por ejemplo, medida que el gobierno peronista del 73-76 se abstuvo de realizar– como sus métodos para combatir la subversión fueron duramente criticadas y denunciadas en el mismo momento en que ocurrían. El tiempo reveló lo desastroso de sus consecuencias: se cerraron fábricas, se endeudó aún más el país, regalándose la soberanía económica. La Revista Cabildo, pero también otras voces nacionalistas, no dejaron de criticar las políticas del Proceso Militar. Los responsables de Cabildo, por ejemplo, fueron acusados por “desacato” ante las autoridades. Mientras tanto, otros actores políticos que tampoco eran de izquierda aplaudían y celebraban que las FFAA hayan tomado el poder para así librar, de manera más eficaz, el combate contra el terrorismo erpiano–montonero, sin entender, sin apreciar o peor aún convalidando que el gobierno militar estuviese destruyendo –en el plano económico– al país. Por otra parte, la impotencia de las autoridades de las FFAA para responder argumentativa y teóricamente a la subversión se hizo evidente por la forma en que las autoridades nacionales se vincularon con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Las necesarias precisiones al respecto

Las simplificaciones y reduccionismos vigentes –pero también hipocresías y cochinas mentiras– en torno a este tema vuelven necesario que digamos, con toda firmeza, que esta guerra antisubversiva era la respuesta a la guerra revolucionaria. El apoyo del imperialismo norteamericano no cambia ésto. En otras palabras, el hecho de que Estados Unidos apoyase el Proceso Militar no significa que la Nación, como tal, no tuviese el derecho a defenderse de la agresión terrorista. Más allá de la influencia liberal y pronorteamericana en las Fuerzas Armadas, está fuera de toda discusión que estas fuerzas tenían el deber de defender a la Nación del terrorismo. Ahora bien, en honor a la verdad, pocos hombres de guerra advirtieron que el peligro no sólo estaba en La Habana o en Moscú sino también en Washington.
La observación y el análisis de este contexto arrojan varios resultados. En efecto, no cabe duda de que el discurso atravesado por los vocablos “terrorismo de estado”, “genocidio”, “dictadura”, “plan sistemático”, simplifica de manera arbitraria e irracional un asunto que es sumamente complejo. Es, por otro lado, absolutamente inaceptable reducir la legítima defensa de la nación respecto de la guerrilla a las acciones injustas que los militares hayan hecho contra los subversivos. Esta reducción sólo puede llevarse adelante minimizando o incluso tergiversando el contexto que, históricamente, explica lo sucedido. Las cosas no ocurren porque sí.
Ningún argentino de bien, que realmente ame la verdad histórica y la justicia, justifica moralmente una metodología como la desaparición de personas. Y así como no lo justifica, precisamente porque quiere la justicia –que es inseparable de la verdad– tampoco acepta la novela rosa de los desaparecidos. Un relato que, por otra parte, fue resistido por Martín Caparrós y Eduardo Anguita, dos integrantes de relieve de ERP y Montoneros. En los 90’, con ocasión de la edición de los tres tomos de “La Voluntad”, Caparrós sostuvo en una entrevista[16], publicada luego en Clarín, lo siguiente:

Durante muchos años todos, incluso los organismos de derechos humanos y los familiares de las víctimas de la dictadura, tendieron a decir que los muertos en el 70 eran muchachos muy buenos que estaban en la casa mirando la tele, vinieron los militares, que eran muy malos, muy malos, muy malos, y se los llevaron y les hicieron cosas horribles. Como si decir que militaban en organizaciones que tenían que ver con Montoneros y el ERP justificara que los militares los secuestraran y asesinaran. El no decir quiénes eran, qué habían hecho, el no decir por qué los militares los mataron, equivale de alguna manera a suscribir el discurso militar. Contra eso está hecha La Voluntad.

           Inmediatamente después, la periodista le pregunta: “¿Ese fue el objetivo del libro?”, interrogante que recibe una doble respuesta:

EDUARDO ANGUITA: Hasta ahora la crónica ha mutilado una parte muy importante del relato. Nosotros incorporamos la parte sustantiva.
MARTÍN CAPARRÓS: Al no contar su historia de militantes y contarlos sólo como objeto de esas torturas, secuestros y asesinatos lo que se hacía, se hizo y se sigue haciendo, es desaparecer a los desaparecidos.

En una palabra: no sólo los que somos antimarxistas y antiterroristas cuestionamos el relato sino también los mismos que fueron protagonistas de estas épocas tan duras. Este relato que cobra vuelo oficial cuando Néstor Kirchner llega al poder en el 2003 pero que, en rigor, como se ve, ya existía hace muchos años. Lo que muy probablemente asegure una discusión honesta en el presente tema es la condena sin reservas del terrorismo guerrillero y del procedimiento de la desaparición de personas. Los organismos de derechos humanos reprueban enérgicamente el accionar del Proceso Militar pero callan –y esta actitud es miserable– todo juicio moral respecto de los asesinatos y demás crímenes ejecutados por erpianos y montoneros. Callan o, incluso, reivindican este accionar, denominándolo pudorosamente como lucha armada: en base a estas evidencias, parece que debemos entender que la sangre derramada sólo es importante cuando brota de venas marxistas.
Es evidente que no se puede invocar el terrorismo subversivo para legitimar moralmente la desaparición de personas, como tampoco hablar única y exclusivamente de los desaparecidos para tapar la sangre derramada por las organizaciones guerrilleras. Sin embargo, es la segunda actitud –no la primera– la que se ha vuelto regular en nuestro país, con consecuencias desastrosas a la vista.
En cuanto a la represión del terrorismo por parte del Estado Argentino, lo acertado sería considerar –en la faz teórica y en la histórica– que hubo usos y abusos. En efecto, en relación a este difícil tema, sectores nacionalistas –tanto dentro como fuera de las FFAA– propiciaban la famosa sentencia de “juicio sumario, fusilamiento público” de los subversivos. Fueron los sectores cercanos a Videla, sin embargo, los que pusieron en marcha las desapariciones; justamente, los mismos sectores que abominaban del nacionalismo. En ese sentido, al referirse a la respuesta de contrainsurgencia del Estado frente a las organizaciones armadas, parece más adecuado utilizar el término cobardía del estado –vocablo acuñado, a estos efectos, por Antonio Caponnetto[17]– que las palabras “terrorismo de estado”, sobre todo porque el terrorismo siempre es una acción indiscriminada, mientras que la acción represiva del Estado se dirigió específicamente contra las bandas terroristas de ERP y Montoneros.
En efecto, quienes asistieron a las clases privadas del ya mencionado Genta escucharon los juicios del Profesor, el cual –ya a principios de la década del 70– reprobaba y condenaba la opinión de quienes aconsejaban formar bandas para-policiales y asesinar de modo clandestino a los terroristas. La condena de lo que hizo más tarde la Triple A y grupos similares era tajante y sin concesiones. También el precitado Carlos Alberto Sacheri repudió estos procedimientos, y la Revista Cabildo condenó el asesinato de los ideólogos marxistas Silvio Frondizi y Rodolfo Ortega Peña por parte de la “Triple A”.

Actualidad y pasado

El 24 de marzo del 2017, los diarios reprodujeron las siguientes declaraciones:

En esta Plaza, recordamos las luchas en los ingenios azucareros, las Ligas Agrarias, el Cordobazo, el Rosariazo y las comisiones internas en las fábricas, el movimiento sindical, estudiantil y popular, la militancia en las organizaciones del Peronismo Revolucionario: UES, Montoneros, FAP, Sacerdotes por el Tercer Mundo y FAL; la tradición guevarista del PRT, Ejército Revolucionario del Pueblo; y las tradiciones socialistas y comunistas, Partido Comunista, Vanguardia Comunista, PCR y PST; y tantos espacios en los que miles de compañeros y compañeros lucharon por una Patria justa, libre y solidaria[18].

No hubo una marcha equivalente a la del 2x1 repudiando estas declaraciones. Los organismos de DDHH no las repudiaron, lo cual no es de extrañar. Jorge Lanata hizo un comentario de estas declaraciones[19]. Por supuesto, la corrección política no salió a condenar ni la reivindicación de las personas que asesinaron ni de sus estructuras homicidas.
En ese sentido, cabe puntualizar que no se conocen voces que defiendan esas medidas económicas procesistas. Tampoco existen voces públicas que legitimen la desaparición de personas. Pero existe, por el contrario, personas que justifican que hayan matado a militares como Aramburu; existen quienes consideran “error” estratégico o político el asesinato de Rucci[20]; hace muy poco, tres erpianos se volvieron a poner su uniforme y salieron en televisión por internet[21]; en un reciente debate, Roberto Perdía y Luis Mattini –Montoneros y ERP, respectivamente– reiteraron su negativa a arrepentirse de sus crímenes[22].
No se conocen reivindicaciones del liberalismo del Proceso, pero sí hubo –y hay, como vimos– reivindicaciones de la llamada lucha armada. Durante el kirchnerismo, como dijimos al principio, se ensalzó a las personas asociadas públicamente con esas causas. En octubre del 2004, Néstor Kirchner homenajeó a unos desaparecidos en Vedia, Provincia de Buenos Aires. Un intendente radical se despidió de él clamando “¡Hasta la victoria, siempre!”. El extinto presidente sostuvo en esa oportunidad: “Yo voy a ser el mero transmisor de la voluntad de ellos y de la lucha de ellos”, para luego referirse al desaparecido Juan Carlos Conocchiari –jefe de Montoneros en Córdoba– con el apodo de “El Rata”. No faltó el oportunista de Felipe Solá, elogiando a “los miles y miles de argentinos que jugaron su pellejo” en una época calificada como “pasado glorioso”. Afirmaciones oficiales y gubernamentales.
Todos hemos escuchado, asimismo, al piquetero Luis D' Elia justificando la muerte del ex presidente Aramburu en el programa de Jorge Lanata, en un debate que tuvo con el fallecido Peña[23]. Lo mismo a Hebe de Bonafini, vocera informal del FpV, haciendo apología del primer alzamiento de Castro en 1953, promoviendo que se tomen las armas, fomentando la lucha armada y la guerrilla[24]. No hay diferencia entre promover estas causas y legitimar los asesinatos cometidos. Estela Carlotto también reivindica “la lucha armada”[25]. ¿Por qué los argentinos debemos tolerar que haya sangre que no valga nada?
Destapar la verdad sobre este tema no lava las políticas liberales del Proceso, ni blanquea el procedimiento de desaparición de personas. Por el contrario, destapar la verdad tiene un sólo efecto: desenmascara las mentiras que se vienen diciendo. Sobre todo en los últimos trece años. Los Kirchner son un claro ejemplo del uso político de la "verdad" histórica. Parece hipócrita protestar por algunos asesinatos pero no por otros. Justicia para unos y no para otros no es justicia en absoluto.
Lo cierto, lo dramáticamente cierto, es que fue una guerra.
Fue una guerra. Ahora bien, ¿es necesario decir que, sobre todo durante una guerra, no vale todo? ¿Es necesario decir que no existe luz verde para cualquier acción en épocas de guerra? La moral católica no acepta que el fin justifique los medios[26]. La moral marxista sí: “Todo su ser tiene que estar dominado por una meta, un pensamiento, una pasión: la revolución… Debe romper, con cuerpo y alma, de palabra y por el acto, toda relación con el orden existente, e incluso con el mundo civilizado y sus leyes, sus buenos modales, sus convenciones y su moral. Es su enemigo despiadado y vive en él con el único fin de destruirlo. Odia y desprecia la moral social de su época. Todo lo que favorezca la revolución es moral…, todo lo que la impida, es inmoral”[27]. El Che Guevara lo dijo bien claro:

El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría  máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así[28].

Conclusiones

Se trató de una guerra, una doble guerra internacional. Nadie puede negarle a la nación argentina el deber de la legítima defensa, y sostener ésto no nos convierte en defensores ni del capitalismo norteamericano ni de políticas liberales del Proceso ni de procedimientos inmorales.
Es un tema muy complejo, que debe abordarse con distinciones, lejos de todo slogan o simplificación partidaria, política o cultural.
Quienes no quieren hacer las necesarias precisiones padecen de una alarmante ignorancia y desinformación; o, peor aún, son cómplices de la subversión, pretendiendo la justificación elíptica de los crímenes de la guerrilla. Tampoco es patriótica la posición de quienes subestiman el influjo internacional de los grandes financistas extranjeros, cuyos efectos desastrosos tenemos a la vista.
En definitiva, y pronunciándonos sobre el tema del 2x1, es una evidencia que el aparato jurídico que en la Argentina ha condenado a los militares –bajo la imputación de delitos de lesa humanidad– está estrechamente ligado a una determinada visión de la historia. Han sido condenados por lo que se les atribuye históricamente y no por lo que habrían hecho, lo que después de tantas décadas es extremadamente difícil de probar.
Es la Historiala Falsa Historia– quien los condenó. No el Derecho. Una visión de la historia de nuestro país, de los años 70’, claramente distorsionada no sólo por periodistas y comunicadores sociales sino también por los protagonistas de este período. Esto quiere decir que la base en la que se apoya la estructura jurídica utilizada para juzgar a los militares, y también para condenarlos, no es otra que la adopción de una visión determinada de los hechos históricos. La base es una visión histórica, no principios legales o jurídicos propios del derecho. Todo el armamento jurídico por lo cual se está condenando a los militares –y respecto del cual estamos teniendo una discusión muy pequeña, muy mezquina: si se reduce la pena, si salen gracias al 2x1 o si no, una discusión insignificante para lo que realmente está en juego–, todo ese aparato depende de una visión de la historia y no de los principios jurídicos.
En el Evangelio de San Juan leemos que Cristo dijo: “la verdad os hará libres”. Abracemos definidamente la Verdad y todo lo demás se dará por añadidura.




[2] Link a youtube: https://www.youtube.com/watch?v=qNPJrbL_CnM
[4] https://www.pagina12.com.ar/36478-primera-catedra-sobre-el-aborto-como-problema-de-salud
[6] Cfr. http://www.infobae.com/sociedad/2017/05/06/la-marcha-por-la-marihuana-desde-el-drone-de-infobae/
[7] Página/12, 17 de marzo de 1991, entrevista a Mario Firmenich por parte del periodista Jesús Quinteros.
[9] http://www.diario26.com/121199--miguel-bonasso-conto-por-que-y-por-quien-se-alejo-del-kirchnerismo
[10] https://www.clarin.com/ediciones-anteriores/inquietud-ingreso-pais-brigadistas-proetarras_0_r1heR5D0Tte.html
[11] http://www.infobae.com/2005/05/11/183131-polemica-el-fallo-la-corte-favor-un-terrorista/
[12] Esta objeción queda desestimada tan pronto se conozcan las denuncias y los serios estudios de los nacionalistas sobre la penetración económica extranjera; ellos abordaron el entreguismo de los gobiernos locales –civiles o militares– y lo repudiaron. Como todo, al principio se trató de intuiciones primarias, no obstante ellas pudieron abrir el camino para denunciar la penetración extranjera en el país. Manuel Ortiz Pereyra, por ejemplo, escribió Por nuestra redención cultural y económica (1928) y El S.O.S. de mi pueblo (1935). Benjamín Villafañe aportó dos obras: Política económica suicida-País conquistado (1927) y El destino de Sudamérica (1944). Los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta alumbraron en 1934 el libro La Argentina y el imperialismo británico. Fue una prédica sistemática y constante: Influencia económica británica en el Río de la Plata vio la luz en 1963, de la mano de Julio Irazusta. En la década del 30’, Ernesto Palacio alumbró Catilina contra la oligarquía y La historia falsificada. Ramón Doll, en 1939, arrojó la extraordinaria producción de tres libros: Acerca de una política nacional, Hacia la liberación y Del servicio secreto inglés al judío Dickman. Raúl Scalabrini Ortiz, muy conocido para cierto sector de la izquierda, escribió en 1940 el libro Historia de los ferrocarriles argentinos. Por último, José Luis Torres publicó tres libros en los años 40’: Algunas maneras de vender la patria, Los perduellis y La década infame. En conclusión: en materia económica, el nacionalismo –fiel al Magisterio de la Iglesia– siempre denunció la existencia de un Imperialismo Internacional del Dinero, esto es, un poder devastador de la usura, una acción anti-nacional ejercida por los dueños de los bancos, los monopolios, los trust, los grandes consorcios que actúan internacionalmente. Casi podría decirse que es un tópico de la prédica nacionalista su protesta contra este Imperialismo y sus sirvientes nativos. Entonces, la izquierda revolucionaria no inventó la lucha contra el imperialismo norteamericano. Lo que hizo fue interpretar esos datos bajo el prisma ideológico marxista.
[13] Nos vemos obligados a usar los términos derecha e izquierda peronista sabiendo de que, en un sentido estricto, son impropios; estrictamente hablando, no se puede decir que el peronismo sea un movimiento con una doctrina estable y fija, permanente e inmutable, sino que lo que llamamos peronismo es el resultado de las innumerables, distintas y muchas veces contradictorias maniobras de Juan Domingo Perón. Consideramos que es un criterio frágil y vulnerable sostener que existieron “infiltraciones” en el peronismo, dado que ese término supone que el movimiento cuenta con una ortodoxia. Pero donde no hay ortodoxia no puede haber herejes ni infiltrados. Ya en época de Perón parece punto menos que imposible sostener la existencia de una “ortodoxia peronista”. Es conocida la anécdota: el General era interpelado muchas veces por distintos sectores. ¿Cómo es posible que tal persona esté en el poder, si es de izquierda? diría un anticomunista. ¿Y cómo es posible que tal otro tenga ese cargo, si es anticomunista? diría alguien de izquierda. “Todos son peronistas, los de izquierda y los de derecha, es la capa ancha del peronismo” solía responder Perón. En efecto –decimos nosotros–, si en un movimiento coexisten líneas comunistas y anticomunistas, es dable pensar, es legítimo pensar que ese movimiento carece de sustento ideológico, pudiendo ser un espacio donde convivan personas con convicciones y principios, al lado de quienes sólo buscan su interés personal. Tal cosa ocurrió, por poner un ejemplo, en los comicios ganados por el FREJULI en 1973: Perón llega al poder con un 62% gracias una alianza electoral de fuerzas muy pero muy distintas. Por supuesto, este duro juicio no significa, de ninguna manera, ni la negación ni la subestimación de muchas medidas positivas que tuvieron lugar como consecuencia de las políticas oficiales del peronismo. Y esto debe ser dicho, dado que sería un grave error repudiar esas medidas positivas –o sus efectos positivos en la sociedad– apelando a lo que venimos diciendo.
[14] http://www.diarioregistrado.com/politica/mira-la-carta-que-escribio-peron-al-movimiento-despues-de-la-muerte-del-che_a57fac7500c297bac2b681a71
[15] Cfr. http://www.infobae.com/2009/03/24/438267-que-decian-los-diarios-del-24-marzo-1976/
[17] Antonio Caponnetto, Diez Olvidos. Cfr. http://elblogdecabildo.blogspot.com.ar/2008/03/ayudamemoria.html
[18] http://www.infobae.com/politica/2017/03/26/por-primera-vez-las-organizaciones-de-derechos-humanos-reivindicaron-la-lucha-armada-del-erp-y-montoneros/
[19] https://www.youtube.com/watch?v=_JARkjTZ4eA
[20] “Tomado políticamente, además de un error de los que pudieron haber participado en ese hecho hubo otra consecuencia, y es que nosotros fuimos las principales víctimas del tema Rucci. Se ahondaron las diferencias con Perón y con el aparato sindical”. Cfr.  https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-8783-2013-04-22.html
[21] http://www.mdzol.com/video/694599-ex-guerrilleros-del-erp-volvieron-a-ponerse-el-uniforme/
[22] Cfr. https://www.youtube.com/watch?v=6-Cej0_oQjs. Ver los dos primeros minutos.
[24] Cfr. Discurso de Hebe de Bonafini, en el acto por los 49 años del asalto al Cuartel Moncada, realizado en la Facultad de Medicina, el 26 de Julio de 2002. Link: http://www.madres.org/navegar/nav.php?idsitio=5&idcat=96&idindex=173
[25] Cfr. http://www.clarin.com/politica/estela-carlotto-reivindico-ernesto-tenembaum_0_ByNeDpFsPXx.html
[26] Cfr. Carta a los Romanos 3, 8. El tema está desarrollado en el Catecismo de la Iglesia Católica, 1749–1761. Especialmente el apartado 1753: “Una intención buena (por ejemplo: ayudar al prójimo) no hace ni bueno ni justo un comportamiento en sí mismo desordenado (como la mentira y la maledicencia). El fin no justifica los medios. Así, no se puede justificar la condena de un inocente como un medio legítimo para salvar al pueblo. Por el contrario, una intención mala sobreañadida (como la vanagloria) convierte en malo un acto que, de suyo, puede ser bueno (como la limosna) (cf Mt6, 2-4)”.
[27] Cfr. Catecismo del revolucionario, Bakunin.
[28] Mensaje a la Tricontinental. Bolivia, mayo de 1967.

No hay comentarios:

Publicar un comentario